La Iglesia quiere imitar a Jesús en su acercamiento a los jóvenes: secretario de la
Pontificia Comisión para América Latina comenta el mensaje entregado por el Papa a
la CAL
(RV).- (Con audio) Luego de la audiencia del Papa Francisco a los miembros de la Pontificia
Comisión para América Latina, el profesor Guzmán Carriquiry Lecour, secretario del
dicasterio, conversó con el jesuita Guillermo Ortiz, de Radio Vaticano. Analizando
el discurso entregado a la Comisión -el Santo Padre al final improvisó sus palabras-
el profesor Carriquiry se refiere a la emoción del encuentro con el “Papa latinoamericano”,
así como al tema del mismo: la emergencia educativa y los jóvenes. El secretario de
la CAL nos adelanta también el homenaje que se prepara para celebrar el primer aniversario
de la elección del Papa Bergoglio, en Roma, y no sólo… Escuchemos (Audio):
Texto
del discurso del Papa entregado a la Pontificia Comisión para América Latina (28/02/14)
Queridos
hermanos:
Me llena de alegría recibirlos esta mañana. Agradezco el saludo
que, en nombre de todos, me ha dirigido el Cardenal Marc Ouellet, presentándome las
líneas de sus trabajos y los propósitos que animan su labor. Este año, siguiendo
las huellas de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, han querido centrar
sus reflexiones en los millones de jóvenes de América Latina y el Caribe, que viven
en condiciones de “emergencia educativa” y para quienes se plantea la cuestión fundamental
de la traditio de la fe. La Iglesia quiere imitar a Jesús en su acercamiento a
los jóvenes. Desea repetirles que merece la pena seguir el ejemplo que nos dio, ejemplo
de entrega, de servicio, de amor desinteresado, de lucha por la justicia y la verdad.
La Santa Madre Iglesia está convencida de que el mejor Maestro de los jóvenes es Jesucristo.
Ella quiere inculcar en todos ellos sus mismos sentimientos, mostrándoles así que
es hermoso vivir como él lo hizo, desterrando el egoísmo y dejándose atraer por la
belleza de la bondad. Quien conoce en profundidad a Jesús no se queda en el sofá.
Se engancha a su estilo de vida y llega a ser un discípulo misionero de su Evangelio,
dando testimonio entusiasta de su fe, no ahorrando sacrificios.
Siempre me
ha impresionado el encuentro de Jesús con el joven rico (cf. Lc 18,18-23). Creo que
es un lindo modelo que expone al vivo la pedagogía del Señor. Me detengo en tres aspectos
de este relato: cómo Cristo acoge, escucha y llama a ese joven a seguirlo. 1. La
acogida: Éste es el gesto primero de Jesús y también nuestro. Es previo a toda enseñanza
o misión apostólica. Cristo se detuvo con aquel joven, lo miró con afecto, con mucho
amor: es el abrazo de la caridad sin condiciones. El Señor se pone en la situación
de cada uno, incluso de aquellos que lo rechazan. No les paga con la misma moneda.
Estar cercanos a los jóvenes en todos los ambientes de su vida: en la escuela, la
familia, el trabajo..., atentos a sus necesidades y aspiraciones, no sólo materiales.
Muchos pasan por graves problemas. Cómo no pensar en el fracaso escolar, el desempleo,
la soledad, la amargura en las familias desunidas. Son momentos difíciles, que les
hacen experimentar frustración y desprotección; los vuelven vulnerables a las drogas,
al sexo sin amor, a la violencia... Se nos pide no abandonar a los jóvenes, no dejarlos
al costado del camino; necesitan mucho sentirse valorados en su dignidad, rodeados
de cariño, comprendidos. 2. Después, Jesús entabló un diálogo franco y cordial
con aquel joven. Escuchó sus inquietudes y las clarificó con la luz de la Sagrada
Escritura. Jesús, de entrada, no condena, no tiene prejuicios, no cae en los tópicos
de siempre; del mismo modo los jóvenes tienen que sentirse en la Iglesia como en casa.
No solamente ha de abrirles sus puertas; tiene que salir a buscarlos, sintonizando
con sus reclamos y dando espacio para que se sientan escuchados. Ella es madre y no
puede permanecer indiferente, sino conocer sus preocupaciones y llevarlas al corazón
de Dios. 3. Y, finalmente, Jesús invita a aquel joven a seguirlo: Vende todo…
y luego ven y sígueme (cf. Lc 18,22). Estas palabras no han perdido su actualidad.
Los jóvenes las tienen que oír de nosotros. Que escuchen que Cristo no es un personaje
de novela, sino una persona viva, que quiere compartir ese deseo irrenunciable que
ellos tienen de vida, de compromiso, de entrega. Si nos contentamos con darles un
mero consuelo humano, los defraudamos. Es importante ofrecerles lo mejor que tenemos:
a Jesucristo, su Evangelio, y con ello un horizonte nuevo, que les haga afrontar la
vida con coherencia, honradez y altura de miras. Ellos ven los males del mundo y no
se callan, ponen el dedo en la llaga, piden un mundo mejor, no admiten sucedáneos.
Quieren ser protagonistas de su presente y constructores de un futuro en donde no
quepa la mentira, la corrupción, la insolidaridad... La Iglesia en América Latina
no puede desperdiciar el tesoro de su juventud, con todas sus potencialidades para
el crecimiento de la sociedad, con sus grandes anhelos de forjar una gran familia
de hermanos reconciliados en el amor. En ese camino, Jesús sale al encuentro de nuestros
jóvenes, los llama a su lado y les regala su fuerza, su Palabra, en la que pueden
encontrar inspiración para afrontar los retos que se les presentan. Necesitan ser
amigos de Cristo, para convertirse en “callejeros de la fe” y llevarlo a cada esquina,
a cada plaza, a cada rincón de la tierra (cf. Esort. ap. Evangelii gaudium, 106).
Y que sientan la calidez de la santa Madre Iglesia, tanto en el recibirlos como en
el acompañarlos; y también la calidez de la otra Madre, la de Jesús y la nuestra.
Cuando caminamos agarrados de su mano, se nos va el miedo y aprendemos a sonreír de
un modo nuevo.
Queridos hermanos, los jóvenes nos esperan. No los defraudemos.
Los invito a asumir este desafío con decisión. Que las comunidades cristianas de América
Latina y el Caribe sepan ser acompañantes, maestras y madres de todos y cada uno de
sus jóvenes. Educar a los jóvenes, evangelizarlos y convertirlos en discípulos misioneros
es tarea ardua, paciente, pero muy urgente y necesaria. Les confieso que merece la
pena. Saluden a los jóvenes en mi nombre y díganles que les pido el favor de que recen
por mí. Que Jesús vaya siempre con ustedes y los bendiga.