2014-12-08 15:47:00

Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros


(RV).- El Papa Francisco rezó el Ángelus con varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países que se dieron cita en la Plaza de San Pedro en la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Tras afirmar que todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros – dijo – el Obispo de Roma recordó que el Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» porque en ella no hay espacio para el pecado, puesto que Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús preservándola de la culpa original.

Texto completo de las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus:

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buena fiesta!

El mensaje de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la ha preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dijo: «Yo haré según tu palabra». No, sino: «Hágase en mí…». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide que escuchemos a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! Que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre.

La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace tantas maravillas en nosotros. María es receptiva, pero no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, del mismo modo, en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido primero la fe, y después al Señor.

Este misterio de la acogida de la gracia, que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. En efecto, San Pablo inicia su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo» (1, 3). Así como Santa Isabel saluda a María como «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), del mismo modo también nosotros hemos sido desde siempre «bendecidos», es decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo, «en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.

Frente al amor, frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. Ninguno de nosotros puede comprar la salvación. La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros, y habita en nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, del mismo modo gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. El Espíritu es don para nosotros. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los demás; que nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, de reconciliación, instrumentos de perdón.

Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor – porque la gracia del Señor nos transforma, eh – no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se parece al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel”.








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