(RV).- (Audio actualizado con video) El hombre que confía
en sí mismo, en propias riquezas o en las ideologías está destinado a la infelicidad.
Quien confía en el Señor, en cambio, da frutos también en el tiempo de la sequía:
lo dijo el Papa Francisco la mañana del jueves, durante la Misa en la Casa de Santa
Marta. “¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne,
mientras su corazón se aparta del Señor!”, “el hombre que confía en sí mismo”: será
como “un matorral en la estepa”, condenado por la aridez a quedarse sin frutos y a
morir. El Papa partió de la primera lectura del día que define, en cambio, “¡Bendito
el hombre que confía en el Señor!” “Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje
se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto”.
“Solamente en el Señor – afirmó Papa – nuestra confianza está segura. Otras confianzas
no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan alegría”. Y también si lo sabemos,
“nos gusta confiar en nosotros mismos, confiar en aquel amigo o confiar en aquella
situación buena que tengo o en aquella ideología" y "el Señor se queda un poco de
lado”. El hombre, de esta manera, se cierra en sí mismo, “sin horizontes, sin puertas
abiertas, sin ventanas” y “no tendrá salvación, no puede salvarse a si mismo”. Y es
lo que sucede al rico del Evangelio – explicó el Santo Padre – “tenía todo: vestía
la púrpura, comía todos los días, espléndidos banquetes”. "Era tan feliz", pero "no
se daba cuenta que en la puerta de su casa, cubierto de llegas”, yacía un pobre. El
Pontífice subrayó que el Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras
que el rico “no tiene nombre”:
“Y ésta es la maldición más fuerte de aquel
que confía en sí mismo o en las fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no
en Dios: perder el nombre. ¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo
te llamas? Tantas propiedades, tantas casas, tantas... ¿Cómo te llamas? Las cosas
que tenemos, los ídolos. Y tú confías en aquello. Este hombre es maldito”.
“Todos
nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad – afirmó el Obispo de Roma - de poner
nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o sólo en las posibilidades
humanas y nos olvidamos del Señor. Y esto nos conduce por el camino… de la infelicidad”:
“Hoy,
en este día de Cuaresma, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿En
el Señor o soy un pagano, que confío en las cosas, en los ídolos que me he construido?
¿Tengo todavía un nombre o he comenzado a perder el nombre y me llamo ‘Yo’? Yo, mí,
conmigo, para mí, ¿sólo yo? Para mí, para mí… siempre aquel egoísmo: ‘Yo’. Esto no
nos trae salvación”.
Pero “al final – observó Francisco - hay una puerta
de esperanza” para aquellos que confían en sí mismos y “han perdido el nombre”:
“Al
final, al final, al final hay siempre una posibilidad. Y este hombre, cuando se dio
cuenta que había perdido el nombre, había perdido todo, todo, levantó los ojos y dijo
una sola palabra: ‘Padre’. Y la respuesta de Dios fue una sola palabra: ‘¡Hijo!’.
Si alguno de nosotros en la vida, por solo confiarnos en el hombre y en nosotros mismos,
terminamos por perder el nombre, por perder esta dignidad, ahora existe la posibilidad
de decir esta palabra que es más que mágica, es más, es fuerte: ‘Padre’. Él nos espera
siempre para abrir una puerta que nosotros no vemos y nos dirá: ‘Hijo’. Pidamos al
Señor la gracia que nos dé a todos la sabiduría de tener confianza sólo en Él, no
en las cosas, en las fuerzas humanas, sólo en Él”. (RC-RV)