"Meditaciones para la Fe", con el Padre Guillermo Buzzo
(RV).- (audio)
En el prólogo del
evangelio según San Juan dice: a Dios nadie lo ha visto jamás. Y es verdad. Dios no
forma parte de las cosas que nuestros sentidos pueden percibir. A Dios no se lo
ve, no se lo huele, no se lo toca, y cuando decimos que lo escuchamos, no nos referimos
a escucharlo como escuchamos, por ejemplo, este programa de radio. A Dios nadie
lo ha visto jamas… Pero sí es verdad, que, los que hemos recibido el regalo de la
fe, mantenemos sí, un tipo de relación con Dios. Le hablamos, le preguntamos, nos
enojamos, le pedimos perdón, le agradecemos, lo alabamos. Y cada uno, con su modo
particular, desarrolla esta relación con sus momentos más intensos, y otros momentos
más tranquilos, y hasta casi vacíos. Como pasa con cualquier relación de amistad. Como
no lo vemos, como no tenemos esa proximidad así más tangible, se nos hace difícil
de a ratos. Estamos acostumbrados a lo concreto; incluso las telecomunicaciones son
cada vez más reales: ahora no sólo escuchamos sino que además podemos ver a aquellos
que conversan con nosotros a miles de kilómetros. Pero con Dios, no pasa así. Dice
un salmo: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios
mío. Tengo sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? No
podemos vivir sin imágenes, y entonces, sucede, que nos formamos en nuestra imaginación
una imagen de Dios. Cuando digo que nos formamos una imagen, no me refiero a si Dios
tiene o no barba, de qué color, como es el tono de su voz, y cómo va vestido, etc.
No, eso es otra cosa. Lo que me refiero hoy es que nos creamos una imagen, una idea
de quién es Dios, de cómo es, de cómo se para frente a mí. Qué piensa de mí, qué piensa
de mi vida, de mis pecados, de mi miseria. Qué espera de mí, Cuál es su plan para
mí. Tantas veces nos ha pasado con otras personas lo mismo. Nos hacemos la idea
de que es así, o de otra forma, que piensa esto, o que reaccionará de tal modo. Y
cuando un día tenemos la oportunidad de compartir con ella, se nos desarma todo. Porque
nuestra imagen, aquella que nosotros formamos, no se ajustaba a la realidad. A
Dios nadie lo ha visto jamas, dice juan, y continúa: El Hijo Unigénito, que está en
el seno del Padre, el nos lo ha revelado. Así termina Juan su prólogo. Por eso,
la Iglesia afirma que Jesucristo es el mediador y la plenitud de la revelación de
Dios al Hombre. El mediador, porque es a través de Él, que es el único que lo conoce,
que llegamos al Padre. Y es el culmen, la pleitud, porque si bien a lo largo de
la historia, Dios ha ido dando pistas de su presencia y de sus planes, llegamos al
punto máximo cuando envía a su propio Hijo al mundo para mostrar su rostro. San
Pablo lo expresa de otra forma: Dice: Cristo es la imagen del Dios invisible. Por
eso, católico, católica, necesitamos revisar cómo es la imagen que nos hemos formado
de Dios, y ver si de verdad coincide con lo que Jesús nos ha mostrado del Padre.
"Dios
es providente" (RV).- (audio) Lo decimos
en el Credo, cuando rezamos los domingos. Dios es creador del cielo y de la tierra.
Decir del cielo y de la tierra, quiere decir de todo! De sur a norte, de este a oeste,
desde lo más profundo hasta lo más alto. Todo es creado por Dios. Todo lo que existe,
está ahí porque Dios así lo quiere, porque Dios lo permite. Y no decimos simplemente
que Dios creó, como si la creación tuviese que ver solamente con algo sucedido allá
hace mucho, en los orígenes del universo… También hoy sigue creando y conservando.
A este permanente principio creador de Dios que en cada momento sostiene el universo
y la vida misma de cada ser, le llamamos Providencia. ¿Cómo? La providencia no
tiene que ver con esa ayuda oportuna en la que confiamos cada vez que estamos en apuros?
Claro que sí. Pensemos. Cuando nuestro Dios se muestra providente, está sosteniendo
su creación, lo que él mismo ha creado. Creación y Providencia son dos caras de la
misma moneda, vida abundante de Dios que desborda, y se comunica a lo largo y ancho
del universo. A veces, sin embargo, la providencia parece ausente. Desastres naturales,
conflictos, crisis. Cierto que hay situaciones que dependen clara y directamente de
nosotros; pero nos encontramos con otras situaciones que nos hacen preguntar ¿Dónde
está Dios? ¿Dónde se ocultó? ¿Por qué no está aquí o allí, donde lo necesitamos? Si
la pregunta la hace un ateo nos apresuramos a contestar, a rebatir, a justificar.
Tendemos a defender a Dios. Suena ridículo. Es verdad. Y lo es. Lo dice la Palabra,
en aquel libro del AT que narra una calamitosa sucesión de desventuras de un personaje
santo, justo, bueno: su nombre es Job. A Job le suceden todas. Lo peor. En poco tiempo,
se queda sin nada de lo que cualquiera de nosotros podría considerar valioso. Sus
amigos, conmovidos y desconcertados por las desgracias de este hombre, intentan defender
a Dios, que realmente empieza a quedar en evidencia como injusto, o al menos como
ausente. ¿Cómo es posible que a este hombre tan bueno le pasen cosas tan malas? Una
pregunta que, si no nos hemos hecho, al menos la hemos sentido. Vale la pena leer
el libro de Job y ver cómo al final Dios corrige a quienes intentaban defenderlo.
En realidad se estaban defendiendo a ellos mismos. Porque lo que estaba en discusión
era su fe, su doctrina, sus certezas. Creer en la Providencia de Dios, es reconocer
también que muchas veces no vamos a comprender la manera como Dios va haciendo las
cosas. Que donde vemos sólo destrucción Dios está realizando también una obra, está
creando. La fe en Dios providente, misericordioso, incluye también muchas veces
la pregunta por su modo de actuar. No significa que hayamos perdido la fe, sino que
intentamos comprender qué nos está pidiendo el Señor, cuál es el sentido, la dirección,
de esto que nos sucede. El misterio de Dios se develó en Jesús. De los labios de Jesús
tenemos que aprender aquella forma de orar: Padre, que no se haga mi voluntad sino
la tuya. (Padre Guillermo Buzzo)