“Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida”, Mensaje del Papa a los jóvenes
del mundo
(RV).- (con audio) Se hizo público hoy
el mensaje del Santo Padre en preparación a la XXIX Jornada Mundial de la Juventud
en Cracovia 2016. Después de la extraordinaria JMJ vivida en Río de Janeiro en el
mes de julio de 2013, el Papa retoma su diálogo con los jóvenes del mundo y les presenta
los temas de las tres próximas ediciones del evento, dando inicio al itinerario de
preparación espiritual que, a lo largo de tres años, guiará a la celebración internacional
en Cracovia, en el mes de julio de 2016. Papa Francisco incorporándose en la tradición
iniciada por el beato Juan Pablo II y continuada por Benedicto XVI con ocasión de
cada Jornada Mundial de la Juventud, propone reflexionar en los próximos tres años
en preparación a la JMJ 2016, sobre las Bienaventuranzas, comenzando con la primera
de ellas : «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos» (Mt 5,3); en el año 2015: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios» (Mt 5,8); y por último, en el año 2016 el tema será: «Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). “Al proclamar
las Bienaventuranzas – escribe el Santo Padre - Jesús nos invita a seguirle, a recorrer
con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil,
pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos”. Papa Francisco recordando
las palabras del Beato Juan Pablo II recuerda también en su mensaje el trigésimo aniversario
de la entrega de la Cruz del jubileo de la Redención a los jóvenes. Precisamente a
partir de ese acto simbólico de Juan Pablo II comenzó la gran peregrinación juvenil
que, desde entonces, continúa a través de los cinco continentes. (Griselda Mutual
- RV)
Texto completo del Mensaje del Santo Padre para la XXIX Jornada Mundial
de la Juventud, Cracovia 2016 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3) Queridos jóvenes: Tengo grabado
en mi memoria el extraordinario encuentro que vivimos en Río de Janeiro, en la XXVIII
Jornada Mundial de la Juventud. ¡Fue una gran fiesta de la fe y de la fraternidad!
La buena gente brasileña nos acogió con los brazos abiertos, como la imagen de Cristo
Redentor que desde lo alto del Corcovado domina el magnífico panorama de la playa
de Copacabana. A orillas del mar, Jesús renovó su llamada a cada uno de nosotros para
que nos convirtamos en sus discípulos misioneros, lo descubramos como el tesoro más
precioso de nuestra vida y compartamos esta riqueza con los demás, los que están cerca
y los que están lejos, hasta las extremas periferias geográficas y existenciales de
nuestro tiempo. La próxima etapa de la peregrinación intercontinental de los jóvenes
será Cracovia, en 2016. Para marcar nuestro camino, quisiera reflexionar con vosotros
en los próximos tres años sobre las Bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de
San Mateo (5,1-12). Este año comenzaremos meditando la primera de ellas: «Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3); el año
2015: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8);
y por último, en el año 2016 el tema será: «Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). 1. La fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas Siempre
nos hace bien leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las proclamó en su primera
gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había un gentío tan grande, que subió
a un monte para enseñar a sus discípulos; por eso, esa predicación se llama el “sermón
de la montaña”. En la Biblia, el monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús,
predicando desde el monte, se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés.
Y ¿qué enseña? Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre,
es más, que Él mismo es, y lo propone como camino para la verdadera felicidad. En
toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la cruz
y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino
de Dios se han cumplido en Él. Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita
a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna.
No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos.
Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión
cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros
muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús,
si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos,
experimentaremos una paz y una alegría que sólo Dios, amor infinito, puede dar. Las
Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo
de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación,
la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido
para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo,
los que Jesús proclama bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles. En
cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder,
la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás. Queridos jóvenes, Jesús nos
pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos
recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe.
Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o
si preferían irse por otros caminos (cf. Jn 6,67). Y Simón, llamado Pedro, tuvo el
valor de contestar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna»
(Jn 6,68). Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de
significado y será fecunda. 2. El valor de ser felices Pero, ¿qué significa
“bienaventurados” (en griego makarioi)? Bienaventurados quiere decir felices. Decidme:
¿Buscáis de verdad la felicidad? En una época en que tantas apariencias de felicidad
nos atraen, corremos el riesgo de contentarnos con poco, de tener una idea de la vida
“en pequeño”. ¡Aspirad, en cambio, a cosas grandes! ¡Ensanchad vuestros corazones!
Como decía el beato Piergiorgio Frassati: «Vivir sin una fe, sin un patrimonio que
defender, y sin sostener, en una lucha continua, la verdad, no es vivir, sino ir tirando.
Jamás debemos ir tirando, sino vivir» (Carta a I. Bonini, 27 de febrero de 1925).
En el día de la beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20 de mayo de 1990, Juan
Pablo II lo llamó «hombre de las Bienaventuranzas» (Homilía en la S. Misa: AAS 82
[1990], 1518). Si de verdad dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro
corazón, os daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo inextinguible de felicidad,
y esto os permitirá desenmascarar y rechazar tantas ofertas “a bajo precio” que encontráis
a vuestro alrededor. Cuando buscamos el éxito, el placer, el poseer en modo egoísta
y los convertimos en ídolos, podemos experimentar también momentos de embriaguez,
un falso sentimiento de satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca estamos
satisfechos, y sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una
juventud “harta”, pero débil. San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: «Sois
fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno» (1
Jn 2,14). Los jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra
y no se “atiborran” de otras cosas. Atreveos a ir contracorriente. Sed capaces de
buscar la verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo provisional, de la superficialidad
y del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir responsabilidades y de afrontar
los grandes desafíos de la vida. 3. Bienaventurados los pobres de espíritu… La
primera Bienaventuranza, tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, declara
felices a los pobres de espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.
En un tiempo en el que tantas personas sufren a causa de la crisis económica, poner
la pobreza al lado de la felicidad puede parecer algo fuera de lugar. ¿En qué sentido
podemos hablar de la pobreza como una bendición? En primer lugar, intentemos comprender
lo que significa «pobres de espíritu». Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió
un camino de pobreza, de humillación. Como dice San Pablo en la Carta a los Filipenses:
«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó
de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (2,5-7).
Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí vemos la elección de la pobreza por
parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2
Cor 8,9). Es el misterio que contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un
pesebre, y después en una cruz, donde la humillación llega hasta el final. El
adjetivo griego ptochós (pobre) no sólo tiene un significado material, sino que quiere
decir “mendigo”. Está ligado al concepto judío de anawim, los “pobres de Yahvé”, que
evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial
de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él. Jesús, como
entendió perfectamente santa Teresa del Niño Jesús, en su Encarnación se presenta
como un mendigo, un necesitado en busca de amor. El Catecismo de la Iglesia Católica
habla del hombre como un «mendigo de Dios» (n.º 2559) y nos dice que la oración es
el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed (n.º 2560). San Francisco de Asís
comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. De
hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y en el Crucifijo, reconoció
la grandeza de Dios y su propia condición de humildad. En la oración, el Poverello
pasaba horas preguntando al Señor: «¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?». Se despojó de
una vida acomodada y despreocupada para desposarse con la “Señora Pobreza”, para imitar
a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco vivió inseparablemente
la imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres, como las dos caras de una misma
moneda. Vosotros me podríais preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de
espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en nuestra
existencia? Os contesto con tres puntos. Ante todo, intentad ser libres en relación
con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no
dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender
a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia
del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en primer
lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros
de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y jamás se olvida de nosotros. Así
como cuida de los lirios del campo (cfr. Mt 6,28), no permitirá que nos falte nada.
También para superar la crisis económica hay que estar dispuestos a cambiar de estilo
de vida, a evitar tanto derroche. Igual que se necesita valor para ser felices, también
es necesario el valor para ser sobrios. En segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza
necesitamos la conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos,
ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os
encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la cultura
humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la
emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar atentos
y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que
no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse
en la vida porque están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender
a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres.
Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros
una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre. Pero
los pobres –y este es el tercer punto– no sólo son personas a las que les podemos
dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto
que aprender de la sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José
Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de la gente, se convirtió
en consejero espiritual de muchas personas, entre las que figuraban nobles y prelados.
En cierto sentido, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una
persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco.
Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su dignidad.
Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y la confianza en Dios.
En la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14), Jesús presenta a este
último como modelo porque es humilde y se considera pecador. También la viuda que
echa dos pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de la generosidad
de quien, aun teniendo poco o nada, da todo (cf. Lc 21,1-4). 4. … porque de ellos
es el Reino de los cielos El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino
de Dios. Jesús es el Reino de Dios en persona, es el Enmanuel, Dios-con-nosotros.
Es en el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece.
El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe
cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: «Venga a nosotros tu reino». Hay
un profundo vínculo entre pobreza y evangelización, entre el tema de la pasada Jornada
Mundial de la Juventud –«Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19)– y
el de este año: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos» (Mt 5,3). El Señor quiere una Iglesia pobre que evangelice a los pobres.
Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo: «No os procuréis en la faja oro, plata ni
cobre; ni tampoco alforja para el camino; ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón;
bien merece el obrero su sustento» (Mt 10,9-10). La pobreza evangélica es una condición
fundamental para que el Reino de Dios se difunda. Las alegrías más hermosas y espontáneas
que he visto en el transcurso de mi vida son las de personas pobres, que tienen poco
a que aferrarse. La evangelización, en nuestro tiempo, sólo será posible por medio
del contagio de la alegría. Como hemos visto, la Bienaventuranza de los pobres
de espíritu orienta nuestra relación con Dios, con los bienes materiales y con los
pobres. Ante el ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de cuánta necesidad
tenemos de conversión, de hacer que la lógica del ser más prevalezca sobre la del
tener más. Los santos son los que más nos pueden ayudar a entender el significado
profundo de las Bienaventuranzas. La canonización de Juan Pablo II el segundo Domingo
de Pascua es, en este sentido, un acontecimiento que llena nuestro corazón de alegría.
Él será el gran patrono de las JMJ, de las que fue iniciador y promotor. En la comunión
de los santos seguirá siendo para todos vosotros un padre y un amigo. El próximo
mes de abril es también el trigésimo aniversario de la entrega de la Cruz del Jubileo
de la Redención a los jóvenes. Precisamente a partir de ese acto simbólico de Juan
Pablo II comenzó la gran peregrinación juvenil que, desde entonces, continúa a través
de los cinco continentes. Muchos recuerdan las palabras con las que el Papa, el Domingo
de Ramos de 1984, acompañó su gesto: «Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo,
os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo
como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en
Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención». Queridos jóvenes, el Magnificat,
el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas.
La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse
por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones
llaman “dichosa” (cf. Lc 1,48). Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de
la nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas
en nuestra vida, a atrevernos a ser felices. Vaticano, 21 de enero de 2014, Memoria
de Santa Inés, Virgen y Mártir