2016-03-11 19:05:00

Cuarta predicación de Cuaresma: Matrimonio y familia


(RV).- “El proyecto divino sobre el matrimonio y la familia, el aporte a la solución de problemas actuales, como la revolución del género y el don de la sexualidad”, fueron los temas que abordó el  Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia en su cuarta predicación de Cuaresma, en la capilla “Redemptoris Mater” del Vaticano, a la luz de la Gaudium et Spes.

El predicador franciscano resaltó el valor del matrimonio como la comunión de vida entre un hombre y una mujer, siguiendo la imagen de Dios, Uno y Trino: un sacramento fundado en el don reciproco, que no es un acto pasajero, sino permanente. “A propósito de matrimonio y familia, dijo el predicador, la Gaudium et Spes, según su buen conocido procedimiento, destaca primero las conquistas positivas del mundo moderno (las alegría y las esperanzas), y en segundo  lugar los problemas y los peligros (las tristezas y las angustias)”.

Matrimonio y familia en el proyecto divino

Explicando el fundamento bíblico del matrimonio, el padre Cantalamessa recordó las dos tradiciones bíblicas de la creación de la primera pareja humana. «La explicación más convincente del porqué de esta invención divina de la distinción de los sexos la he encontrado no en un exegeta; sino en un poeta, Paul Claudel: “El hombre es un ser orgulloso; no había otro modo de hacerle comprender al prójimo que introduciéndolo en su carne. No había otro medio de hacerle entender la dependencia y la necesidad, más que mediante la ley de otro ser diferente [la mujer] sobre él, debida al sencillo hecho de que existe”. Abrirse al otro sexo es el primer paso para abrirse al otro que es el prójimo, hasta el Otro con la letra mayúscula que es Dios».

El matrimonio, dijo el religioso franciscano, nace en el signo de la humildad; es reconocimiento de dependencia y por tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es hacer el acto más radical de humildad. Es un hacerse mendicante y decir al otro: “Yo no me basto por mí mismo, necesito de tu ser”.

“La Biblia es un libro divino - humano no solo porque tiene por autores a Dios y al hombre, sino también porque describe, mezclados entre sí, la fidelidad de Dios y la infidelidad del hombre. Esto es particularmente evidente cuando se compara el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia con su actuación práctica en la historia del pueblo elegido”.

Por ello, dijo el padre Cantalamessa, un rol importante, en el mantener vivo el proyecto inicial de Dios sobre el matrimonio, lo desempeñaron los profetas, en particular Oseas, Isaías, Jeremías y el Cantar de los cantares. Asumiendo la unión del hombre y de la mujer como símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo, en consecuencia, estos volvían a poner en primer plano los valores del amor mutuo, de la fidelidad y de la indisolubilidad que caracterizan la actitud de Dios hacia Israel. Y en la plenitud de los tiempos, Jesús, venido a “recapitular” la historia humana, implementa esta recapitulación también a propósito del matrimonio.

Qué nos dice hoy la enseñanza bíblica

Hoy, señala el franciscano, las cuestiones o provocaciones nuevas sobre el matrimonio y la familia son muchas. Nos hallamos ante una contestación aparentemente global del proyecto bíblico sobre sexualidad, matrimonio y familia. ¿Cómo comportarse frente al fenómeno? El Concilio inauguró un nuevo método, que es de diálogo, no de enfrentamiento con el mundo; un método que no excluye siquiera la autocrítica.

“La crítica al modelo tradicional de matrimonio y de familia que ha conducido a las actuales, inaceptables, propuestas del deconstructivismo, comenzó con la Ilustración y el Romanticismo. Con intenciones diferentes, estos dos movimientos se expresaron contra el matrimonio tradicional, valorado exclusivamente por sus “fines” objetivos: la prole, la sociedad, la Iglesia, y demasiado poco por sí mismo, en su valor subjetivo e interpersonal. Todo se pedía a los futuros esposos, excepto que se amaran y se eligieran libremente entre sí. Incluso hoy en día, en algunas partes del mundo hay esposos que se conocen y se ven por primera vez el día de su boda. A tal modelo, la Ilustración opuso el matrimonio como pacto  entre los cónyuges y el Romanticismo el matrimonio como comunión de amor  entre los esposos”.

Pero esta crítica – afirma el P. Cantalamessa – se orienta en el sentido originario de la Biblia, ¡no contra ella! El Concilio Vaticano II recibió esta instancia cuando, como decía, reconoció como bien igualmente primario del matrimonio el mutuo amor y la ayuda entre los cónyuges.

Un ideal que es necesario redescubrir

No menos importante que la tarea de defender el ideal bíblico del matrimonio y de la familia – señala el predicador de la Casa Pontificia – es para los cristianos la tarea de redescubrirlo y vivirlo en plenitud, de manera que se vuelva a proponer al mundo con los hechos, más que con las palabras. Los primeros cristianos, con sus costumbres, cambiaron las leyes del Estado sobre la familia; nosotros no podemos pensar que se haga lo contrario, o sea cambiar las costumbres de la gente con leyes del Estado, aunque como ciudadanos tengamos el deber de contribuir a que el Estado haga leyes justas.

«Después de Cristo, nosotros leemos justamente el relato de la creación del hombre y de la mujer a la luz de la revelación de la Trinidad… La semejanza consiste en esto. Dios es amor y el amor exige comunión, intercambio interpersonal; requiere que haya un “yo” y un “tú”. No existe amor que no sea amor por alguien; donde no hay más que un sujeto no puede haber amor, sino sólo egoísmo o narcisismo. Allí donde Dios es concebido como Ley o como Potencia absoluta, no hay necesidad de una pluralidad de personas (¡el poder se puede ejercer también solos!). El Dios revelado por Jesucristo, siendo amor, es único y solo, pero no es solitario; es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas».

Dos personas que se aman, afirma el padre Cantalamessa, reproducen algo de lo que ocurre en la Trinidad. Allí dos personas -el Padre y el Hijo-, amándose, producen (“exhalan”) el Espíritu que es el amor que les une. Alguien ha definido el Espíritu Santo como el “Nosotros” divino, esto es, no la “tercera persona de la Trinidad”, sino la primera persona plural. En esto precisamente la pareja humana es imagen de Dios. Marido y mujer son en efecto una carne sola, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. En la pareja se reconcilian entre sí unidad y diversidad.

Casados y consagrados en la Iglesia

También – afirma el religioso – si nosotros los consagrados no vivimos la realidad del matrimonio, he dicho al inicio, debemos conocerla para ayudar a quienes viven en esa. Añado ahora un ulterior motivo: ¡tenemos necesidad de conocerla para ser, también nosotros, ayudados por ellos!

«En la comunidad cristiana, consagrados y casados pueden “edificarse” mutuamente. Los casados están llamados, por los consagrados, al primado de Dios y de lo que no pasa; son introducidos por el amor por la palabra de Dios que ellos pueden profundizar y “despedazar” para los laicos. Pero también los consagrados aprenden algo de los casados. Aprenden la generosidad, el olvidarse de sí mismos, el servicio a la vida, y con frecuencia una cierta “humanidad” que viene del duro contacto con la realidad de la existencia».

Que el Espíritu Santo, dador de carismas, concluyó el padre Cantalamessa, nos ayude a todos nosotros, casados o consagrados, a poner en práctica la exhortación del apóstol Pedro: “Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”, (...)  para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)








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