"Venerar las heridas de los corazones armenios como heridas del mismo Cristo", el
Papa al Patriarca Aram I
(RV).- (audio) Las heridas en los
corazones de los armenios, las tenemos que ver y venerar como heridas del mismo cuerpo
de Cristo. Palabras del Papa al Patriarca Aram I, alentando al camino ecuménico. «Invoquemos
con fe al Espíritu, Señor y dador de vida, para que renueve la faz de la tierra, sea
fuerza para sanar las heridas del mundo y reconciliar los corazones de cada hombre
con el Creador».
El Santo Padre recibió esta mañana al Patriarca Aram I, Catholicós
de la Iglesia Armenia Apostólica de Cilicia y a su séquito. Tras un encuentro privado,
accedieron a la Sala Clementina donde hubo un intercambio de dones y de discursos.
Posteriormente, en la capilla Redemtoris mater rezaron una oración en común. Escuchemos
el discurso del Papa:
Queridos hermanos en Cristo: Soy particularmente
feliz de brindar a usted, y a los distintos miembros de su delegación, un cordial
saludo en el Señor. Mi pensamiento en este momento se extiende a los obispos, al clero
y a todos los fieles del Catolicosado de Cilicia. «A todos llegue la gracia y la paz,
que proceden de Dios, nuestro Padre, y el Señor Jesucristo» (Romanos 1,7). ¡Bienvenidos
al umbral de los santos Apóstoles Pedro y Pablo!
Hace un mes tuve el placer
de recibir a Su Santidad Catholicós Karekin II, hoy tengo la alegría de encontrarme
con Su Santidad, Catholicós de la Gran Casa de Cilicia. Agradezco, junto con ustedes,
al Señor por las relaciones fraternales que nos unen, por su continuo progreso, y
considero que es un auténtico regalo de Dios el poder compartir este momento de encuentro
y de oración común.
Es bien sabido por todos el compromiso de Su Santidad para
la causa de la unidad entre los creyentes en Cristo. Usted ha ocupado puestos de primer
plano en el Consejo Ecuménico de las Iglesias, sigue ofreciendo un apoyo eficaz al
Consejo de Iglesias de Oriente Medio, que desempeña un papel importante en el apoyo
a las comunidades cristianas de la región, así lo demuestran las numerosas dificultades.
Y no querría olvidar la cualificada contribución ofrecida por Su Santidad y por los
representantes del Catolicosado de Cilicia a la Comisión mixta de Diálogo entre la
Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales. Yo diría que, en este camino
hacia la plena comunión, compartimos las mismas esperanzas y el mismo compromiso responsable,
conscientes de que caminamos así en la voluntad del Señor Jesucristo.
Su Santidad
representa una parte del mundo cristiano profundamente marcada por una historia de
pruebas y sufrimientos, aceptados con valentía por amor a Dios. La Iglesia Apostólica
Armenia se ha visto obligada a convertirse en un pueblo peregrino, experimentando
así en forma singular el propio estar en camino hacia el Reino de Dios. La historia
de la emigración, la persecución y el martirio de muchos fieles ha dejado heridas
profundas en los corazones de todos los armenios. Las tenemos que ver y venerar como
heridas del mismo cuerpo de Cristo: por esta razón, son también causa de inquebrantable
esperanza y confianza en la misericordia proveniente del Padre.
La confianza
y la esperanza que tanto necesitamos. Las necesitan los hermanos cristianos de Oriente
Medio, en particular aquellos que viven en las zonas devastadas por el conflicto y
la violencia. Las necesitamos también nosotros, cristianos que no debemos hacer frente
a esas dificultades, pero que a menudo nos arriesgamos a perdernos en los desiertos
de la indiferencia y el olvido de Dios, o a vivir en conflicto entre hermanos, o a
sucumbir en nuestras batallas internas contra el pecado. Como seguidores de Jesús,
debemos aprender a llevar con humildad las cargas de unos y de otros, ayudándonos
así el uno al otro a ser más cristianos, más discípulos de Jesús. Caminemos, entonces,
juntos en la caridad, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofreciéndose
en sacrificio agradable a Dios (cfr Efesios 5:1-2 ).
En estos días que preceden
a la solemnidad de Pentecostés, mientras nos preparamos a revivir el misterio del
milagro de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, invoquemos con
fe al Espíritu, Señor y dador de vida, para que renueve la faz de la tierra, sea fuerza
para sanar las heridas del mundo y reconciliar los corazones de cada hombre con el
Creador.
Sea Él, el Paráclito, el que inspire nuestro camino hacia la unidad,
sea Él el que nos enseñe cómo alimentar los lazos de hermandad que ya nos unen en
el único Bautismo y en la única fe. Invoco sobre todos nosotros, la protección de
María Santísima, Toda Santa, presente en el Cenáculo, junto con los Apóstoles, de
modo que sea para nosotros Madre de la Unidad. Amén.