Mensaje del Papa para la 48° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
(RV).- (Con audio) “Comunicación al servicio
de una auténtica cultura del encuentro” es el título del Mensaje del Papa Francisco
para la 48° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, única jornada mundial
establecida por el Concilio Vaticano II, que se celebra el domingo anterior a la fiesta
de Pentecostés, en este caso el próximo 1° de junio. El mensaje está fechado el 24
de enero, festividad de San Francisco de Sales, patrono de los comunicadores.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA
LA XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Comunicación
al servicio de una auténtica cultura del encuentro
Queridos hermanos
y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»;
por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros.
El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca,
conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en
la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la
escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres.
A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive
en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto
a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión,
marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas,
políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo,
los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos
de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana
que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para
todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos.
Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar
y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante
formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura
del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir
de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente
hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo
inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro
y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin
embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden
las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite
una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas
puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera
hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso
a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede
ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital
puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado.
Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos
motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero
no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan
que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces,
¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo
digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma.
Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser
pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa
con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente
acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos
a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como
se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar
mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión
del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera
religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre
otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica
cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar
una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados,
estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la
que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi
prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos
de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el
uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología
digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también
una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano.
El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto
que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer
al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar
significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta
definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación
tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas,
nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por
los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita
y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse.
En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual.
Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos
ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales,
es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada
de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos.
Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas
no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los
medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino
que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico
en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los
medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo
puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma
de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano,
gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a
menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de
autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar
donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles
también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres
y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el
mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir
las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto
para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como
para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.
Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos.
¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye
a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy
uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la
belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve
una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un
testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse
a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto
a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de
la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de
las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos
de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy
para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio,
es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado
y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad
espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que
decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a
las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que
la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, vertiendo
sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite
perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga
de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien
encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.
El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes
para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia
que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución
de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante
que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás
la belleza de Dios.
Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco
de Sales