REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
La viuda de Sarepta —una mujer no judía, que sin embargo había recibido en su casa al profeta Elías— estaba indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos, explicó Francisco el 5 de junio de 2016. “Entonces Elías dice a esa mujer: ‘Dame a tu hijo’ (1 R 17,19). … El profeta toma al niño … y, en la oración, ‘lucha con Dios’, presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elía, … porque era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: ‘Dame a tu hijo’. Y ahora era Dios quien lo restituía vivo a su madre”.
La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús –afirmó el Obispo de Roma. “Hemos escuchado en el Evangelio (Lc 7,11-17), cómo Jesús experimentó «mucha compasión» (v.13) por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. ‘No llores’, le dice (Lc 7,13). Como si le pidiera: ‘Dame a tu hijo’. Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús ‘lo devuelve a su madre’ (v. 15). No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre.
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