"El Papa nos pidió cercanía con el pueblo", obispos mexicanos tras la audiencia con
el Santo Padre
(RV).- (actualizado con audio y texto de las palabras del Papa y de los obispos)
La mañana de este
lunes el Santo Padre recibió en audiencia en la Sala Clementina del Vaticano a un
grupo de prelados de la Conferencia del Episcopado Mexicano, actualmente en visita
Ad limina. El Cardenal José Francisco Robles Ortega, presidente de la conferencia
episcopal de este país, dirigió al Santo Padre en nombre de todo el episcopado, un
saludo y el Papa entregó a los prelados un discurso con las siguientes palabras: Les
agradezco la visita, gracias al Presidente de la Conferencia, el Cardenal Robles.
El memorial que yo firmé se los van a dar a cada uno escrito, así los puedo saludar
uno por uno, como despedida. Gracias por la cercanía de ustedes. Yo aprendí
mucho de lo que me iban diciendo. Me quedaron preocupaciones serias de las Iglesias
de ustedes, algunas sufren mucho los problemas que el Señor Cardenal acaba de mencionar,
son problemas serios, pero veo que las Iglesias de ustedes están como consolidadas
sobre un cimiento muy fuerte, ¿no?
El Señor –y esto parece herejía pero
en ustedes parece que es más fuerte la Madre del Señor y eso es muy importante, ¡muy
importante!. Cuando vos no podés arreglar la cosa con el Hijo, andá a la Madre que
te las va a arreglar–. Creo que María no nos va a dejar solos frente a tantos problemas
y dolorosos. Parte de sus hijos que cruzan la frontera, todos los problemas de la
emigración, los que no llegan al otro lado, son hijos que mueren, muertos por sicarios
alquilados, y bueno, todo ese problema serio de la droga que hoy en día se está ofreciendo
muy seriamente; o cuando un campesino te dice: “¿Y qué querés que haga?, si cultivando
maíz vivo todo el mes, cultivando amapola vivo todo el año”. Es todo un sistema… ¡Y
ustedes con su pueblo siempre! Por eso, la única recomendación que yo les diría es
esta de corazón, –las escritas son también de corazón, pero esta es más de corazón
– la doble trascendencia. Trascender en la oración al Señor. ¡No dejen la oración!,
ese negociar con Dios del Obispo por su pueblo. No lo dejen. Y la segunda trascendencia:
cercanía con su pueblo. ¡Esas dos cosas! Adelante, y con esa doble tensión, adelante.
Y recen por mí que yo rezo por ustedes y muchas gracias.
Vamos a dar
la bendición para ustedes, para todo su clero, especialmente muchos saludos a los
curas, muchos saludos míos, y para sus diócesis y sus familias, los bendiga Dios Todopoderoso,
el el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo”. Y no se olviden de rezar por mí, ¿eh?
Texto
completo del discurso entregado por el Papa a los obispos mexicanos:
Queridos
hermanos en el episcopado: Reciban mi más cordial bienvenida con motivo
de la visita ad limina Apostolorum. Agradezco las amables palabras que el Cardenal
José Francisco Robles, Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la Conferencia del
Episcopado Mexicano, me ha dirigido en nombre de todos, como testimonio de la comunión
que nos une en el auténtico anuncio del Evangelio.
En estos últimos
años, la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario
de la Revolución Mexicana ha constituido una ocasión propicia para unir esfuerzos
en favor de la paz social y de una convivencia justa, libre y democrática. A esto
mismo los animó mi predecesor Benedicto XVI invitándolos a “no dejarse amedrentar
por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de sus propias
raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro” (Despedida en el Aeropuerto
de Guanajuato, 26 marzo 2012).
Como en muchos otros países latinoamericanos,
la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan
el espíritu de su pueblo. No es ajena a esto Santa María de Guadalupe, Patrona de
toda América, que en más de una oportunidad, con ternura de Madre, ha contribuido
a la reconciliación y a la liberación integral del pueblo mexicano, no con la espada
y a la fuerza, sino con el amor y la fe. Ya desde el principio, la “Madre del verdaderísimo
Dios por quien se vive” pidió a San Juan Diego que le construyera “una Casita” en
la que pudiera acoger maternalmente tanto a los que “están cerca” como a los que “están
lejos” (Nican Mopohua, n. 26).
En la actualidad, las múltiples violencias
que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un
renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura
del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no compete, ciertamente, aportar
soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral;
sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su
misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido
sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse
sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo
desde dentro los valores del Evangelio.
Conozco vuestros desvelos por
los más necesitados, por quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan
en condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios sociales, los
migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los campesinos… Sé de vuestra preocupación
por las víctimas del narcotráfico y por los grupos sociales más vulnerables, y del
compromiso por la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona.
Todo esto, que es expresión de la “íntima conexión” que existe entre el anuncio del
Evangelio y la búsqueda del bien de los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
178), coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de
sus Pastores. No tengan reparo en destacar el inestimable aporte de la
fe a “la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común” (Carta enc. Lumen
fidei, 54). En este contexto, la tarea de los fieles laicos es insustituible. Su apreciada
colaboración intraeclesial no debería implicar merma alguna en el cumplimiento de
su vocación específica: transformar el mundo según Cristo. La misión de la Iglesia
no puede prescindir de laicos, que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los
sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela,
de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aun del gobierno,
dando testimonio de la alegría del Evangelio. Los invito a que promuevan su responsabilidad
secular y les ofrezcan una adecuada capacitación para hacer visible la dimensión pública
de la fe. Para eso, la Doctrina social de la Iglesia es un valioso instrumento que
puede ayudar a los cristianos en su diario afán por edificar un mundo más justo y
solidario.
De esta forma también se superarán las dificultades que
surgen en la transmisión generacional de la fe cristiana. Los jóvenes verán con sus
propios ojos testigos vivos de la fe, que encarnan realmente en su vida lo que profesan
sus labios (cf. Carta enc. Lumen fidei, 38). Y, además, se irán generando espontáneamente
nuevos procesos de evangelización de la cultura, que, a la vez que contribuyen a regenerar
la vida social, hacen que la fe sea más resistente a los embates del secularismo (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 68, 122). En este sentido, el potencial de la piedad
popular, que es “el modo en que la fe recibida se encarnó en la cultura y se sigue
transmitiendo” (íbid., 123), constituye “un imprescindible punto de partida para conseguir
que la fe del pueblo madure y se haga más profunda” (Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia,
n. 64). La familia, célula básica de la sociedad y “primer centro de evangelización”
(III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 617),
es un medio privilegiado para que el tesoro de la fe pase de padres a hijos. Los momentos
de diálogo frecuentes en el seno de las familias y la oración en común permiten a
los niños experimentar la fe como parte integrante de la vida diaria. Los animo, pues,
a intensificar la pastoral de la familia –seguramente, el valor más querido en nuestros
pueblos– para que, frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta
en promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde su concepción
hasta su ocaso natural.
En la hora presente, en la que las mediaciones
de la fe son cada vez más escasas, la pastoral de la iniciación cristiana adquiere
un relieve especial para facilitar la experiencia de Dios. Para ello es necesario
que cuenten con catequistas apasionados por Cristo, que, habiéndose encontrado personalmente
con Él, sean capaces de cultivar una fe sincera, libre y gozosa en los niños y en
los jóvenes. No quiero dejar de destacar la importancia que tiene la parroquia
para vivir la fe con coherencia y sin complejos en la sociedad actual. Ella es “la
misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 438), el ámbito eclesial que asegura
el anuncio del Evangelio, la caridad generosa y la celebración litúrgica. En esta
tarea, los sacerdotes son sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a
Dios a los hombres y los hombres a Dios. Además de promover espacios de formación
y capacitación permanente, no olviden el encuentro personal con cada uno de ellos,
para interesarse por su situación, alentar sus trabajos pastorales y proponerles una
y otra vez como modelo, de palabra y con el ejemplo, a Jesucristo Sacerdote, que nos
invita a despojarnos de los oropeles de la mundanidad, del dinero y del poder.
No
se cansen de sostener y acompañar en su camino a los consagrados y consagradas. Ellos,
con la riqueza de su espiritualidad específica y desde la común tensión a la perfecta
caridad, pertenecen “indiscutiblemente a la vida y santidad” de la Iglesia (Lumen
Gentium, 44). Por tanto, su integración en la pastoral diocesana es también incuestionable,
como ‘centinelas’ que mantienen vivo en el mundo el deseo de Dios y lo despiertan
en el corazón de tantas personas con sed de infinito. Finalmente, pienso
con esperanza en los jóvenes que sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente
la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada.
Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su capacidad de generar discípulos
y misioneros que siembren en el mundo entero la buena simiente del Reino de Dios.
Queridos hermanos, me alegra ver que, en sus planes pastorales, han asumido
las indicaciones de Aparecida, de la que en estos días se cumple el 7º aniversario,
destacando la importancia de la Misión continental permanente, que pone toda la pastoral
de la Iglesia en clave misionera y nos pide a cada uno de nosotros crecer en parresía.
Así podremos dar testimonio de Cristo con la vida también entre los más alejados,
y salir de nosotros mismos a trabajar con entusiasmo en la labor que nos ha sido confiada,
manteniendo a la vez los brazos levantados en oración, ya que la fuerza del Evangelio
no es algo meramente humano, sino prolongación de la iniciativa del Padre que ha enviado
a su Hijo para la salvación del mundo.
Antes de despedirme, les ruego
que lleven mi saludo al pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues
lo necesito. Y también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la
Madre de Guadalupe. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, los cuide y los
guíe a todos hacia su divino Hijo. Con el deseo de que la alegría de Cristo Resucitado
ilumine sus corazones, les imparto la Bendición Apostólica.