2015-02-21 13:19:00

Testigos de la Fe con el Padre Guillermo Buzzo


 (RV).- Aurora ya pasó los 80 años. Quien la ve, puede, si no la conoce, confundirla con una persona cualquiera. Y si le preguntamos a ella, nos dirá que no se confunde quien piensa eso, porque de verdad se considera “una persona cualquiera”.

Nacida en una familia rica, tuvo acceso a la mejor educación en su juventud, y fue la primera de su pueblo que pudo cursar estudios universitarios. No era común que los jóvenes entonces aspiraran a la universidad, y tratándose de mujeres, simplemente era algo imposible. Aurora, sin embargo, rompió el molde.

Dicen, los que la conocieron de joven, que era una de las más bonitas de su pueblo, y que incluso ganó alguna vez algún certamen de belleza local. Inteligente, rica, y además ¡bonita! Cualquiera en su momento habría pronosticado para ella un porvenir lleno de fama.

Aurora era además una persona de fe. No particularmente devota, ni muy practicante, pero la fe era parte de su vida.

“En un momento sentí como un llamado -nos cuenta- que me decía que tenía que abandonar mis comodidades y dedicar mi vida a trabajar por la justicia, junto a los más pobres. Un sacerdote, ya fallecido, me ayudó a escapar de esa nube que me rodeaba. Mis bienes, mis dones, mis saberes, todo lo miraba como posesiones mías, y no me había dado cuenta todavía que era el Señor que me los había dado y eran para ponerlos al servicio de los otros.”

Algunos afirmaron que Aurora decididamente había enloquecido. Y la realidad parecía darles la razón. Dejó su casa, su familia, sus círculos de relaciones, y se fue lejos, a la zona más pobre y selvática de su país.

No la movía una estrategia de promoción, o proyecto político; ni siquiera un plan de evangelización explícito. No. Ella fue a estar con aquellos que -entendió- eran los más pobres, a vivir como uno de ellos, y a aportar lo propio como una más. Sus estudios los volcó por completo a favorecer y mejorar el nivel de vida de sus vecinos, a los que consideró su propia familia. Muchas veces estuvo involucrada en polémicas fuertes con las autoridades, por defender a personas que no tenían los recursos para defenderse por si solas.

Hoy ya no quedan personas que hayan llegado a ese lugar o hayan nacido allí antes de que ella se mudara. Aurora hace tiempo dejó de ser alguien que vino de afuera, para transformarse en alguien que pertenece a ese lugar.

Ya no es la mujer bella, adinerada e influyente de otras épocas. Para muchos, un día simplemente desapareció. Muchos de sus actuales vecinos la conocen como “Aurora, la señora que vive sola en aquella pequeña casa sin terminar…”

Cuando conversas con ella, te cuenta sus inagotables proyectos, y a través de sus relatos uno es capaz de contemplar un corazón lleno de rostros, y una historia llena de pasión por Dios.

Cuando mira hacia atrás, y piensa en los dones que creía poseer en su juventud, agradece a Jesús por aquel sacerdote que la ayudó a darse cuenta que los talentos, como en la parábola del evangelio, no son para guardarlos bajo tierra, sino para invertirlos y hacerlos producir. En eso está, hasta que el Señor se lo permita.

Aurora, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.








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