2015-05-15 17:46:00

El poderoso Fuego que genera, sana, vivifica, actúa ya en el mundo


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

El amor que respira el Hijo con el Padre Dios, ese amor todopoderoso que engendra y crea el universo; ese amor es el que mueve primero al Hijo a abajarse, a hacerse uno más de los nuestros; a nacer de María de Nazaret para padecer con nosotros y por nosotros: Jesús de Nazaret. Y después, ese amor omnipotente, que palpita dentro de la llaga del pecho, ese amor que es fuego apasionado que purifica y llena de Vida plena, mueve a Jesús subir nuevamente al seno del Padre, como miembro total de nuestra humanidad pero con el corazón cargado de todos sus discípulos misioneros.

Jesús asciende al Padre impulsado, atraído, abrazado por este Amor que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, pero con parte de la humanidad ya reconquistada, purificada, vivificada, regenerada por este amor. Y como ya Jesús resucitado ha soplado su Espíritu de Amor sobre los discípulos y con el Padre derramará este fuego de amor que quiere incendiar el mundo los envía por el mundo antes de subir al cielo: “Vayan por el mundo…”

¿Los discípulos se quedan solos después de la ascensión? ¡No! El rostro y el cuerpo de Jesús de Nazaret que los discípulos han visto y tocado; ese cuerpo martirizado por la pasión y muerte, ese cuerpo resucitado, glorioso, pero con las llagas de la cruz, es como que ahora se esfuma a la vista fìsica de los discìpulos. Pero Jesús promete y deja su Espíritu; el Espíritu de amor que lo hace uno con el Padre Dios; el Espíritu que lo movió a bajar hasta nosotros para desatarnos, liberarnos, romper las cadenas del mal y de la  muerte: Su Espíritu, es ahora el que trabaja y actúa en sus discípulos misioneros y a través de ellos, que lo derraman en los corazones con el agua bendita del sacramento del bautismo. 








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