Que la Resurrección se transparente en nuestros corazones y en nuestra vida, dijo
el Papa Francisco el Lunes del Ángel de la Octava de Pascua
(RV).- (Con audio y video) Queridos hermanos
y hermanas, ¡buenos días! ¡Felices Pascuas! “Cristòs anèsti! – Alethòs anèsti!”,
“¡Cristo ha resucitado! – ¡Verdaderamente ha resucitado!” ¡Está entre nosotros aquí!,
en la plaza. En esta semana podemos seguir intercambiándonos la felicitación pascual,
como si fuera un único día. Es el gran día que hizo el Señor.
El sentimiento
dominante que transluce de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría
llena de estupor; pero un estupor grande, pero la alegría que viene desde adentro;
y en la Liturgia nosotros revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia
que las mujeres habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.
Dejemos
que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones
y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie
en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos y en las palabras…
ojalá seamos así luminosos. ¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de
un corazón inmerso en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró
por la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado.
Quien
hace esta experiencia se convierte en testigo de la Resurrección, porque en cierto
sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma. Entonces es capaz de llevar
un “rayo” de la luz del Resucitado en las diversas situaciones: en las felices, haciéndolas
más bellas y preservándolas del egoísmo; y en las dolorosas, llevando serenidad y
esperanza.
En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer
aquellos capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar
el libro y buscar los capítulos y leer aquello.
También nos hará bien, esta
semana, pensar en la alegría de María, la Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan
íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría fue íntima y profunda,
y de ella los discípulos podían tomar. Habiendo pasado, a través de la experiencia
de la muerte y de la resurrección de su Hijo, viste, en la fe, como la expresión suprema
del amor de Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de
consuelo, de esperanza y de misericordia.
Todas las prerrogativas de nuestra
Madre derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana
del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no perdió la esperanza: la hemos contemplado
como Madre de los dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella,
la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.
A
Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que
nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el rezo del Regina Coeli,
que en el tiempo pascual sustituye la oración del Ángelus.
Después de rezar
a la Madre de Dios, el Papa Francisco saludó a los presentes diciendo:
Dirijo un saludo cordial
a todos ustedes, querido peregrinos venidos de Italia y de diversos países para participar
en este encuentro de oración.
Acuérdense esta semana de tomar el Evangelio
y buscar los capítulos en donde se habla de la resurrección de Jesús y de leer cada
día un fragmento de aquellos capítulos. Nos hará bien en esta semana de la resurrección
de Jesús.
A cada uno formulo el deseo de transcurrir en la alegría y en la
serenidad este Lunes del Ángel, en el que se prolonga la alegría de la Resurrección
de Cristo.
¡Feliz y santa Pascua a todos, buen almuerzo y hasta pronto!
(Traducción
de María Fernanda Bernasconi y María Cecilia Mutual – RV).