2016-02-06 13:09:00

“Aléjate de mí Señor, porque soy un pecador”, dijo Pedro a Jesús después de la pesca milagrosa


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

Después del milagro de la pesca tan abundante que las redes casi se rompían y de tener que pedir ayuda a otra barca, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El estupor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido –como dice el evangelio de San Lucas en el capítulo 5, versículos 1 al 11-. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres", llamándolo a seguirlo en el anuncio del Evangelio.

Pedro experimenta un gran estupor por la generosidad del amor desproporcionado de Jesús, que sube a su barca de pescador y lo bendice con la abundancia de peces, aquello que más necesitaba, pero que a la vez no merece por ser un pecador. En el encuentro con Jesús, el estupor está lleno de gratitud por el amor de Dios y a su vez del reconocimiento de la propia indignidad y pequeñez frente a Dios.

Esto mismo le sucede a Isaías cuando tiene su encuentro con Dios: "¡Ay de mí! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!" (Isaías 6,1-2a.3-8). Y también a san Pablo, que cuando da testimonio de la resurrección de Jesús dice: “se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí. He trabajado más que todos, pero no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”.

Por eso, en el corazón de Cristo, no se puede separar Amor de MIsericordia. El amor de Dios es misericordioso y nos llama y nos misiona perdonándonos siempre por amor suyo gratuito, porque nunca lo merecemos. Y el signo más claro de que no lo merecemos es la desproporción de este Amor misericordioso.

Pidamos responder a Jesús con arrepentimiento y generosidad como lo hizo Pedro y los apóstoles, Isaías y Pablo.








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