2016-10-21 12:00:00

Tu Palabra me da Vida, Reflexiones bíblicas de Monseñor Fernando Chica Arellano


DADLES VOSOTROS DE COMER

Del Evangelio de Juan (6, 1-14):

“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: ‘¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?’ Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: ‘Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco’. Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?’ Dijo Jesús: ‘Haced que se recueste la gente’. Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: ‘Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda’. Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido".

Comentario de monseñor Fernando Chica Arellano:

No es casualidad que en el Evangelio de Juan la presentación de la Eucaristía comience con el relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Con ello se viene a decir: no se puede separar, en el hombre, la dimensión religiosa de la material; no se puede pretender atender las necesidades espirituales y eternas el ser humano, sin preocuparse, a la vez, de sus necesidades terrenas y materiales.

Ésta fue, por un momento, la tentación de los apóstoles. En otro pasaje del Evangelio se lee que ellos sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que fuera a los pueblos vecinos a buscar qué comer. Pero Jesús respondió: ‘¡Dadles vosotros de comer!’ (Mateo 14, 16).

Con ello Jesús no pide a sus discípulos que hagan milagros. Pide que hagan lo que pueden: poner en común y compartir lo que cada uno tiene, ponerlo en las manos de Jesús. En matemáticas, multiplicación y división son dos operaciones opuestas, pero en este caso son lo mismo. ¡No existe ‘multiplicación’ sin ‘partición’ (o compartir)!

Dijo el Papa Francisco: “Jesús razona según la lógica de Dios, que es la de compartir. Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los hermanos necesitados. Y este mirar hacia otra parte es un modo educado de decir, con guante blanco, ‘arreglaos solos’. Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si hubiese despedido a la multitud, muchas personas hubiesen quedado sin comer. En cambio, esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. ¡Y atención! No es magia, es un ‘signo’: un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, quien no hace faltar ‘nuestro pan de cada día’, si nosotros sabemos compartirlo como hermanos” (Angelus 3.8.2014).

Además, hoy sigue existiendo un gran contraste entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario. Sobre este punto tiene algo que decirnos también el final del relato. Cuando todos se saciaron, Jesús ordena: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda».

Nosotros vivimos en una sociedad donde el derroche es habitual. Hemos pasado, en cincuenta años, de una situación en la que se cuidaba y conservaba la ropa… a una situación en la que se tira la ropa casi nueva para adaptarse a la moda cambiante.

El derroche más escandaloso sucede en el sector de la alimentación. El Papa Francisco en su Encíclica “Laudato sí” nos dice: “Sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen… el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre” (n 50).

Este llamamiento encarecido del Sucesor de Pedro no puede dejarnos indiferentes, ni caer en el olvido, ni simplemente conducirnos a un lamento estéril. Debería resonar con fuerza entre las instituciones políticas o económicas, en los foros donde se toman las decisiones que inciden en el curso de la vida de muchos hermanos nuestros. Pero esto no es suficiente. La palabra del Santo Padre ha de llegar también a cada uno de nosotros, llamándonos a la conversión, a una movilización radical para ayudar con lo que podamos y en la forma que podamos a cuantos padecen, para socorrer a los desfavorecidos de este mundo.

La reflexión del Papa no hace más que traducir a nuestros días las palabras del Señor: ‘Dadles vosotros de comer’ (Lc 9,13). Para llevar a la práctica este imperativo no bastan nuestras solas fuerzas. Hace falta alimentarse de la Palabra y del Cuerpo del Señor, fuente de donde brota la inspiración y la voluntad para gastar nuestra vida en aras de cuantos padecen, de cuantos tienen hambre, y no solo de pan. También de amor, de compañía, pero sobre todo de dignidad.

(Mercedes De La Torre, RV).








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