Unidos en el servicio a su querida patria, el Papa a los líderes de las comunidades
religiosas presentes en Albania
Unidos en el servicio a su querida patria, el Papa a los líderes de las comunidades
religiosas presentes en Albania
(RV).- (Con audio. Actualizado) La Universidad
Católica Nuestra Señora del Buen Consejo de Tirana fue el lugar del encuentro del
Papa con los jefes de 5 mayores comunidades religiosas presentes en el País: musulmana,
bektashi, católica, ortodoxa y evangélica: presencia signo del diálogo que viven día
a día, observó el Papa, intentando establecer entre ustedes relaciones fraternas
y de colaboración por el bien de toda la sociedad. El Obispo de Roma recordó que Albania
ha sido testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir si se excluye
a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. “Cuando, en nombre de una ideología,
se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida
el hombre se pierde”.
Como creyentes, puntualizó, hemos de estar atentos a
que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que damos testimonio
con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que pretende venerar,
rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los
hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado de la religión.
El Obispo de Roma recordó a los presentes que la religión auténtica es fuente
de paz y no de violencia. “Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia.
Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio”. “Discriminar en nombre de Dios es
inhumano. Desde este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza
únicamente el sistema legislativo vigente: es un espacio común, un ambiente de respeto
y colaboración que se construye con la participación de todos, también de aquellos
que no tienen ninguna convicción religiosa”.
Francisco animó a estos “queridos
amigos” a mantener y a desarrollar la tradición de buenas relaciones entre las comunidades
religiosas presentes en Albania, y a sentirse unidos en el servicio a su querida patria.
(RC-RV)
DISCURSO COMPLETO DEL SANTO PADRE EN EL ENCUENTRO
INTERRELIGIOSO
Queridos
amigos:
Me alegro mucho de este encuentro con los responsables de las principales
confesiones religiosas presentes en Albania. Mi saludo respetuoso a cada uno de ustedes
y a las comunidades que representan; y gracias de corazón a Mons. Massafra por sus
palabras de presentación e introducción. Es importante que estén aquí juntos: es signo
del diálogo que viven día a día, intentando establecer entre ustedes relaciones fraternas
y de colaboración por el bien de toda la sociedad. Gracias por lo que hacen.
Albania
ha sido tristemente testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir
si se excluye a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. Cuando, en nombre
de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos,
y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados.
Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de
conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente
empobrecida, privada de esperanza y de ideales.
Los cambios que se han producido
a partir de los años 90 del siglo pasado han tenido también como efecto positivo la
creación de las condiciones adecuadas para una efectiva libertad religiosa. Esto ha
hecho posible que las comunidades reaviven tradiciones que nunca se habían apagado
del todo, a pesar de las feroces persecuciones, y ha permitido que todos, también
desde sus propias convicciones religiosas, puedan colaborar en la reconstrucción moral,
antes que económica, del país.
En realidad, como dijo San Juan Pablo II en
su visita a Albania en 1993, «la libertad religiosa […] no es sólo un don precioso
del Señor para cuantos tienen la gracia de la fe: es un don para todos, porque es
la garantía fundamental para cualquier otra expresión de libertad […]. La fe nos recuerda
mejor que nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad
religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación decisiva
a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania, 25 de abril de 1993).
Pero
inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la tentación
de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto y diálogo constructivo»
(ibid.). No podemos dejar de reconocer que la intolerancia con los que tienen convicciones
religiosas diferentes es un enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente
hoy se está manifestando en diversas regiones del mundo. Como creyentes, hemos de
estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que
damos testimonio con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que
pretende venerar, rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni
de Dios ni de los hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado
de la religión. La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede
usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran
sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano.
Desde este punto de
vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza únicamente el sistema
legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un espacio común, un ambiente
de respeto y colaboración que se construye con la participación de todos, también
de aquellos que no tienen ninguna convicción religiosa. Me permito indicar dos actitudes
que pueden ser especialmente útiles en la promoción de la libertad religiosa.
La
primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a nuestra
tradición religiosa, no a rivales, y menos aún a enemigos, sino a hermanos y hermanas.
Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad de imponerse, de forzar al
otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de irradiación. En el fondo, todos
somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a la verdad y a la eternidad,
no vivimos, ni individualmente ni como grupos nacionales, culturales o religiosos,
como entidades autónomas y autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos
confiados los unos a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro,
debería lograr dar razón de la existencia del otro.
La segunda actitud es el
compromiso en favor del bien común. Siempre que de la adhesión a una tradición religiosa
nace un servicio más convencido, más generoso, más desinteresado a toda la sociedad,
se produce un auténtico ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece
así no sólo como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una
potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo. Cuanto
más se pone uno al servicio de los demás, más libre es.
Miremos a nuestro alrededor:
cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún a nuestras sociedades
para encontrar caminos hacia una justicia social más compartida, hacia un desarrollo
económico inclusivo. El alma humana no puede perder de vista el sentido profundo de
las experiencias de la vida y necesita recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres
y mujeres inspirados en los valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una
ayuda importante, insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo
interreligioso.
Y luego, algo que es siempre como un fantasma, ¿no?, el fantasma
de "pero es todo relativo", el relativismo...Un principio claro: no se puede dialogar
si no se parte desde la propia identidad. Sin identidad no puede existir diálogo.
Sería un diálogo fantasma, un diálogo en el aire: no sirve. Cada uno de nosotros tiene
la propia identidad religiosa, es fiel a ella. Pero, el Señor sabe como lleva la Historia.
Vamos desde la propia identidad, sin fingir que tenemos otra: eso no sirve. No ayuda.
Eso es relativismo. Aquello que nos une es el camino de la vida, es la buena voluntad
- a partir de la propia identidad - de hacer el bien a los hermanos y hermanas. Hacer
el bien... Y así, como hermanos vamos juntos. Y cada uno de nosotros ofrece el testimonio
de la propia identidad al otro, y dialoga con el otro. Después, el diálogo puede ir
más allá sobre cuestiones teológicas: ¡eso es bello! Pero lo que es más importante
es caminar juntos sin traicionar la propia identidad, sin ponerle máscaras, sin hipocresías.
Esto...a mí me hace bien pensar en esto.
Queridos amigos, les animo a mantener
y a desarrollar la tradición de buenas relaciones entre las comunidades religiosas
presentes en Albania, y a sentirse unidos en el servicio a su querida patria. ¿Eh?
Con un poco de sentido del humor se puede decir que éste parece un equipo de fútbol,
¿no? Los católicos contra todos los demás...¡Todos juntos, por el bien de la patria
y de la humanidad! Sigan siendo signo, para su país y para los demás países, de que
son posibles las relaciones cordiales y de fecunda colaboración entre hombres de diversas
religiones. Y les pido un favor, de rezar por mí. También yo lo necesito, lo necesito
tanto. Gracias.