(RV).- (Con audio) Si falta la sed de
Dios vivo, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, corre el riesgo de apagarse,
como un fuego que no es reavivado. Lo dijo el Papa, el sábado 23 de noviembre por
la tarde dirigiéndose a los catecúmenos procedentes de distintas partes del mundo,
reunidos en torno al Obispo de Roma para un intenso momento de oración que se caracterizó
por la presentación de muchos y diversos testimonios de fe.
El Papa Francisco
les dirigió una catequesis en la que comentó el Evangelio de Juan que refiere el encuentro
de Jesús con Juan Bautista. Los tres momentos del pasaje, dijo el Pontífice, son el
momento del anuncio, el encuentro con el Maestro y el caminar juntos. Porque Jesús
da sentido a la vida, no traiciona y es fiel, se queda con nosotros, porque le pertenecemos.
El
Papa Francisco concluyó el Año de la fe y entregó la Exhortación Apostólica “Evangelii
Gaudium”, la Alegría del Evangelio. Cristo es el centro de la creación, es el centro
del Pueblo de Dios, es el centro de la historia de la humanidad y de todo hombre.
Con estas palabras el Papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la Plaza
de San Pedro el domingo 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey del universo,
resumió el significado del Año de la fe, que clausuró solemnemente ese día.
En
el curso de esta solemne ceremonia se expusieron a la veneración de los miles de fieles,
por primera vez en la historia, las reliquias del Apóstol Pedro. El Obispo de Roma
saludó asimismo a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias Orientales,
con quienes se intercambió un gesto de paz, y recordó el testimonio hasta el martirio
de estas comunidades católicas.
La promesa de Jesús al buen ladrón, dijo el
Santo Padre, nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre
más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor da siempre más de lo que
se le pide: ¡le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino! Jesús está precisamente
en el centro de nuestros deseos de alegría y de salvación.
“Quien pone en práctica
la misericordia no teme la muerte, porque la mira a la cara en las heridas de los
hermanos y la supera con el amor de Jesucristo”. En una plaza de San Pedro decididamente
invernal, fría pero abarrotada de fieles, el Papa Francisco dedicó la catequesis de
la audiencia general del último miércoles de noviembre una vez más a la oración del
Credo, deteniéndose en el tema de la resurrección de la carne. La muerte interroga
a todos – especialmente cuando afecta a los niños – pero si se la entiende como el
ocaso definitivo “se transforma en amenaza que quebranta todo sueño, toda perspectiva”.
Sin embargo, esto sucede “cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la
vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera”. “La resurrección de Jesús
no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el
misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles
a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la
muerte”. La vida en este mundo, por tanto, “nos es dada también para preparar la
otra vida, aquella con el Padre celestial” y un camino seguro para “prepararnos bien
a la muerte, añadió el Pontífice, es recuperar el sentido de la caridad cristiana
y de la participación fraterna”, curando “las llagas corporales y espirituales de
nuestro prójimo”.
Producción de María Fernanda Bernasconi. (hispano@vatiradio.va)
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