2016-06-01 11:15:00

«Cómo nos cuesta perdonar», nuestros oyentes hablan sobre la reconciliación en sus vidas


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(RV).-  «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?» Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18:21-22). El Evangelio de San Mateo nos presenta este momento en el que el Apóstol Pedro le pregunta a su Maestro cuántas veces debe perdonar a su prójimo, es decir; a todo aquel que aún siendo cercano a él, lo ha ofendido.

La respuesta de Jesús es clara: "setenta veces siete", donde el número siete adquiere una simbología especial al igual que en varios pasajes de la Biblia, es considerado un número perfecto y divino que en este contexto indica que debemos perdonar siempre sin límites, tal y como nos perdona Dios en la infinita perfección de su misericordia. 

Hablar de misericordia es también hablar de reconciliación, de la capacidad de perdonar y de aprender a pedir perdón. Reconocer que todos somos pecadores, y que al igual que Dios perdona nuestras ofensas también nosotros estamos llamados a perdonar a quienes nos ofenden.

En este espacio de interactividad de Radio Vaticana, profundizamos hoy sobre uno de los aspectos más importantes de la misericordia: la reconciliación, recordando las palabras del Papa Francisco en su catequesis del 30 de abril de 2016: «Dios nunca nos deja de ofrecer su perdón; no son nuestros pecados los que nos alejan del Señor, sino que somos nosotros pecando, quienes nos alejamos de él. Al pecar "le damos la espalda" y crece así la distancia entre él y nosotros. Jesús, como Buen Pastor no se alegra hasta que no encuentra a la oveja perdida. Él reconstruye el puente que nos reconduce al Padre y nos permite reencontrar la dignidad de hijos.

 Pero como dice el Santo Padre, la reconciliación brota en aquellos corazones que buscan la misericordia del Padre porque saben reconocerse pecadores. Sobre ello reflexionamos junto a nuestros seguidores en Facebook y en Twitter, quienes nos envían los siguientes comentarios:

Pedro Vázquez de Osorio escribe desde España: «Cuando la relación entre un padre y un hijo se enfría, se rompe; este distanciamiento sólo puede ser revertido por la reconciliación. Ser reconciliado es ser restaurado en la amistad y en la armonía. Lo mismo ocurre cuando nos alejamos de Dios, algo se rompe en nuestro espíritu pero él que es nuestro Padre eternamente bueno y misericordioso, sale a buscarnos, nos ofrece la fuerza sanadora del perdón». 

  «Cómo nos cuesta perdonar, cómo nos cuesta reconciliarnos con aquellos que nos hacen daño. Nos cuesta pasar por alto las ofensas del otro porque es más fácil mirar los pecados del prójimo que reconocer los que escondemos en nuestro corazón. Pero Dios, que sabe de esta debilidad nuestra, nos muestra el camino que tenemos que seguir a través de su ejemplo de misericordia», comenta nuestra oyente Luisa Gutiérrez  desde Antofagasta en Chile.

 «Para vivir la gracia de la reconciliación primero tenemos  que aceptar nuestras miserias, reconocer que sin Dios en nuestras vidas no somos nada», dice nuestra seguidora Isabel del Río Pérez desde Guatemala. «A la humanidad le falta humildad. La soberbia del hombre, el creer que podía vivir alejado de Dios, es lo que destruyó en un principio nuestra relación con él. Pero Dios, restauró esa ruptura enviándonos a Jesús quien por su amor al Padre y a todos nosotros, pagó el precio de nuestros pecados».

Martín Rivero de Guadalajara, México comparte: «Con los años se nos va endureciendo el corazón. Marcados por nuestros pecados y alejados del sacramento de la reconciliación, nuestro espíritu se enfría. Ya no pedimos perdón por nada y mucho menos perdonamos al otro. Cuando un hermano, un amigo, un compañero de trabajo o un jefe nos ofende, nuestro corazón se llena de rencor  y respondemos con enfados, soberbias, insultos y altanería. Pero deberíamos pararnos un segundo a pensar en cuántas veces al día ofendemos nosotros a Dios con nuestros actos y en qué distinta es su respuesta  hacia nosotros: él siempre es bueno y misericordioso. Nunca nos cierra la puerta».

La reconciliación es «la puerta» por donde dejamos que la gracia del perdón renueve nuestros corazones. La humanidad entera necesita del perdón para poder avanzar en la construcción de un futuro mejor. Todo cristiano, así como todo hombre y mujer de buena voluntad está llamado a perdonar las ofensas de los demás, teniendo siempre presente que también uno mismo necesita ser perdonado por todos aquellos a los que ofende diariamente. Cuando nos reconciliamos, con Dios, con los demás e incluso con nosotros mismos, limpiamos nuestro corazón herido y nos renovamos interiormente.

Decía San Pablo en un fragmento de la Segunda Carta a los Corintios: «Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación». 2 Cor  5:18-19.

Concluimos con estas palabras del Santo Padre en el marco de este Año Jubilar de la Misericordia: «Que este tiempo sea favorable para descubrir la necesidad de la ternura y cercanía del Padre y retornar a Él con todo el corazón. Invito a todos a que en cada uno de los diversos ambientes en los que se mueven, sean instrumentos de reconciliación y sembradores de paz; y continúen por el camino de la fe abriendo el corazón a Dios Padre misericordioso que no se cansa nunca de perdonar. Ante los retos de cada día, hagan resplandecer la esperanza cristiana, que es certeza de la victoria de amor ante el odio y de la paz ante la guerra». 

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