2014-11-15 13:34:00

¿Cuál es tu lugar en el mundo y tu misión?


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

(Radio Vaticana).- Nadie se da la vida a sí mismo. La vida es un don, un regalo de Dios. Junto con tantos regalos que nos vienen con el regalo de la vida como la familia, la tierra, la cultura, la fe, están esos regalos personales, esas gracias particulares, los talentos de los que Dios nos dota, para poder realizar nuestra misión en la vida. “Yo soy una misión” dice Francisco en “La Alegría del Evangelio”. Esos talentos fecundados por el Espíritu en el bautismo y los sacramentos son las herramientas de nuestra vocación y misión.

Francisco repite aquello del Documento de Aparecida que la vida es para darla. No para guardarla, sino para gastarla entregándola por los demás como lo hizo Jesús y los santitos de nuestra devoción. Gozan más los que dan la vida por los demás. Francisco habla también de los cristianos “cara de vinagre”. En muchos casos el vinagre es el vino que se ha echado a perder y ya no sirve como vino bueno. Habla también del mal olor y la humedad de la habitación cerrada del que se encierra.

Hay que salir, hay que animarse a salir de nosotros mismos, del egoísmo, de la comodidad, para vivir esos regalos, dones y talentos de Dios con los otros, según la misión para la que nacimos; según la vocación en la familia, en el Pueblo de Dios en camino; como un ladrillo del templo espiritual que es Cristo a la cabeza del cuerpo místico.

La parábola de los talentos en el evangelio de san mateo en el capítulo 25, es sobre todo para los jóvenes. La juventud es el tiempo del discernimiento de los talentos, decía san Juan Pablo II. Como nuestro lugar en el mundo es un llamado de Dios a la vida, a la misión, debemos pedirle en la oración que nos ayude a descubrir cada vez más el modo mejor de compartir y gastar y desgastar la vida con los talentos que Dios nos ha dado para la misión.

Mateo 25,14-30 El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!". El señor dijo: Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes".








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