2015-01-16 18:00:00

A pesar de los sufrimientos Dios sigue haciendo nuevas las cosas, escribe el Papa


(RV).- En el texto del discurso que el Papa había preparado para su encuentro con los sacerdotes, religiosos, seminaristas y familias de Palo en la Catedral de la Transfiguración del Señor el Papa Francisco escribe que a pesar de los desastres y el sufrimiento, causado por el tifón Yolanda, Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas. Además, el Santo Padre invita a pedir por aquellas personas a las que el dolor les hace difícil ver el camino a seguir. También recuerda que la bondad y la generosa ayuda de tantas personas, son una señal de que Dios nunca nos abandona.

Francisco no duda en afirmar que los numerosos testimonios de bondad y abnegación que se produjeron en esos días oscuros han de ser recordados y transmitidos a las generaciones futuras. Asimismo pide que en todo el país se trate a los pobres de manera justa, que se respete su dignidad, que las medidas políticas y económicas sean equitativas e inclusivas, que se desarrollen oportunidades de trabajo y educación, y que se eliminen los obstáculos para la prestación de servicios sociales.

Por último, el Obispo de Roma dirige unas palabras de sincero agradecimiento a los jóvenes, y entre ellos a los seminaristas y jóvenes religiosos. Muchos de ustedes – recuerda – han mostrado una generosidad heroica en los momentos posteriores al tifón. Espero que siempre tengan presente que la verdadera felicidad viene como consecuencia de ayudar a los demás, entregándose a ellos con abnegación, misericordia y compasión. De esta manera, serán una fuerza poderosa para la renovación de la sociedad, no sólo en la reconstrucción de los edificios, sino más importante aún, en la edificación del reino de Dios, en la santidad, la justicia y la paz en su tierra.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

Texto del discurso dejado por el Papa Francisco:

Encuentro con sacerdotes, religiosos, seminaristas y Familias

Palo, Catedral de la Transfiguración del Señor

17 enero 2015

            Queridos hermanos y hermanas

            Los saludo con gran afecto en el Señor. Me alegro de que podamos encontrarnos en esta catedral de la Transfiguración del Señor. Esta casa de oración, como tantas otras, ha sido reparada gracias a la notable generosidad de muchas personas. Se alza como un signo elocuente del inmenso esfuerzo de reconstrucción que ustedes y sus vecinos han llevado a cabo tras la devastación causada por el tifón Yolanda. También nos recuerda a todos nosotros que, a pesar de los desastres y el sufrimiento, nuestro Dios actúa constantemente, haciendo nuevas todas las cosas.

            Muchos de ustedes han sufrido enormemente, no sólo por la destrucción causada por el tifón, sino por la pérdida de familiares y amigos. Hoy encomendamos a la misericordia de Dios a todos los que han muerto, e invocamos su consuelo y paz para todos los que aún lloran. Tengamos presente de una manera particular a cuantos el dolor les hace difícil ver el camino a seguir. Al mismo tiempo, demos gracias al Señor por todos los que, en estos meses, se han esforzado por retirar los escombros, visitar a los enfermos y moribundos, consolar a los afligidos y enterrar a los muertos. Su bondad, y la generosa ayuda que provenía de tantas personas en todo el mundo, son una señal cierta de que Dios nunca nos abandona.

            De una manera especial, me gustaría agradecer a los numerosos sacerdotes y religiosos que respondieron con desbordante generosidad a las necesidades urgentes de los habitantes de las zonas más afectadas. Con su presencia y caridad, han dado testimonio de la belleza y la verdad del Evangelio. Han hecho presente a la Iglesia como una fuente de esperanza, salvación y misericordia. Junto con muchos de sus vecinos, han demostrado también la profunda fe y la fortaleza del pueblo filipino. Los numerosos testimonios de bondad y abnegación que se produjeron en esos días oscuros han de ser recordados y transmitidos a las generaciones futuras.

            Hace unos momentos, he bendecido el nuevo Centro para los pobres, que se erige como un nuevo signo de la atención y preocupación de la Iglesia por nuestros hermanos y hermanas necesitados. Son muchos, y el Señor los ama a todos. Hoy, desde este lugar que ha conocido un sufrimiento y una necesidad humana tan profundos, pido que se haga mucho más por los pobres. Por encima de todo, pido que en todo el país se trate a los pobres de manera justa, que se respete su dignidad, que las medidas políticas y económicas sean equitativas e inclusivas, que se desarrollen oportunidades de trabajo y educación, y que se eliminen los obstáculos para la prestación de servicios sociales. El trato que demos a los pobres será el criterio con el que seremos juzgados (cf. Mt 25, 40. 45). Les pido a todos ustedes, y a cuantos son responsables de la marcha de la sociedad, que renueven su compromiso en favor de la justicia social y la promoción de los pobres, tanto aquí como en toda Filipinas.

             Por último, me gustaría dirigir unas palabras de sincero agradecimiento a los jóvenes aquí presentes, y entre ellos a los seminaristas y jóvenes religiosos. Muchos de ustedes han mostrado una generosidad heroica en los momentos posteriores al tifón. Espero que siempre tengan presente que la verdadera felicidad viene como consecuencia de ayudar a los demás, entregándose a ellos con abnegación, misericordia y compasión. De esta manera, serán una fuerza poderosa para la renovación de la sociedad, no sólo en la reconstrucción de los edificios, sino más importante aún, en la edificación del reino de Dios, en la santidad, la justicia y la paz en su tierra.

            Queridos sacerdotes y religiosos, queridas familias y amigos. En esta catedral de la Transfiguración del Señor, pidamos que nuestras vidas sigan siendo sustentadas y transfiguradas por el poder de su resurrección. Los encomiendo a todos a la protección amorosa de María, Madre de la Iglesia. Que ella les obtenga a ustedes y a todo el amado pueblo de estas tierras, abundantes bendiciones de consuelo, alegría y paz en el Señor. Que Dios los bendiga.








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