Concluimos el año del Señor 2013 agradeciendo y pidiendo perdón, dice el Papa en las
vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
(RV).- (Con video) A las cinco de la tarde el Papa Francisco presidió en la Basílica
de San Pedro las primeras vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios,
con la adoración y bendición Eucarística. Se trató de la última celebración del año
2013, en acción de gracias a Dios y para invocar a María Santísima a fin de que el
nuevo año civil 2014 lo comencemos en el Nombre del Señor.
Al término de
la celebración el Obispo de Roma fue a la Plaza de San Pedro para detenerse en oración
ante el Pesebre y saludar a los numerosos fieles y peregrinos allí reunidos.
En
su homilía, el Papa comenzó recordando que el apóstol Juan define el tiempo presente
de modo preciso: “Ha llegado la última hora”. Y explicó que esta afirmación - que
se lee en la Misa del 31 de diciembre – significa que con la llegada de Dios en la
historia estamos ya en los tiempos “últimos”, después de los cuales, el paso final,
será la segunda y definitiva venida de Cristo.
Esta tarde, dijo el Papa al
final de su homilía, concluimos el año del Señor 2013 agradeciendo y pidiendo perdón.
Agradecemos por todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado y, sobre todo,
por su paciencia y fidelidad, que se manifiestan en la sucesión de los tiempos, pero
de modo particular en la plenitud del tiempo, cuando “Dios envió a su Hijo, nacido
de una mujer”. Que la Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo
de nuestro peregrinaje terrenal, nos enseñe a acoger al Dios hecho hombre, para que
cada año, cada mes, cada día esté colmado de su eterno Amor.
(María Fernanda
Bernasconi – RV).
Texto completo de la homilía del Santo
Padre Francisco:
El apóstol Juan define el tiempo presente en modo preciso:
“ha llegado la última hora”, 1 Jn 2, 18. Esta afirmación – que se lee en la
Misa del 31 de diciembre – significa que con la llegada de Dios en la historia estamos
ya en los tiempos “últimos”, luego de los cuales, el paso final será la segunda y
definitiva venida de Cristo. Naturalmente aquí se habla de la calidad del tiempo,
no de su cantidad. Con Jesús ha llegado la “plenitud” del tiempo, plenitud de significado
y plenitud de salvación. Y no habrá más una nueva revelación, sino la manifestación
plena de aquello que Jesús ha ya revelado. En este sentido estamos en la “última hora”,
cada momento de nuestra vida es definitivo y cada acción nuestra está cargada de eternidad;
de hecho, la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro
futuro.
La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es
cíclica, sino lineal: es un camino que va hacia un cumplimiento. Un año que ha pasado,
por lo tanto, no nos lleva a una realidad que termina sino a una realidad que se cumple,
es un ulterior paso hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza
y una meta de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y
fuente de nuestra alegría.
Mientras el año 2013 llega a su final, recogemos,
como en un cesto, los días, las semanas, los meses que hemos vivido, para ofrecer
todo al Señor. Y preguntémonos, con coraje: ¿cómo hemos vivido el tiempo que Él nos
ha donado? ¿Lo hemos usado sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses,
o hemos sabido gastarlo también en los otros? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para
“estar con Dios”, en la oración, en el silencio, en la adoración?
Y pensemos
también en nosotros, ciudadanos romanos, pensemos en esta ciudad de Roma. ¿Qué ha
sucedido este año? ¿Qué está sucediendo, y qué cosa sucederá? ¿Cómo es la calidad
de la vida en esta Ciudad? ¡Depende de todos nosotros! ¿Cómo es la calidad de nuestra
“ciudadanía”? ¿Hemos contribuido este año, en nuestra medida, a hacerla habitable,
ordenada, acogedora? En efecto, el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas piezas
son todos los que la habitan. Cierto, quien inviste una autoridad tiene mayor responsabilidad,
pero cada uno es corresponsable, en el bien y en el mal.
Roma es una ciudad
de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Sin embargo,
también en Roma hay tantas personas marcadas por miserias materiales y morales, personas
pobres, infelices, sufrientes, que interpelan la conciencia no sólo de los responsables
públicos, sino de cada ciudadano. En Roma tal vez sintamos más fuerte este contraste
entre el entorno majestuoso y lleno de belleza artística, y el malestar social de
aquellos a los que les cuesta más.
Roma es una ciudad llena de turistas,
pero también colmada de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también
de personas que no encuentran trabajo o que desarrollan trabajos mal pagados y a veces
indignos; y todos tienen el derecho de ser tratados con la misma actitud de acogida
y equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.
Es el último
día del año. ¿Qué haremos, como nos comportaremos en el próximo año, para hacer un
poco mejor nuestra Ciudad? La Roma del nuevo año tendrá un rostro aún más bello si
será más rica de humanidad, hospitalidad, acogida; si todos nosotros somos más atentos
y generosos con quien está en dificultad; si sabemos colaborar con espíritu constructivo
y solidario, para el bien de todos. La Roma del nuevo año será mejor si no habrá personas
que la miran “desde lejos”, “en postales”, que miran su vida solamente desde el balcón,
sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al
final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos. En esta perspectiva,
la Iglesia de Roma se siente comprometida a dar su propia contribución a la vida y
al futuro de la Ciudad, ¡pero es su deber! Se siente comprometida a animarla con la
levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.
Esta tarde concluimos el año del Señor 2013 agradeciendo y pidiendo perdón. Dos
cosas juntas: agradecer y pedir perdón. Agradecemos por todos los beneficios que el
Señor nos ha dispensado, y sobre todo por su paciencia y fidelidad, que se manifiestan
en la sucesión de los tiempos, pero de modo particular en la plenitud del tiempo,
cuando “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”, Gal 4, 4. Que la Madre
de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestro peregrinaje terrenal,
nos enseñe a acoger al Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté
colmado de su eterno Amor. Así sea.
(Traducción de Griselda Mutual y Mariana
Puebla – RV).