2016-02-21 12:00:00

«Jesús transfigurado. Construyamos carpas donde hacen falta», reflexión del jesuita Juan Bytton


 

(RV).- En este segundo domingo de Cuaresma nos encontramos ante un relato en continuación con la experiencia de Jesús en el desierto y con fuertes ecos del Antiguo Testamento. Esta vez Jesús sube al monte no tentado por Satanás para mirar desde allí al mundo que gobernará, sino para dirigirse al Padre en oración y, a los ojos de sus discípulos, ser transfigurado.

El relato de la Transfiguración se encuentra en los tres Evangelios sinópticos. Sin embargo, en comparación con los paralelos de Marcos y Mateo (Mt 17, 1-8 ; Mc 9,2-8), Lucas cuenta que Jesús se encontraba en oración cuando su aspecto y sus vestiduras cambiaron. Además agrega que Moisés y Elías, que aparecen a su lado, hablaban de su camino - “éxodo” como señala Lucas - que iba a completarse en Jerusalén. Es en esta ciudad donde se verá la Gloria en todo su esplendor porque son la elevación de la Cruz y la Resurrección las que permiten ver con claridad y ya no con ojos “cargados de sueño” y cansancio, como les ocurrió a sus discípulos aquí y en el Getsemaní.

El relato resalta la presencia de dos personajes: Moisés y Elías. Ambos ya habían recibido revelaciones en el Sinaí (Ex 19, 33-34; 1 Re 19,9-13). Ambos representan la ley y los profetas pero en Jesús, en medio de ellos, llegan a su cumplimiento. Jesús es el nuevo Moisés, el nuevo Sinaí. La voz del cielo es la voz que confirma esta novedad. Es la voz del bautismo que nos presenta a Jesús como Hijo de Dios y que ahora se dirige a los discípulos diciendo: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. 

Sin embargo, frente a este esplendor de la Palabra cumplida, no podría faltar una nueva tentación. Dijo Pedro a Jesús: “Que bien se está aquí ¡Hagamos tres carpas!”. Y el evangelista no ahorra palabras al decir: “pues no sabía lo que decía”. Es la tentación de vivir estancados contemplando una luz sólo para mí y para los míos, una luz que cubra mis expectativas, mis sueños y nada más. Pero Jesús es claro y hace de su vida un camino de descenso: No Pedro, aquí estamos muy bien, aquí no hacen falta carpas. Vayamos a construirlas donde realmente se necesitan; bajemos y encontraremos a quienes pasan frio y soledad, fracaso y miseria. Y allí no serán necesarias solo tres, sino muchos más espacios de acogida.

Siempre estaremos tentados en la medida que no asumamos la realidad de la Cruz en nuestras vidas, de ver y escuchar la realidad que nos rodea. Es la tentación de contemplar la Gloria sin pasión, a “Cristo sin Cruz”. Cuanto más abiertos tengamos los ojos, más cerca podremos estar  de los que el mundo considera invisibles e insignificantes. Jesús es consciente de esto y pide a sus acompañantes no decir nada de lo que acaban de ver porque aun hay mucho camino por recorrer.

En tiempos de cuaresma, el profeta Isaías nos recuerda muy bien los signos de la presencia de la Gloria de Dios ante nosotros: “Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu hermano. Entonces, despuntará tu luz como la aurora, delante de ti avanzará la justicia y detrás de ti irá la Gloria del Señor” (58, 6-11).








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