2014-12-09 19:31:00

El Consuelo de Dios según Papa Francisco


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

Con la invitación de Dios expresada por la boca del profeta Isaías: «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» (40,1) tomada de la liturgia del domingo II de Adviento, Francisco ejercitó su ministerio de padre espiritual, tratando de ayudar a discernir los diversos pensamientos y afectos que nos pasan por el alma, para aceptarlos o rechazarlos según sean o no de Dios, como enseña Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales.

Por eso hay que decir que cuando Papa Bergoglio habla de “consuelo” o de “consolación”, se trata de lo que experimenta en lo profundo la persona que sostiene una vida espiritual con el encuentro cotidiano con Jesús, buscando la Voluntad de Dios en la propia vida. Por eso Francisco dijo: “No podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no  experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que debemos llevar en el bolsillo o en la cartera para leerlo continuamente. Y esto nos da consolación: cuando permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela”.

Más adelante el Obispo de Roma, hizo un discernimiento espiritual clave, desenmascarando el porqué nos cuesta tanto aceptar la consolación de Dios, cuando expresó: “Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Al  contrario, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Saben por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio, en la consolación es ¡el Espíritu Santo el protagonista! Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía para salir de nosotros mismos, es Él quien nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, es decir el Padre. Y esto es la conversión. ¡Por favor déjense consolar por el Señor! ¡Déjense consolar por el Señor!”.

En el libro de los Ejercicios san Ignacio explica, entre otras cosas, que la consolación es cuando el alma se inflama en el amor de Dios, “todo aumento de fe, esperanza y caridad; toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales” (EE.EE 316). Es desde esta profundidad de la vida espiritual, del discernimiento de lo que nos pasa por el alma y de la decisión de ser discípulos misioneros valientes, que Francisco llamó a los fieles y peregrinos que escucharon su reflexión, rezaron con él el ángelus y recibieron su bendición en la plaza del santuario de san Pedro en Roma y a través de la señal de Radio Vaticana y el Centro Televisivo Vaticano: “Hoy se necesita personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacuda a los resignados, que reanime a los desanimados, que encienda el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Tantas situaciones exigen nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso a cuantos están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a cuantos son esclavos del dinero, del poder, del suceso, de la mundanidad. ¡Pobrecitos! Tienen falsas consolaciones, no la verdadera consolación del Señor! Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, dando testimonio que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales- ¡Él lo puede hacer! ¡Es potente! El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar con empeño el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nosotros confiamos en Él con un corazón humilde y arrepentido, Él destruirá los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones, allanará las montañas de la soberbia y de la vanidad y abrirá el camino del encuentro con Él”.








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