“La vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo”, Francisco
a los religiosas y religiosos
(RV).- (actualizado con audio) Con el corazón acariciado
por los cantos y la ternura de los niños enfermos en la Casa de la Esperanza, el Papa
se dirigió a las 17.15 aproximadamente al encuentro con las comunidades religiosas
en el Training Center “Escuela del amor” de Kkottongnae, en donde cada año cerca de
200.000 jóvenes siguen cursos de espiritualidad activa. En el breve trayecto que
realizó en papamóvil, Francisco se detuvo a orar en el "Jardín de los niños abortados",
un cementerio simbólico formado por docenas de cruces blancas; allí saludó a una representación
de los activistas “Pro-life” de Corea y al misionero sin piernas ni brazos, Hno. Lee
Gu-Won. Miles de religiosos y religiosas esperaban a Francisco en el gran auditorio.
Por motivos de tiempo, - como el mismo Papa Francisco explicó – durante el encuentro
con los religiosos en Kkottongnae no se recitaron las vísperas. Después de una breve
oración inicial a la Madre de Dios, el Obispo de Roma pronunció su discurso en el
gran auditorio: “La vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo”,
manifestó. Y hablando sobre el testimonio gozoso que debe ser alimentado por la vida
de oración, de meditación de la Palabra de Dios, de celebración de los sacramentos
y vida comunitaria, el Santo Padre exhortó a los religiosos a no guardar para sí mismos
la experiencia de Dios, sino a compartirla, llevando a Cristo a todos los rincones
de su querido país. “Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por
atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la
formación de los consagrados y consagradas, aquellos que vendrán después de ustedes
mañana”. (GM – RV)
Discurso Completo de Su Santidad el Papa Francisco
Encuentro
con las Comunidades religiosas en Corea Kkottongnae, Training Center 16 de agosto
de 2014 Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Saludo a todos con afecto en el
Señor. Es bello estar hoy con ustedes y compartir este momento de comunión. La gran
variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece maravillosamente
la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este marco de la celebración de las
Vísperas, en la que hemos cantado - ¡deberíamos haber cantado! - las alabanzas de
la bondad de Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus desvelos
por construir el Reino de Dios. Doy las gracias al Padre Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica
Lee Kwang-ok, Presidentes de las conferencias coreanas. Las palabras del Salmo
–«Se consumen mi corazón y mi carne, pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote
perpetuo» (Sal 73,26)– nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta
gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se expresa de la
misma manera en todos los momentos de la vida, especialmente en los de gran dificultad,
«siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de
ser infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser amados por
Dios está en el centro de su vocación: ser para los demás un signo tangible de la
presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro
testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría
es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios,
de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad. Muy importante. Cuando
éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos
tan dentro al comienzo de nuestro camino. La experiencia de la misericordia de
Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes
son, a todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso
del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia.
Aquella es la roca. Éste es ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia
madura y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando forma de siervo,
aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf. Perfectae caritatis, 14). No hay
atajos: Dios desea nuestro corazón por completo, y esto significa que debemos «desprendernos»
y «salir de nosotros mismos» cada vez más. Una experiencia viva de la diligente misericordia
del Señor sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad que nace
de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios,
que es la «roca de mi corazón». Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso
personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en
Dios, vigilancia y perseverancia y apertura del corazón al hermano sabio o a la hermana
sabia, que el Señor pone en nuestro camino. Mediante el consejo evangélico de la
pobreza, ustedes podrán reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente
de fortaleza, sino también como un tesoro. Parece contradictorio, pero ser pobres
significa encontrar un tesoro. Incluso cuando estamos cansados, podemos ofrecer nuestros
corazones agobiados por el pecado y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos
más indefensos, podemos alcanzar a Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser perdonados y sanados
es en sí misma una forma de pobreza que nunca debemos olvidar, no obstante los progresos
que hagamos en la virtud. También debe manifestarse concretamente en el estilo de
vida, personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de evitar todo
aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás. En la
vida consagrada, la pobreza es a la vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque
protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el
justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto
de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica
a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad
puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los
medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo
vivió y nos enseñó. Y agradezco, sobre este punto, al padre presidente y a la hermana
presidente de los religiosos, porque han hablado, justamente, sobre el peligro que
representan la globalización y el consumismo para la vida de la pobreza religiosa.
Gracias. Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que puedan
para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el
mundo. No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los
rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos
por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte
en la formación de los consagrados y consagradas, aquellos que vendrán después de
ustedes mañana. Tanto si se dedican a la contemplación o a la vida apostólica, sean
celosos en su amor a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el
propio carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo de Dios
en unidad, santidad y amor. Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los
ancianos y enfermos de sus comunidades – también un saludo especial del corazón
para ellos – los confío a los cuidados amorosos de María, Madre de la Iglesia, y les
doy de corazón la bendición. Los bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu
Santo.