Meditaciones en la fe (RV).- (audio) Cuando oímos hablar
de la santidad, de los santos, pensamos siempre en personas extraordinarias. Nos conmueve
de manera especial saber que alguien que nosotros conocimos, vimos, tocamos, es proclamado
santo, es canonizado, porque tenemos la impresión que los santos son gente tan especial,
tan extraordinaria que casi casi pertenecen a otro mundo. De los santos conocemos
frases memorables, inspiradoras. Conocemos sus acciones, sus anécdotas y algunos ribetes
de su vida que nos resultan apasionantes, heroicos. Es verdad. Los santos han
vivido su vida de manera especial. Pero me pregunto si sus acciones extraordinarias,
no terminan dejando en nosotros una idea equivocada de lo que es la santidad. Es verdad
que los santos muchas veces realizaron milagros, se destacaron en muchas cosas. Pero
nadie es canonizado por haber hecho un día un milagro, o por alguna obra particular,
sino porque su vida, su vida cotidiana mostró a sus contemporáneos el amor de Jesus.
Otra posible trampa que debemos evitar en referencia a la santidad, es la idea
de que para ser santos tenemos que alejarnos de la vida ordinaria. Como si uno tuviera
su jornada, o su semana repartida entre momentos sagrados y momentos mundanos. Y así,
por ejemplo, mirando su vida un cristiano llegara a decir: Bueno las ocho horas de
trabajo son cuestión mundana. Luego, rezo el rosario, en 15 minutos, esos minutos
son sagrados. Más tarde, viajo, o visito amigos, estoy con mi familia, o descanso,
y eso es cosa del mundo. Voy a misa el domingo, eso es sagrado. Total, paso la línea,
y de la semana rescato con suerte, unas poquitas horas sagradas y una gran mayoría
mundanas. Conclusión: de acuerdo a esos criterios, o estamos todos condenados,
o necesitamos otra vida para ser santos. Porque si los santos son los que hacen cosas
santas, yo ni siquiera puedo acercarme a esa altura. Evidentemente, el Señor no
nos pide apartarnos del mundo, sino todo lo contrario: acercar el mundo a él. Se
trata de vivir cada momento de nuestra vida con intensidad, con amor, con humildad,
con gratitud, tratando de descubrir a Dios que está presente allí donde yo trabajo,
donde estudio. Que me acompaña en todo momento. Descubrir a Dios que trabaja conmigo,
y comparte mi cansancio, y a quien puedo incluso regalarle como una ofrenda mis sudores,
mis fatigas. Cuando mi jornada me deja cansado pero la he vivido bien, procurando
hacer el bien, y consciente de que todo lo bueno viene de Dios, y que Él me ha dado
los talentos que tengo para ponerlos al servicio de los otros; cuando soy capaz de
vivir lo mundano, lo de todos los días, como lo vivió Jesús, entonces estoy en el
camino de la santidad. Son muchos los momentos en el día en que podemos levantar
la mirada y decirle al Señor: ayúdame, dame fuerza, dame paciencia, me duele, te ofrezco
mi esfuerzo, gracias, bendecí a esta persona, perdón, qué maravilla. En este sentido,
lo contrario a la santidad, no es lo cotidiano, sino vivir en el mundo pensando que
todo depende de nosotros, pensando que es nuestra genialidad, nuestro esfuerzo y nuestro
poder el que mantiene en pie las cosas. Repitamos una vez más la frase que Pedro
dijo en nombre de todos nosotros: Señor, a quién iremos? Tú solo tienes palabras de
vida eterna! (Jn 6, 68)