Familia, “escuela de humanidad”, uno de los desafíos del Sínodo: relación del Relator
General, card. Erdö
(RV).- (Actualizado con video) La Relación previa a la discusión, presentada el lunes
por la mañana, por el cardenal Peter Erdö, Relator General, introduce los trabajos
del Sínodo, destacando los puntos principales sobre los que se desarrollará la discusión
en el aula. En este sentido, es importante destacar un nuevo elemento: La Relación
de esta asamblea sinodal ya incluye las intervenciones escritas de los Padres Sinodales
, enviadas a la Secretaría general del Sínodo antes del inicio de los trabajos. Todo
esto con el fin de responder mejor al sentido colegial de la asamblea.
En
primer lugar, la relación del cardenal Erdö nos invita a mirar a la familia con esperanza
y misericordia, anunciando su valor y su belleza, ya que, a pesar de las muchas dificultades,
no es un “modelo fuera de curso”. Vivimos en un mundo solamente de emociones, dice
el cardenal, en el que la vida “no es un proyecto, sino una serie de momentos” y “el
compromiso estable parece temible” para el ser humano al que el individualismo ha
hecho muy frágil. Pero es precisamente aquí, frente a estos “signos de los tiempos”
que el evangelio de la familia se presenta como un “remedio”, una “verdad medicinal”,
que hay que proponer colocándose en el lugar de aquellos a quienes más “les cuesta”
reconocerla como tal y vivirla. No, por lo tanto, al “catastrofismo o a la abdicación”
dentro de la Iglesia: “Existe un patrimonio de fe claro y ampliamente compartido”.
Por ejemplo, las formas ideológicas tales como la teoría del gender o la equiparación
de las uniones homosexuales con el matrimonio entre hombre y mujer no gozan de consenso
entre la gran mayoría de los católicos, mientras que el matrimonio y la familia siguen
considerándose ampliamente vistos como un “patrimonio” de la humanidad, que se debe
proteger, promover y defender. Ciertamente, entre los creyentes, la doctrina es a
menudo poco conocida o practicada, pero “esto no significa que se ponga en tela de
juicio”.
Esto vale, en particular, en lo que se refiere a la indisolubilidad
del matrimonio y su sacramentalidad entre los bautizados. No se cuestiona la doctrina
de la indisolubilidad del matrimonio en cuanto tal, es más, queda incontestada y en
gran parte es observada en la praxis pastoral de la Iglesia con las personas que han
fracasado en su matrimonio y que buscan un nuevo inicio. Por lo tanto, en este Sínodo
no se discute sobre las cuestiones doctrinales, sino sobre las cuestiones prácticas
—inseparables, por otro lado, de las verdades de la fe—, de naturaleza exquisitamente
pastoral. De ahí, la necesidad de una mayor formación, especialmente para los novios,
para que sean plenamente conscientes tanto de la dignidad sacramental del matrimonio,
basado en la “unicidad, fidelidad y fecundidad”, tanto de su ser “una institución
de la sociedad”. Aunque amenazado por “factores disgregadores”, tales como el divorcio,
el aborto, la violencia, la pobreza, el abuso, “la pesadilla” de la precariedad, el
desequilibrio causado por las migraciones- explica el cardenal Erdö- la familia es
siempre una “escuela de humanidad”: “La familia es casi la última realidad humana
acogedora en un mundo determinado casi exclusivamente por las finanzas y la tecnología.
Una nueva cultura de la familia puede ser el punto de partida para una renovada civilización
humana”.
Por eso, prosigue el purpurado, la Iglesia sostiene a la familia
concretamente, incluso si dicha ayuda “no puede prescindir de un compromiso eficaz
de los Estados” en la tutela y promoción del bien común, mediante políticas adecuadas.
Refiriéndose luego a los que viven en situaciones maritales difíciles, el cardenal
Erdö hace hincapié en que la iglesia es una “casa paterna” para ellos y con ellos
es necesaria “una acción de pastoral familiar renovada y adecuada” sobre todo para
que se sientan amados por Dios y por la comunidad eclesial, en una perspectiva misericordiosa
que no cancele sin embargo, “la verdad y la justicia”. La misericordia, por lo tanto,
tampoco anula los compromisos que nacen de las exigencias del vínculo matrimonial.
Éstos siguen subsistiendo incluso cuando el amor humano se ha debilitado o ha cesado.
Esto significa que, en el caso de un matrimonio sacramental (consumado), después de
un divorcio, mientras el primer cónyuge siga con vida, no es posible un segundo matrimonio
reconocido por la Iglesia. Por otra parte, dada la diversidad de situaciones - divorcio,
matrimonio civil, convivencia - el cardenal Erdö destaca la necesidad de “directrices
claras” para que los pastores de las comunidades locales puedan ayudar concretamente
a las parejas en problemas, evitando las improvisaciones de una “pastoral casera”.
En cuanto a la divorciados vueltos a casar civilmente, el cardenal subraya
que crearía confusión “concentrarse sólo en la cuestión de la recepción de los sacramentos”:
es necesario, en cambio mirar a un contexto más amplio, de preparación al matrimonio
y de ayuda- no burocrática, sino pastoral- a los cónyuges para ayudarlos a entender
las razones del fracaso del primer matrimonio, e identificar elementos útiles para
la invalidez: “Hay que tener en cuenta la diferencia entre quien culpablemente ha
roto un matrimonio y quien ha sido abandonado. La pastoral de la Iglesia debería hacerse
cargo de estas personas de modo particular”. No sólo: teniendo en cuenta la escasa
conciencia que existe hoy del sacramento del matrimonio y la difusión de la mentalidad
partidaria del divorcio, “no parece imprudente”, considerar que no pocos matrimonios
celebrados en la Iglesia pueden resultar no válidos. De ahí, la sugerencia, contenida
en la Relación, - de reconsiderar, en primer lugar, la obligatoriedad de la doble
sentencia conforme a la declaración de nulidad del vínculo matrimonial siempre y cuando
se eviten “el mecanicismo y la impresión de la concesión de un divorcio” o “soluciones
injustas y escandalosas”.
En este ámbito, dice el purpurado, es necesario
examinar más en profundidad la praxis de algunas de las Iglesias ortodoxas, que prevé
la posibilidad de segundas nupcias y terceras connotadas por un carácter penitencial.
En la última parte, el documento del cardenal Erdö se centra en el Evangelio de la
vida: la existencia va desde la concepción hasta la muerte natural, destaca el Relator
de la Asamblea y la apertura a la vida es “una parte esencial, una exigencia intrínseca”
del amor conyugal, mientras que hoy en día, sobre todo en Occidente, las parejas que
eligen deliberadamente no tener hijos, o las que hacen de todo por tenerlos se ven
aplastadas por la propia capacidad de autodeterminación: La acogida de la vida, el
asumirse responsabilidades en orden a la generación de la vida y al cuidado que ésta
requiere, sólo es posible si la familia no se concibe como un fragmento aislado, sino
que se percibe insertada en una trama de relaciones... Es cada vez más importante
no dejar a la familia o a las familias solas, sino acompañarlas y sostenerlas su camino...
Detrás de las tragedias familiares con mucha frecuencia hay una desesperada soledad,
un grito de sufrimiento que nadie ha sabido escuchar.
Es importante, por lo
tanto, “recuperar el sentido de una solidaridad difusa y concreta” superar la “privatización
de los afectos” que vacía de sentido a la familia y la confía a la decisión del individuo;
es necesario crear en el plano institucional, las condiciones que facilitan la acogida
de un niño y la asistencia a un anciano, como “un bien social que hay tutelar y favorecer”.
Por su parte, la Iglesia debe cuidar de modo particular la educación de la afectividad
y de la sexualidad, explicando su valor y evitando la “banalización y la superficialidad”.
En conclusión, afirma el cardenal Erdö, el desafío del Sínodo es lograr proponer ''más
allá del círculo de los católicos practicantes y, considerando la situación compleja
de la sociedad'', el “atractivo” del mensaje cristiano respecto al matrimonio y la
familia, dando “respuestas verdaderas e impregnadas de caridad”. Porque “el mundo
necesita a Cristo”.