Acercarse al sacramento de la Penitencia para recibir el abrazo de la infinita misericordia
del Padre, invitación del Papa Francisco durante la audiencia general
(RV).- (Con audio y video) El Santo Padre Francisco volvió a encontrarse con miles
de fieles y peregrinos en la Plaza de San Pedro para la audiencia semanal. La catequesis
de este miércoles estuvo centrada en el sacramento de la Reconciliación “auténtico
tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar”. El Obispo de Roma nos recordó
que el perdón de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino don del
Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre. “La Confesión,
que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos olvidar su carácter eclesial”.
“No basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad
los propios pecados ante el sacerdote, que representa a Dios y a la Iglesia”, puntualizó
el Papa, quien invitó a todos a acercarse al sacramento de la Penitencia y recibir
así el abrazo de la infinita misericordia del Padre, “que está siempre dispuesto a
acogernos.” (RC-RV)
Resumen de su catequesis y saludo del Papa en nuestro
idioma:
Queridos
hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en el sacramento
de la Reconciliación. Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús
Resucitado se apareció a sus apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo, a quienes
perdonen los pecados, les quedarán perdonados». Así pues, el perdón de los pecados
no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino es un regalo, un don del Espíritu Santo
que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.
La Confesión,
que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos olvidar su carácter eclesial.
En la comunidad cristiana es donde se hace presente el Espíritu Santo, que renueva
los corazones en el amor de Dios y une a todos los hermanos en un solo corazón, en
Jesucristo. Por eso, no basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar
con humildad los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano, que representa
a Dios y a la Iglesia. Nos puede hacer bien hoy, pensar, a cada uno, cuánto tiempo
hace que no me confieso. Cada uno responda. Le puede hacer bien.
El
ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos
el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido
el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios. Cuando nos
dejamos reconciliar por Jesús, encontramos una paz verdadera.
Saludo
a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el Curso
Internacional de Animación Misionera, así como a los grupos provenientes de España,
México, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a acercarse con
frecuencia al sacramento de la Penitencia, a confesarse y recibir así el abrazo de
la infinita misericordia del Padre, que nos está esperando para darnos un fuerte abrazo.
Gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos
y hermanas, ¡Buenos días!
A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana,
el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo.
Ahora, todos lo sabemos, esta vida, nosotros la llevamos “en vasos de barro” (2
Cor 4,7), estamos todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte
y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por esto, el Señor Jesús,
ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia sus propios
miembros, en particular, con el Sacramento de la Reconciliación y el de la Unción
de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de “Sacramentos de sanación”.
El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme,
es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien.
El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio
del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo
tiempo médico de las almas y de los cuerpos (Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).
1-
El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación – nosotros lo llamamos también
de la Confesión - brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde
de Pascua el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego
de haberles dirigido el saludo “¡Paz a ustedes!”, sopló sobre ellos y les dijo: “Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” (Jn. 20,21-23).
Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento.
Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos
nosotros mismos: yo no puedo decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide,
se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de
nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de
la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón
abierto del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo
si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos
estar verdaderamente en paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando
vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos
el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo
Jesús puede dar, ¡sólo Él!
2- En el tiempo, la celebración de este Sacramento
ha pasado de una forma pública – porque al inicio se hacía públicamente – ha pasado
de esta forma pública a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión.
Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el contexto vital.
En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu,
el cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una
sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia
mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente
los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento,
el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce
en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento,
que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión
y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente
con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros
pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario
pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “Pero, padre,
¡me da vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de vergüenza.
Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un ‘senza
vergogna’ un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes.
Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios,
perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar
con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón:
uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no
tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas
estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale
libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.
Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda
en su corazón: ¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense.
¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta,
y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado?
Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote
será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te
recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.
Queridos
amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un
abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella
bella, bella Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró
todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no
como hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y
la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó
hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos
confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino. Que
el Señor los bendiga.
Llamado por Ucrania
Con ánimo
preocupado sigo todo lo que en estos días está sucediendo en Kiev. Aseguro mi cercanía
al pueblo ucranio y rezo por las víctimas de las violencias, por sus familiares y
por los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar
la concordia y la paz en el País.