El Papa Francisco animó a los Pastores de la Iglesia que peregrina en España a no
escatimar esfuerzos para abrir nuevos caminos al Evangelio
(RV).- (Con audio actualizado con video) El Pontífice recordó a la Obispos de España
que el Espíritu Santo sigue obrando generosamente en la actualidad. Al recibir a los
miembros de la Conferencia Episcopal Española, con motivo de la conclusión de su visita
ad limina Apostolorum, es decir a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo,
el Papa Francisco los animó a no escatimar esfuerzos para abrir nuevos caminos al
Evangelio, que lleguen al corazón de todos, para que descubran a Cristo como amigo
y hermano, con especial atención a los desafíos de la pastoral familiar y vocacional,
subrayando el amor y el servicio a los pobres.
En este encuentro el Santo
Padre Francisco les entregó el texto del discurso que había preparado. Después de
impartirles su bendición apostólica, les dijo: “¡Y les deseo que
tengan una buena Asamblea! ¿Cuándo la empiezan, la semana que viene? ¡Que se diviertan!”
(MFB
- RV).
Texto del discurso que el Papa Francisco entregó a los Obispos
de la Conferencia Episcopal Española:
Queridos hermanos, agradezco
las palabras que me ha dirigido en nombre de todos el Presidente de la Conferencia
Episcopal Española, y que expresan vuestro firme propósito de servir fielmente al
Pueblo de Dios que peregrina en España, donde arraigó muy pronto la Palabra de Dios,
que ha dado frutos de concordia, cultura y santidad. Lo queréis resaltar de manera
particular con la celebración del ya cercano V Centenario del nacimiento de Santa
Teresa de Jesús, primera doctora de la Iglesia.
Ahora que estáis sufriendo
la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente
a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito
público, conviene no olvidar vuestra historia. De ella aprendemos que la gracia divina
nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en la realidad actual con
generosidad. Fiémonos siempre de Él y de lo mucho que siembra en los corazones de
quienes están encomendados a nuestros cuidados pastorales (Cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 68).
A los obispos se les confía la tarea de hacer germinar estas
semillas con el anuncio valiente y veraz del evangelio, de cuidar con esmero su crecimiento
con el ejemplo, la educación y la cercanía, de armonizarlas en el conjunto de la «viña
del Señor», de la que nadie puede quedar excluido. Por eso, queridos hermanos, no
ahorréis esfuerzos para abrir nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón
de todos, para que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y
hermano.
No será difícil encontrar estos caminos si vamos tras las huellas
del Señor, que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir» (Mc 10,
45); que supo respetar con humildad los tiempos de Dios y, con paciencia, el proceso
de maduración de cada persona, sin miedo a dar el primer paso para ir a su encuentro.
Él nos enseña a escuchar a todos de corazón a corazón, con ternura y misericordia,
y a buscar lo que verdaderamente une y sirve a la mutua edificación.
En esta
búsqueda, es importante que el obispo no se sienta solo, ni crea estar solo, que sea
consciente de que también la grey que le ha sido encomendada tiene olfato para las
cosas de Dios. Especialmente sus colaboradores más directos, los sacerdotes, por su
estrecho contacto con los fieles, con sus necesidades y desvelos cotidianos. También
las personas consagradas, por su rica experiencia espiritual y su entrega misionera
y apostólica en numerosos campos. Y los laicos, que desde las más variadas condiciones
de vida y respectivas competencias llevan adelante el testimonio y la misión de la
Iglesia (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 33).
Asimismo,
el momento actual, en el que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas y no
faltan dificultades para su transmisión, exige poner a vuestras Iglesias en un verdadero
estado de misión permanente, para llamar a quienes se han alejado y fortalecer la
fe, especialmente en los niños. Para ello no dejéis de prestar una atención particular
al proceso de iniciación a la vida cristiana. La fe no es una mera herencia cultural,
sino un regalo, un don que nace del encuentro personal con Jesús y de la aceptación
libre y gozosa de la nueva vida que nos ofrece. Esto requiere anuncio incesante y
animación constante, para que el creyente sea coherente con la condición de hijo de
Dios que ha recibido en el bautismo.
Despertar y avivar una fe sincera, favorece
la preparación al matrimonio y el acompañamiento de las familias, cuya vocación es
ser lugar nativo de convivencia en el amor, célula originaria de la sociedad, transmisora
de vida e iglesia doméstica donde se fragua y se vive la fe. Una familia evangelizada
es un valioso agente de evangelización, especialmente irradiando las maravillas que
Dios ha obrado en ella. Además, al ser por su naturaleza ámbito de generosidad, promoverá
el nacimiento de vocaciones al seguimiento del Señor en el sacerdocio o la vida consagrada.
El
año pasado publicasteis el documento “Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI”,
señalando así el interés de vuestras Iglesias particulares en la pastoral vocacional.
Es un aspecto que un obispo debe poner en su corazón como absolutamente prioritario,
llevándolo a la oración, insistiendo en la selección de los candidatos y preparando
equipos de buenos formadores y profesores competentes.
Finalmente, quisiera
subrayar que el amor y el servicio a los pobres es signo del Reino de Dios que Jesús
vino a traer (Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Sé bien que, en estos
últimos años, precisamente vuestra Caritas – y también otras obras benéficas
de la Iglesia – han merecido gran reconocimiento, de creyentes y no creyentes. Me
alegra mucho, y pido al Señor que esto sea motivo de acercamiento a la fuente de la
caridad, a Cristo que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos» (Hch
10, 38); y también a su Iglesia, que es madre y nunca puede olvidar a sus hijos más
desfavorecidos. Os invito, pues, a manifestar aprecio y a mostraros cercanos a cuantos
ponen sus talentos y sus manos al servicio del «programa del Buen Samaritano, el programa
de Jesús» (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 31b).
Queridos hermanos,
ahora que estáis reunidos en la Visita ad limina para manifestar los lazos
de comunión con el Obispo de Roma (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium,
22), deseo agradeceros de todo corazón vuestro servicio al santo pueblo fiel de Dios.
Seguid adelante con esperanza. Poneos al frente de la renovación espiritual y misionera
de vuestras Iglesias particulares, como hermanos y pastores de vuestros fieles, y
también de los que no lo son, o lo han olvidado. Para ello, os será de gran ayuda
la colaboración franca y fraterna en el seno de la Conferencia Episcopal, así como
el apoyo recíproco y solícito en la búsqueda de las formas más adecuadas de actuar.
Os
pido, por favor, que llevéis a los queridos hijos de España un especial saludo del
Papa, que los confía a los maternos cuidados de la Santísima Virgen María, les suplica
que recen por él y les imparte su Bendición.