Papa: ¡Jesús pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación!
(RV).- ( se actualizó con voz del Papa) (con audio) «La cruz
de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida
y restablece los lazos originarios del amor fraterno. ¡Éste es el mensaje que les
dejo como conclusión de mi visita a Corea: tengan confianza en la fuerza de la cruz
de Cristo! Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los
demás», dijo el Papa Francisco, culminando su viaje a Corea con la Santa Misa para
implorar a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Con este ruego que tiene
especial resonancia en la península coreana, cuyo pueblo desde hace más de 60 años
conoce la experiencia de división y conflicto, en la Catedral de Myeong-dong, en Seúl,
el Obispo de Roma alentó también a dar «un testimonio convincente del mensaje reconciliador
de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional».
Exhortando a la conversión e impulsando la amistad y colaboración con otros cristianos,
con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, invitó a rezar «para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro,
para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste
asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez
más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una
única familia, de un solo pueblo. Hablan la misma lengua».
En la oración de
los fieles, el Papa Bergoglio invitó a rezar por el Card. Filoni, enviado personal
suyo a Irak y por cuantos sufren persecuciones y están obligados a dejar sus casas
y tierra. (CdM - RV)
Voz y texto completo de la homilía del Papa:
HOMILÍA Catedral
de Myeong-dong – Seúl 18 de agosto de 2014
Queridos hermanos
y hermanas:
Mi estancia en Corea llega a su fin y no puedo dejar de
dar gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este querido
país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre estas bendiciones, cuento
también la experiencia vivida junto a ustedes estos últimos días, con la participación
de tantos jóvenes peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su entusiasmo
por la propagación del Reino son un modelo a seguir para todos. Mi visita
culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de
la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península
coreana. La Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación
en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra
oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20).
¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo! La
primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad
de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el
pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios
está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente
unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón
a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la
paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación
del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como
personas y como pueblo. Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa
en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de
división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación
de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen
cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos
ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio
de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos
carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como
cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha,
en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por
las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano. En
el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces
le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta
siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales
en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos
cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también
nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo,
¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación? Jesús
nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos
que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical,
pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano
parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible
y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder
de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios
del amor fraterno. Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi
visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia
reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio
convincente del mensaje reconciliador de Cristo en sus casas, en sus comunidades y
en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración
con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres
y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana,
sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por
la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde más puros corazones y, por un don
de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos. Recemos
para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen
las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria
a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que
todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo
pueblo. Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la Señora Presidenta
de la República, a las Autoridades civiles y eclesiásticas y a todos los que de una
u otra forma han contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera
expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan cada día al servicio
del Evangelio y de la edificación del Pueblo de Dios en la fe, la esperanza y la caridad.
Les pido, como embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf.
2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa
colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos. Su ejemplo de amor
incondicional al Señor, su fidelidad y dedicación al ministerio, así como su compromiso
de caridad en favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra
de la reconciliación y de la paz en este país. Queridos hermanos y hermanas,
Dios nos llama a volver a él y a escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la
tierra una paz y una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros antepasados.
Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba de ese nuevo día, en el que
esta tierra de la mañana tranquila disfrutará de las más ricas bendiciones divinas
de armonía y de paz. Amén.