2016-09-15 13:09:00

La Madre de los Dolores estaba junto a la Cruz de Jesús Hijo de Dios


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

El 15 de setiembre contemplamos y rezamos a Nuestra Señora de los Dolores, la Virgen con el alma atravesada por la espada del dolor indecible en la cruel ejecución de hijo en la cruz.

¿Que le puede pasar de más doloroso a una madre que la muerte de su hijo? Tantas mamás con sus hijos muertos, asesinados o desaparecidos, solo encuentran consuelo en el regazo de la misma Madre de Dios junto a la cruz de Jesús o con la imagen de María con Jesús muerto en sus brazos, como esa de la “La piedad”.

En el caso de María de Nazaret es todavía mayor el dolor y el contrasentido, porque Gabriel, el ángel, le había prometido en la anunciación que su hijo sería “grande”, “hijo de Dios”. Y en la cruz no se ve otra grandeza que aquella de la miseria humana toda junta, la desfiguración total del rostro humano; el misterio de la iniquidad, lo más vil a lo que puede ser reducido un hombre. Pero la fe de la primera creyente le permite ver precisamente en el abismo de su dolor de Madre la inmensidad del amor, la compasión, la misericordia, la ternura de Dios por el hombre en el rostro, el cuerpo y el alma de su hijo Jesús crucificado y muerto.

Pero en la mayoría de las representaciones de La Dolorosa, con una de sus manos ella nos ofrece un pañuelo blanco que es el consuelo de la resurrección, porque ese pañuelo es como un pedacito de la Sabana Santa con la que envolvieron el cuerpo muerto de Jesús cuando lo sepultaron y que las mujeres encontraron vacía, cuando fueron a la tumba el domingo de la resurrección. Y Jesús lo primero que hizo fue visitar a su madre. Por eso el contraste tan fuerte del negro y el blanco, el negro del luto de la madre que llora la muerte del hijo y el blanco del consuelo de la resurrección.








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