2016-06-09 16:16:00

Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida, dice el Papa


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

La viuda de Sarepta —una mujer no judía, que sin embargo había recibido en su casa al profeta Elías— estaba indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos, explicó Francisco el 5 de junio de 2016. “Entonces Elías dice a esa mujer: ‘Dame a tu hijo’ (1 R 17,19). … El profeta toma al niño … y, en la oración, ‘lucha con Dios’, presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elía, … porque era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: ‘Dame a tu hijo’. Y ahora era Dios quien lo restituía vivo a su madre”.

La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús –afirmó el Obispo de Roma. “Hemos escuchado en el Evangelio (Lc 7,11-17), cómo Jesús experimentó «mucha compasión» (v.13) por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. ‘No llores’, le dice (Lc 7,13). Como si le pidiera: ‘Dame a tu hijo’. Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús ‘lo devuelve a su madre’ (v. 15). No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre.

 








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