La misericordia de Dios es una caricia sobre las heridas de nuestros pecados
(RV).- (Con audio) La misericordia divina
es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros
pecados. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la
Capilla de la Casa de Santa Marta.
A partir del Evangelio de la adúltera perdonada
el Papa Francisco explicó el significado de la misericordia de Dios. Se trata del
conocido episodio en que los fariseos y los escribas llevan ante Jesús a una mujer
sorprendida en adulterio y le preguntan qué hacer de ella, teniendo en cuenta que
la ley de Moisés preveía la lapidación, por tratarse de un pecado considerado gravísimo.
“El
matrimonio – afirmó el Papa – es el símbolo y también una realidad humana de la relación
de Dios con su pueblo. Y cuando se arruina el matrimonio con un adulterio, se ensucia
esta relación de Dios con el pueblo”. Pero los escribas y los fariseos plantean esta
pregunta para tener un motivo para acusarlo: “Si Jesús hubiera dicho: ‘Sí, sí, adelante
con la lapidación’, habrían dicho a la gente: ‘Pero éste es su maestro tan bueno…
¡Miren qué cosa ha hecho con esta pobre mujer!’. Y si Jesús hubiera dicho: ‘¡No, pobrecita!
¡Perdónenla!’, habrían dicho: ‘¡No cumple la ley!’… A ellos no les importaba la mujer;
no les importaban los adúlteros, quizá alguno de ellos era adúltero… ¡No les importaba!
¡Sólo les importaba tender una trampa a Jesús!”. De ahí la respuesta del Señor: “¡Quien
de ustedes esté sin pecado, arroje la primera piedra contra ella!”.
El Evangelio
– observó el Papa – con “cierta ironía”, dice que los acusadores “se fueron, uno
a uno, comenzando por los más ancianos. Se ve – dijo Francisco – que éstos en el
banco del cielo tenían una buena cuenta corriente contra ellos”. Y Jesús permanece
solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: “Mujer, ¿dónde estoy? ¿Nadie te ha
condenado? ¿Dónde estoy? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones,
sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?”. La mujer responde: “¡Nadie
Señor!”, pero no dice: “¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no cometí adulterio!”, “reconoce
su pecado”. Y Jesús afirma: “¡Ni siquiera yo te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante
no peques más, para no pasar un feo momento como este; para no pasar tanta vergüenza;
para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo”.
“¡Jesús perdona! – afirmó el Papa –. Pero aquí se trata de algo más que el perdón”:
“Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: ‘¡El adulterio no es pecado!’.
¡No lo dice! Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia.
Éste es el misterio de la misericordia de Jesús”.
“La misericordia – observó
Francisco – es algo difícil de comprender”:
“Pero, ‘Padre, la misericordia
¿borra los pecados?’. ‘No, ¡lo que borra los pecados es el perdón de Dios!’. La misericordia
es el modo con que Dios perdona. Porque Jesús podía decir: ‘Yo te perdono. ¡Ve!’,
como dijo a aquel paralítico que le habían presentado desde el techo: ‘¡Te son perdonados
tus pecados!’. Aquí dice: ‘¡Ve en paz!’. Jesús va más allá. Le aconseja que no peque
más. Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos;
defiende al pecador de una condena justa. También nosotros, cuántos de nosotros, quizá
deberíamos ir al infierno, ¿cuántos de nosotros? Y esa condena es justa… y Él perdona
más allá. ¿Cómo? ¡Con esta misericordia!”.
“La misericordia – afirmó el
Papa – va más allá y hace la vida de una persona de tal modo que el pecado es arrinconado.
Es como el cielo”:
“Nosotros miramos el cielo, tantas estrellas, tantas
estrellas; pero cuando sale el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no
se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios perdona
pero no con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado.
Porque Él está implicado en el perdón, está implicado en nuestra salvación. Y así
Jesús hace de confesor: no la humilla, no le dice ‘¡Qué has hecho, dime! ¿Y cuándo
la has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’. ¡No! ‘¡Ve, ve y de
ahora en adelante no peques más!’. Es grande la misericordia de Dios, es grande la
misericordia de Jesús. ¡Perdonarnos, acariciándonos!”.