(RV).- (Con audio)
En la tapa del librito
de la liturgia que celebró Francisco en la Basílica de Santa Sabina, el Miércoles
de Ceniza que dio inicio a la Cuaresma 2014, se ve un fresco de “Las tentaciones de
Cristo”, de Sandro Boticelli, en la Capilla Sixtina.
En esta pintura el diablo
aparece disfrazado de monje pero con patas de ave de rapiña y unas pequeñas alas de
murciélago que lo delatan a nosotros. Aunque por su rostro no parece anciano, se sostiene
en un bastón con la izquierda y con la mano derecha indica a Jesús unas grandes piedras
grises, como refiere el Evangelio en la primera tentación: “si sos el Hijo de Dios
hace que estas piedras se conviertan en panes”.
San Ignacio de Loyola explica
en las reglas de discernimiento de su libro de “ejercicios espirituales”, que el mal
espíritu tienta también “bajo especie de bien”.
El discernimiento espiritual
de Jesús en el desierto, no es entre el bien y el mal solamente, sino entre lo bueno
y lo mejor, por eso la tentación se presenta “bajo especie de bien”.
En el
fresco de Botticelli, Satanás viene de las sombras de la noche; de una arboleda oscura.
Mientras que Jesús, representado vencedor, con túnica roja y manto azul con bordes
dorados, es el sol en la noche, con su aureola redonda en la cabeza luminosa y pequeños
rayos de luz que brillan en su espalda.
Frente a la luz de la verdad de Dios
la oscuridad aparenta suavizarse en el disfraz de monje del maligno, que no puede
esconder del todo sus garras y costumbres sombrías. Pero Jesús conjura también esta
sombra del mal atenuada “bajo apariencia de bien”, con la luz de los escritos sagrados:
“No solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”.
Y él es la Palabra de Dios.
Por lo tanto, para el cristiano es esencial atender
a las distintas voces que resuenan en el alma. Y aprender a distinguir también entre
el bien mayor; entre la Palabra de Dios y la “cola serpentina” que no puede esconder
el demonio, aún “bajo especie de bien”.