La victoria de Cristo sobre la muerte nos ayuda a afrontarla con esperanza y la serena
certeza de que no moriremos para siempre, el Papa en la catequesis
(RV).- (Con audio) «¡El que practica
la misericordia no teme la muerte!» ¿Qué significa "morir en Cristo"? Como cada miércoles,
el Santo Padre encontró a miles de fieles y peregrinos - hoy más de 70 mil - llegados
hasta la Plaza de San Pedro para la audiencia general. Vivir con Jesús, en la misericordia,
nos lleva a la victoria del amor y resurrección en Cristo. Abriendo nuestra vida
y nuestro corazón a los más pequeños y necesitados, nuestra muerte será una puerta
que nos llevará al cielo, morando para siempre en la dicha con nuestro Padre, con
Jesús, con María y los santos. Al concluir sus catequesis sobre el Credo, desarrolladas
en el Año de la Fe, el Papa Francisco anunció que esta semana y la próxima deseaba
reflexionar sobre la resurrección de la carne. Sobre los dos aspectos que nos presenta
el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección
en Jesucristo. Deteniéndose, este miércoles en el «morir en Cristo», el Santo Padre
se refirió – de manera más amplia en su catequesis central en italiano - a la desesperanza
de algunas formas equivocadas de concebir la muerte, que siempre nos interroga de
forma profunda. En especial, cuando nos afecta de cerca o cuando golpea a los pequeños
e indefensos y nos resulta ‘escandalosa’:
«A mí siempre me impactó la pregunta:
¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de
todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño,
toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede cuando consideramos
nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte;
cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive
como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento
ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y
un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo
para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas».
Ante
esta falsa solución, afirmó el Papa Bergoglio se rebela el corazón del hombre, su
anhelo de infinito, su nostalgia de lo eterno. Sed de vida a la que sólo la resurrección
de Jesús nos da la verdadera respuesta, iluminando el misterio de la muerte. Si vivimos
unidos a Jesús, fieles a Jesús, con su misericordia y caridad en especial hacia los
más necesitados, podremos afrontar con esperanza y serenidad el pasaje de la muerte:
«Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el
Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para
aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo
en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es
lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso
del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura.
Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor. En este horizonte se
comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que
la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con
el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte,
estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca
de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos
y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en
los más débiles y necesitados». (CdM - RV) Antes del inicio de la audiencia
general, el Papa encontró en el aula Pablo VI a un grupo de 50 niñas que padecen el
síndrome de Rett, acompañadas por sus familiares. El síndrome de Rett es una patología
progresiva del desarrollo neurológico que afecta casi exclusivamente a niñas. Francisco
ha saludado y acariciado con afecto a estas pequeñas, una por una. El breve pero intenso
encuentro ha concluido con el rezo de un Ave María y la bendición final. (RC-RV)
Resumen
de la catequesis del Papa Francisco y sus saludos en nuestro idioma: Queridos
hermanos y hermanas: Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera
detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la
muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo. Para quien vive
como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final
de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la
niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día. Sin
embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo
a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta
cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura. La
victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos
para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda
a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia
con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos.
Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la
mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales
y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó,
para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas
del Señor resucitado. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española,
en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y
los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor
y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos. Muchas
gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa en italiano: «Creo
en la resurrección de la Carne: morir en Cristo»
Queridos hermanos y
hermanas
Buenos días y felicitaciones porque son valientes, con este
frío en la plaza. ¡Muchas felicitaciones!.
Deseo concluir las catequesis
sobre el “Credo”, desarrolladas durante el Año de la Fe, que se clausuró el domingo
pasado. En esta catequesis y en la próxima, quisiera considerar el tema de la resurrección
de la carne, enfocando dos aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia
Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo
en el primer aspecto, «morir en Cristo».
1. Entre nosotros comúnmente,
hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga
de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños,
los indefensos de una manera que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me impactó
la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende
como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza
todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede
cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento
y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente;
cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del
pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en
el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es
un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas. Si
nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción
que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos asuste.
2.
Pero contra esta falsa solución, se rebela el ‘corazón’ del hombre, el anhelo que
todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces,
¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos
de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros padres, un hermano, una
hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que, aun ante el drama de la pérdida,
aun lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede
haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto
poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte.
Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza
en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de
la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte
de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de
afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en
efecto reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa
de la inmortalidad futura». ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia! Una
persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino
de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último
momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras,
en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos.
Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso,
lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar
al Señor.
En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar
siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también
para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino
seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad:
yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?:
con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos
que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó
con ellos en la célebre parábola del juicio final, cuando dice: «tuve hambre, y ustedes
me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les
aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo». (Mt 25,35-36.40). Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar el sentido
de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales
de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es
premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El
que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica
la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo?
El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque
la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.
Si
abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños
y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al
cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para
siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos.