2015-11-26 18:40:00

Reciban a Aquel en cuyo nombre vengo, Jesucristo, dijo el Papa a los jóvenes de Kenia


(RV).-  Después de visitar el campo de Kangemi, el Obispo de Roma se dirigió al Estadio Kasarani de Nairobi donde tuvo lugar el encuentro con los jóvenes. Música, danzas y alegría colorearon la mañana del Papa Francisco, recibido por miles de jóvenes que lo esperaban con alegría y esperanza. Después de escuchar los conmovedores testimonios de dos de ellos, el Sucesor de Roma dirigió a todos sus palabras aliento, de afecto, esperanza y fe, invitándolos a enamorarse de Jesús cada día, y a encomendarse de nuevo a Él: “Éste es el motivo por el que estamos aquí reunidos esta mañana: para mantenernos firmes en la fe, de modo que podamos vivir sin miedo, con plenitud y alegría, según la voluntad de Dios para cada uno de nosotros”. 

Dejen que Jesús sea su primer amor – los exhortó - el amor que da alegría a todos los demás afectos que aparecen en el sendero de la vida. Que lo encuentren en las Escrituras y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la Confesión”.

Explicando los modos en los cuales el Señor Jesús cuida de nosotros, es decir, a través de la Iglesia y de nuestras familias, el pontífice les deseó que sean “buenos hijos e hijas y padres amorosos para con sus pequeños; que presten una respetuosa atención a la sabiduría de los abuelos, y que estén siempre dispuestos a ayudar a los pobres y a los que no tienen una familia”. Con el amor y con la fidelidad al Evangelio, prosiguió, confirmándolos en su fe, “ustedes serán faros de esperanza para la sociedad keniata”. Así demostrarán “que la dignidad humana es más valiosa que las cosas que se poseen, que la familia es la célula esencial de la sociedad, que la castidad y el matrimonio son dones de Dios, que una sociedad honrada no busca el beneficio o la ventaja de unos pocos, sino el bien de todos”. Escuchemos las palabras del Papa

(GM – RV)

Texto completo del discurso del Papa en el Encuentro con los jóvenes 

Señor Presidente,

Queridos hermanos en el episcopado,

Queridos amigos:

Les doy las gracias por su afectuosa bienvenida de esta mañana. Es espléndido estar con ustedes y sentir su vitalidad y su alegría, tan bellamente expresada mediante el canto y la danza. Deseo agradecer a Monseñor Anthony Muheria las palabras que me ha dirigido en nombre de ustedes, así como a los jóvenes que han compartido sus testimonios con nosotros. No siempre es fácil hablar tan abiertamente de nuestra vida y nuestra fe. Pero cuando lo hacemos, cuando hablamos con sinceridad de lo que somos, llegamos a conocernos mejor unos a otros, y nuestra amistad se hace más profunda. Comenzamos a ver entonces que no somos tan diferentes y que no estamos solos. Estamos recorriendo un mismo camino de fe.

Como saben, esta es mi primera visita a África, y me han hecho sentirme como en casa. Pero les pido que no muestren su entusiasmo sólo por mí, sino que acojan a Aquel en cuyo nombre vengo, Jesucristo. Porque este es el motivo por el que estamos aquí reunidos esta mañana: para mantenernos firmes en la fe, de modo que podamos vivir sin miedo, con plenitud y alegría, según la voluntad de Dios para cada uno de nosotros.

Este es el mensaje que les traigo. Este es el testimonio que les ofrezco. Los invito «a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo» (Evangelii gaudium, 3). Digan al Señor que lo aman y que desean serle fieles. Los exhorto a no ser cristianos sólo de nombre, sino de pensamiento, de palabra y de obra. A veces puede parecer difícil. A menudo estamos tan ocupados que dejamos poco espacio para lo que verdaderamente importa. Ciertamente, estamos ocupados en muchas cosas buenas, como el trabajo, los estudios y las responsabilidades que comporta la familia y la amistad. Y tendemos a pensar que, después de todo, Dios siempre está ahí y puede esperar; que sólo cuando tenga un poco de tiempo se lo dedicaré. Pero todos sabemos lo que sucede cuando pensamos de esta manera. Dios pierde el primer lugar en nuestra vida, y la vida pierde su sabor, su dirección y su centro.

Así pues, hemos de enamorarnos de Jesús cada día, y encomendarnos de nuevo a Él. Porque cuando tenemos una relación de amor con Jesús, sabemos distinguir lo que nos acerca a Dios y lo que nos aleja de Él. Es el amor lo que nos transforma. Un sacerdote muy sabio, el Padre Pedro Arrupe, dijo una vez a este propósito: «No hay nada más práctico que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse rotundamente y sin ver atrás. Aquello de lo que te enamores, lo que arrebate tu imaginación, afectará a todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana, lo que harás con tus atardeceres, cómo pases tus fines de semana, lo que leas, a quien conozcas, lo que te rompa el corazón, lo que te llene asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado. Y esto lo decidirá todo».

Dejen que Jesús sea su primer amor, el amor que da alegría a todos los demás afectos que aparecen en el sendero de la vida. Que lo encuentren en las Escrituras y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la Confesión.

Cuando conocemos y amamos a Jesús, nos hacemos uno con Él y con su Cuerpo, que es la Iglesia. Perteneciéndole a Él, nos pertenecemos unos a otros. Qué importante es esta relación de amor, que comienza con la fe que hemos recibido de Dios. Es como una semilla que Él planta y cuida para que produzca muchos frutos dignos del cielo.

Jesús cuida de nosotros de dos maneras fundamentalmente: a través de la Iglesia y mediante nuestras familias.

En la Iglesia recibimos con el Bautismo el don de la vida divina, que se robustece por el Espíritu Santo en la Confirmación. Nos alimentamos con la Eucaristía y se nos consuela con la misericordia y el perdón de Dios en la Confesión. Además, nunca hemos de olvidar el amor y el testimonio que nos vienen de las familias, de los sacerdotes y consagrados, de los catequistas y parroquianos, que cada día, no sin gran esfuerzo, avanzan en la vida de fe.

En nuestras familias, Dios nos enseña a amarle y a vivir juntos en la caridad y en paz. Al igual que las comunidades parroquiales y las instituciones, nuestras familias no son siempre perfectas, y con frecuencia nos recuerdan la necesidad de la conversión, del perdón, de la paciencia y del mutuo apoyo. Las familias son escuelas de oración y de misericordia, donde aprendemos cómo se puede vivir en ese amor que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Allí, los niños aprenden de sus padres y abuelos los caminos de Dios; allí, aprenden a rezar y, sobre todo, a perdonar. Pero también los niños enseñan a los mayores. Con su sencillez, su humildad y su amor incondicional, nos recuerdan a todos que Jesús nos llama a hacernos como niños, porque «de los que son como ellos es el reino de los cielos» (Mt 19,14). Que ustedes sean buenos hijos e hijas, padres amorosos para con sus pequeños; que presten una respetuosa atención a la sabiduría de los abuelos, y que estén siempre dispuestos a ayudar a los pobres y a los que no tienen una familia.

Este encuentro con ustedes me servirá de aliento durante el resto de mi visita a África. Les pido que me acompañen con sus oraciones, porque las necesito mucho. También quisiera pedirles algo concreto: que dejen hoy este lugar con un nuevo compromiso de amar a Jesús, de reavivar el don de la fe que Él les ha dado. Con el amor y con la fidelidad al Evangelio, ustedes serán faros de esperanza para la sociedad keniata. Demostrarán que la dignidad humana es más valiosa que las cosas que se poseen; que la familia es la célula esencial de la sociedad; que la castidad y el matrimonio son dones de Dios, que no sólo realizan a la persona, sino que enriquecen también a la comunidad, y fortalecen las relaciones; que una sociedad honrada no busca el beneficio o la ventaja de unos pocos, sino el bien de todos. Así serán capaces de atraer a otros al amor de Dios, que da sentido y orienta nuestras vidas.

Queridos amigos, Kenia es un país bendecido con bellezas naturales, con recursos abundantes y con una larga historia. Sin embargo, su mayor tesoro está en su gente, especialmente en los ancianos, que custodian la sabiduría, y en los jóvenes, que son profecía de su futuro. Que Dios Todopoderoso los bendiga, bendiga a sus familias, y a todo el pueblo de Kenia; que les conceda paz, prosperidad y honda alegría.








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