2014-04-19 12:09:14

Vio morir al Hijo amado


REFLEXIONES EN FRONTERA, Jesuita Guillermo Ortiz

(RV).- (Con audio) RealAudioMP3

Una madre que está presente en el momento de la ejecución de su hijo es la imagen viva de la compasión, del sufrimiento. La ternura, el conocimiento del hijo; el cariño, la esperanza que una madre lleva en el corazón por el hijo que latió en sus propias entrañas, desnudan ahora el daño y la crueldad monstruosa del egoísmo y la injusticia humana.
María de Nazaret está presente en la ejecución de su Hijo, con el corazón atravesado por la espada del sufrimiento y el dolor.
¡Oh, qué triste y qué afligida se vio la madre bendita de tantos tormentos llena cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena!

Al monte de los crucificados le faltaría algo esencial sin la mujer y sin la madre. Sin las entrañas de amor, comprensión, misericordia y ternura de las mujeres y las madres no hay redención completa para el hombre. La fortaleza y la fidelidad de la mujer en el dolor y la pena, forman parte de su capacidad de dar vida.

Gracias a esta fidelidad extrema, por estar donde crece y agoniza el pulso de la vida, por el mismo hueco del dolor de la Virgen, de la Mujer, se cuela en el alma la luz mansa en la resurrección. “¡Madre, Soy Yo! ¡Estuve muerto pero ahora vivo para siempre!”.
Dice San Ignacio de Loyola que debemos suponer que a la primera a la que se le presentó Jesús resucitado fue a su santa Madre.
Jesús premia la fidelidad de la mujer. Las mujeres fieles hasta la tumba fueron las primeras en ser testigos de la resurrección frente a los mismos apóstoles que estaban dispersados por el miedo y la confusión.

Sí, la vida plena, la vida del resucitado tiene su espacio no en la tumba, sino desde las entrañas de compasión y ternura de la mujer que Dios mismo fecunda con su amor.










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