Misterio del encuentro con Cristo Luz del mundo: observancia y profecía, alegría y
docilidad, destaca el Papa
(RV).- (con audio) (se actualizó con video) En la Santa Misa de
la fiesta de la Presentación del Señor, fiesta del «primer encuentro de Jesús con
su pueblo» - que siempre nos sorprende y llena de gratitud – y XVIII Jornada Mundial
de la Vida Consagrada, el Papa Francisco reiteró que «en el centro está Jesús», que
«nos atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo,
abrazarlo». Renovando, por primera vez en su Pontificado el sugestivo rito de la procesión
con las candelas encendidas, en la Basílica de San Pedro, el Obispo de Roma celebró
este domingo, 2 de febrero, la memoria de cuando «los jóvenes María y José, llevaron
a su recién nacido», Cristo Luz del mundo, al Templo de Jerusalén - con «¡la alegría
de caminar en la Ley del Señor!». Tras hacer hincapié en su homilía en la acción del
Espíritu Santo, que llena de vida y regocija a los ancianos profetas Simeón y Ana,
el Papa Bergoglio puso de relieve «el encuentro entre la sagrada Familia y estos dos
representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve
todo, que atrae a unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre». «Encuentro
singular entre observancia y profecía». Como ocurre también en la vida consagrada.
El Encuentro entre los jóvenes y los ancianos, animados por el Espíritu Santo, cuyo
signo es la alegría de comunicar y de recibir. Hace bien a los ancianos comunicar
a los jóvenes el patrimonio de experiencia y sabiduría. Y a los jóvenes les hace
bien recibirlo, «no para guardarlo en un museo», sino para llevarlo adelante, por
el bien de la vocación a la vida consagrada, de las familias religiosas y de toda
la Iglesia. (CdM - RV)
Texto completo de la homilía del Papa Francisco:
«La
fiesta de la Presentación de Jesús al Templo es llamada también la fiesta del encuentro:
el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a su niño al Templo
de Jerusalén, ocurrió el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por
dos ancianos Simeón y Ana.
Aquel fue también un encuentro al interior
de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes
eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes
que frecuentaban el Templo.
Observamos qué cosa dice de ellos el evangelista
Lucas, cómo los describe. De la Virgen y de san José repite por cuatro veces que querían
hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor (cfr Lc 2,22.23.24.27). Se
intuye, casi se percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos
de Dios, sí, ¡la alegría de caminar en la Ley del Señor! Son dos recién casados, han
tenido apenas su niño, y están animados por el deseo de cumplir aquello que está prescrito.
No es un hecho exterior, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo,
lleno de alegría. Es aquello que dice el Salmo: «Tendré en cuenta tus caminos. Mi
alegría está en tus preceptos … Tu ley es toda mi alegría» (119,14.77).
¿Y
qué cosa dice san Lucas de los ancianos? Subraya que estaban guiados por el Espíritu
Santo. De Simeón afirma que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel
y que «el Espíritu Santo estaba en él» (2,25); dice que «el Espíritu Santo le había
prometido» que no moriría antes de ver al Mesías del Señor (v. 26); y finalmente que
se dirigió al Templo «conducido por el Espíritu» (v. 27). Luego de Ana dice que era
una «profetisa» (v. 36), o sea inspirada por Dios; y que no se apartaba del Templo,
«sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (v. 37). En resumen, estos dos
ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados por el Espíritu
Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados…
Y he aquí
el encuentro entre la santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo de
Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve todo, que atrae a unos y otros al
Templo, que es la casa de su Padre.
Es un encuentro entre los jóvenes
llenos de alegría en el observar la Ley del Señor y los ancianos llenos de alegría
por la acción del Espíritu Santo. ¡Es un encuentro singular entre observancia y profecía,
donde los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos! En realidad,
si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el mismo Espíritu,
y la profecía se mueve en el camino trazado por la Ley. ¿Quién más que María está
llena de Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?
A
la luz de esta escena evangélica miremos a la vida consagrada como a un encuentro
con Cristo: es Él que viene a nosotros, traído por María y José, y somos nosotros
los que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo. Pero al centro está Él. Él
mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia, en donde podemos encontrarlo, reconocerlo,
acogerlo, abrazarlo.
Jesús nos sale al encuentro en la Iglesia a través
del carisma fundacional de un Instituto: ¡es bello pensar así en nuestra vocación!
Nuestro encuentro con Cristo ha tomado su forma en la Iglesia mediante el carisma
de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto nos sorprende siempre y nos hace dar
gracias.
Y también en la vida consagrada se vive el encuentro entre
los jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. ¡No las veamos como dos
realidades que se contraponen! Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a ambas,
y la señal de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla
de vida; y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados,
siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita
a ir hacia el horizonte.
Hace bien a los ancianos comunicar la sabiduría
a los jóvenes y hace bien a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de
sabiduría, y llevarlo adelante – no para guardarlo en un museo, sino para llevarlo
adelante, con los desafíos que la vida nos presenta. Por el bien de las respectivas
familias religiosas y de toda la Iglesia.
Que la gracia de este misterio,
el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en nuestro camino. Amén».