(RV).- (Con audio)
Algunas imágenes de
los misterios de la vida de Cristo, representan a Ntra. Sra. de la dulce espera. Y
ahí está Él, en el vientre redondo y santo de María de Nazaret. Allí está Él, en el
seno bendito, madurado en novenario de lunas, cargadas del misterioso diálogo con
el ángel, que María de Nazaret fue saboreando al compás del latido tenue que crece
dentro suyo; corazón del amor hermoso, inmaculado. Nueve lunas que condensan estrellas,
para hacer un Sol inconteniblemente grande. Sol es el Hijo de Dios: “el pueblo que
vivía en tinieblas vio una gran luz”. Un Sol que por ahora está escondido, gozando
la ternura del vientre de la madre; un sol que todavía no quiere llorar el ocaso de
sangre para el que nace.
En el vientre redondo madura de esperanza, crece el
diálogo misterioso entre el hijo y su madre; diálogo que solo ellos saben, en el secreto
del amor materno y filial. Mientras ella imagina un rostro, que más que de niño tiene
fulgor de ángel; mientras ella le acaricia la piel en sus entrañas suaves, y lo espera
anhelante, Él desea quedarse.
Con el surgir del Sol, de alguna forma, empezará
el ocaso, le gritan algunas voces su presagio. Pero es el tiempo de empezar a vivir
muriendo por nosotros. Volverá sobre el regazo tibio, cuando bajado de la cruz, comience
a congelarse.
Pero nos queda tiempo. Ahora quiero verlo crecer; quiero ver
crecer el Sol; quiero verlo salir del vientre de su madre; quiero verlo pensar con
inteligencia de hombre y que nos hable de los lirios del campo, de los pastores y
los pescadores, que cure los enfermos y me resucite la esperanza perdida. Quiero
verlo trabajar con sus manos de hombre para que pueda yo darle sentido al trabajo
difícil y pesado, de tantos hombres y mujeres del mundo, mis hermanos. Quiero verlo
amar con corazón de hombre para creer que podemos cumplir su mandamiento.
Permíteme
Señor, caminar al pesebre y encontrarte hecho hombre.