2016-03-09 12:37:00

Ejercicios Espirituales: Jesús no es moralista, hombre y mujer centro del Evangelio


(RV).- «Somos nosotros los que moralizamos el Evangelio». Lo dijo el Padre Ermes Ronchi en la quinta meditación de los Ejercicios Espirituales del Papa con sus colaboradores de la Curia Romana, en la Casa del Divino Maestro de Ariccia. En el día de la mujer, el religioso recordó, con el Evangelio, que muchas mujeres seguían a Jesús.

Subrayando que «el Evangelio no es moralista», el P. Ronchi reflexionó sobre la narración evangélica de Jesús, que invitado a la casa de Simón el fariseo, rompe todas las convenciones y deja que una mujer, que para todos era una pecadora, llore a sus pies y los seque con su cabello, besándolos y ungiéndolos con perfume. Y, ante el estupor de Simón, Jesús lo amonesta: «mira a esta mujer», que «ha amado mucho» y cuyos «muchos pecados han sido perdonados»:

«En la cena, en casa de Simón el fariseo se presenta un conflicto sorprendente: el piadoso y la prostituta; el poderoso y la sin nombre, la ley y el perfume, la regla y el amor se contraponen».

«El error de Simón es la mirada que juzga»:

«Jesús durante toda su existencia enseña la mirada que no juzga, inclusiva, la mirada misericordiosa».

«Simón coloca en el centro de la relación entre el hombre y Dios», «el pecado como columna de la religión»:

«Es el error de los moralistas de toda época, de los fariseos de siempre».

«Jesús no es moralista»: «Pone en el centro a la persona con lágrimas y sonrisas, su carne llagada o jubilosa, no la ley».

El Padre Ronchi recordó que «en el Evangelio encontramos la palabra pobre con más frecuencia que pecador»:

«Adán es pobre, antes que pecador; somos frágiles y custodios de lágrimas, prisioneros de mil límites, antes que culpables».

«Somos nosotros los que moralizamos el Evangelio»:

«Pero, al principio no era así. El P. Vannucci lo dice muy bien: el Evangelio no es una moral, sino una asombrosa liberación. Y nos aleja del paradigma del pecado para llevarnos al paradigma de la plenitud, de la vida plena».

Simón el moralista mira el pasado de la mujer, su historia de transgresiones, mientras que «Jesús ve su mucho amor de hoy y del mañana»:

«Jesús no ignora quién es ella, no finge y hace de cuenta que no sabe, sino que la acoge. Con sus heridas y sobre todo con su chispa de luz, que él hace desbordar».

«El centro de la escena debía ser Simón piadoso y poderoso y, sin embargo, el centro se vuelve la mujer»:

«Sólo Jesús es capaz de obrar este cambio de perspectiva, de abrir  camino para los últimos. Jesús cambia el enfoque, del punto de vista del pecado de la mujer a las faltas de Simón, lo pone en aprietos, así como hará con los acusadores de la adultera en el templo».

Alentando a llenar un vacío que no corresponde a la realidad de la humanidad y de la Iglesia, el P. Ronchi, tras constatar la ausencia de mujeres en estos Ejercicios Espirituales del Papa y de la Curia Romana, recordó que en el Evangelio eran muchas las mujeres que seguían y servían a Jesús, y que el Espíritu Santo distribuye sus dones sin distinción de sexo. Para luego señalar que el Señor, conmovido por esa mujer, repite, en la Última Cena, el gesto de la pecadora desconocida y enamorada, lavando los pies de sus discípulos y secándolos:

«Cuando ama, el hombre realiza gestos divinos. Dios cuando ama realiza gestos humanos y lo hace con corazón de carne».

Por último una exhortación a los confesores:

«Es tan fácil para nosotros, cuando somos confesores no ver a las personas, con sus necesidades, sus lágrimas, sino quedarnos en la norma quebrantada. Generalizar, colocar a las personas en una categoría, clasificar. Así alimentamos la dureza del corazón, la esclerosis del corazón, la enfermedad que más temía Jesús. Nos volvemos burócratas de las reglas y analfabetos de corazón, no encontramos la vida, sino sólo nuestro prejuicio».

(CdM – RV)








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