Meditaciones para la Fe, con Padre Buzzo (RV).- Me contaba un
amigo que, cuando era niño, él, con sus cuatro hermanos, dormían en el mismo dormitorio,
donde, más o menos a la misma hora, se acostaban a dormir. Normalmente, el padre o
la madre, con una simple señal, o una palabra, indicaban que ya era la hora, y algunos
con más dificultad que otros se iban preparando para ir a la cama. Después de unos
minutos, cuando ya todos los hermanos estaban acostados, el padre o la madre, iban
al dormitorio, y rezaban juntos el Padrenuestro. Luego del “amén”, cada hermano recibía
un beso y un deseo de buenas noches. Se apagaba la luz y se terminaba el día. Eso
sucedía cada día. Siempre igual. A veces más tarde, a veces más temprano, pero siempre
el mismo ritmo marcaba el final del día. Un día, sucedió algo diferente. El padre
estaba de viaje, y tuvo un accidente. La información era muy poca. Sabían que había
salido herido, que lo habían llevado al hospital más cercano al lugar del accidente.
Y poca cosa más. La noticia los conmovió, como es de esperar en un caso así, pero
lo que mi amigo recuerda de esa noche, no fue la angustia provocada por el accidente.
No. Lo que mi amigo recuerda es la actitud de su madre. Me decía: Yo tenía, no
solo la mirada, sino todos mis sentidos pendientes de su rostro. Necesitaba saber
hasta qué punto el tema era peligroso. Si tenía que llorar, si tenía que preocuparme.
Si tenía que estar triste. O si me podía dormir tranquilo… Pero lo que encontró
en el rostro de su madre no era ni desesperación ni miedo. Su rostro reflejaba confianza
y paz. Esa noche, los hermanos escucharon a su madre decir: “Bueno, hoy vamos
a rezar por papá y a pedir que se mejore pronto.” Y comenzó “Padre nuestro…” Se
apagó la luz, y esa noche dormimos todos. Pienso en esos hermanos, y pienso que
han tenido con ellos una gran catequista. Y pienso en tantas catequistas como esa
madre, que quizás solo conocen el Padrenuestro, pero que por sobre todas las cosas,
tienen fe. Y porque tienen fe son capaces de dar un TESTIMONIO. Porque cuando en la
Iglesia católica hablamos de testimonio, no nos referimos a grandes discursos, o a
sermones que conmuevan por la elocuencia. El testimonio es todo aquello que le
decimos a los otros (a todos los otros) sin usar palabras necesariamente, Y es lo
que los demás nos dicen con su vida, con sus formas de proceder, con sus decisiones,
con su manera de tratarnos. La fe, nuestra fe, nos ha sido transmitida a través
del testimonio. No es ni puede ser algo que aprendemos a través de un discurso, de
una práctica. Es un modo de vivir que fascina cuando lo vemos vivido en otro, y que
queremos también nosotros adoptarlo. Es la experiencia del amor que vemos vivir en
una persona, y que nos cautiva, y deseamos experimentar también nosotros. Aquella
noche, este amigo supo que incluso en los momentos difíciles de su vida es posible
mantener la calma, porque tenemos un Padre en el Cielo que se preocupa por nosotros,
y que, como dice el Salmo, aunque yo camine por cañadas oscuras nada temo, porque
tú vas conmigo.