La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente: misa
del Papa en Amán
(RV).- (actualizado con audio y texto) Durante la Santa Misa celebrada en el estadio
Internacional de Amán, el Papa ha reflexionado sobre el pasaje del Evangelio en el
que se lee la promesa que Jesús hace a sus discípulos para que el Padre les envíe
otro Paráclito que estuviera siempre con ellos. “El primer Paráclito es el mismo
Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo”, ha dicho. “Jesús es el enviado, lleno del
Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados
como mensajeros y testigos de paz”. El Santo Padre ha dedicado profundas palabras
al significado de la paz: “La paz no se puede comprar, es un don que hemos de buscar
con paciencia y construir ‘artesanalmente’” mediante pequeños y grandes gestos en
nuestra vida cotidiana. (MZ-RV)
Homilía completa del Papa: Audio
de la radio crónica de RV:
Durante
la Santa Misa celebrada en el estadio Internacional de Amman, el Papa ha reflexionado
sobre el pasaje del Evangelio en el que se lee la promesa que Jesús hace a sus discípulos
para que el Padre les envíe otro Paráclito que estuviera siempre con ellos. “El primer
Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo”, ha dicho. “”Jesús es
el enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros
somos enviados como mensajeros y testigos de paz”. El Santo Padre ha dedicado profundas
palabras al significado de la paz: “La paz no se puede comparar, es un don que hemos
de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’” mediante pequeños y grandes
gestos en nuestra vida cotidiana.
En el Evangelio hemos escuchado
la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito,
que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). El primer Paráclito es el mismo Jesús; el
“otro” es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del
lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret,
después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16). Así pues, el Evangelio de
este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación,
nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros,
y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge
y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús
para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo
manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu
Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado
en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando
la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu Santo te llenará, te cubrirá con
su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre
Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación
de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados
por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado
por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría
del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro
del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu
Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La
misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar
la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas
y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre
una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole
que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el
Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para
que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes
que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo
se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo
amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de
fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para
una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos
plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos
hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y amarnos fraternamente.
Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman, guardarán mis mandamientos.
Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn
14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno
del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados
como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como
mensajeros de paz, como testimonios de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También
el mundo pide hacer esto: ¡llevar la paz, testimoniar la paz!
La paz
no se puede comprar, no se vende: La paz es un don que hemos de buscar con paciencia
y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana.
El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre
y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en
el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con
este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los
sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños
que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también
a los numerosos refugiados cristianos, también todos nosotros, con nuestro corazón,
dirijámonos, a los numerosos refugiados cristianos que provienen de Palestina, de
Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos
amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y
dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte.
A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá
de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser
con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones,
de las controversias; que la gracia nos envíe, con humildad y mansedumbre, a los caminos,
arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.