(RV).- (Audio) ¿Qué se le puede regalar
a un Papa? Fue lo que se preguntó el escritor argentino Alejandro Guillermo Roemmers,
antes de su viaje a Roma para visitar al Santo Padre. Tras darle muchas vueltas finalmente
decidió entregarle lo que mejor sabe hacer: una poesía. El autor del famoso libro
“El regreso del Joven Príncipe”, hizo que el Papa se emocionara con su poema “Un regalo
para Francisco”. El escritor le entregó esta poesía y al terminar la lectura de su
poema el Santo Padre dijo “sus palabras parecen caricias de naturaleza y de poesía".
(MZ-RV)
Un regalo para Francisco
Quise encontrar un obsequio, el
más sencillo, el más humilde, el que en su pequeñez pudieras aceptar sin ofenderte.
Pensé
que podría comprarlo y fui a la tienda pero ningún objeto me conformaba. Entonces
escuché una voz santa que me dijo: “…a quien tiene a Dios, nada le falta, sólo
Dios, basta.” Creí ser poeta para ofrecerte palabras: pero las hallé superfluas,
pomposas, gastadas… Hui de mí y perseverante busqué en la tierra pero hasta
una semilla me pareció excesiva pues podría albergar un árbol. Cuando divisé
la pradera mi corazón vibró alegre, pero intuí al momento que tú no aprobarías que
le restara una sola de sus flores silvestres. Busqué entonces en el mar y no
hallé un confín que tu nombre no hubiera alcanzado y en toda su inmensidad sólo
tenías amigos.
Desafiante, me atreví hasta el abismo y como un cielo vuelto
al revés lo encontré poblado de estrellas marinas. Pero cuando tuve una en mis
manos creí que no podrías ser feliz sabiendo que cada noche al cielo marino le
faltaría esa estrella… Busqué entonces en el aire respetando las abejas, luciérnagas,
mariposas y todas las criaturas vivientes, pues tú no querrías detener sus alas ni
perturbar su vuelo.
Procuré traerte el aroma sosegado y puro de las hierbas, del
hogar encendido y los jazmines… pero no pude conservarlos. Quise igualar el
canto de la alondra, el murmullo del río, el silbido del viento cuando exhala
en los campos profundos… pero mi voz fue demasiado torpe. Por un largo instante
logré retener, resbalando por mis dedos, unas gotas del rocío temprano… pero
frescas y transparentes retornaron al aire. Quedé entonces en silencio, desconsolado, bajo
el azul infinito que mis ojos no podrían reflejar…
¿Francisco, pensé, en
tu amorosa humildad, es que no hallaría nada que pudiera agradarte…? De pronto
un árbol dejó caer una de sus hojas que se depositó frente a mí en el suelo. Luego
otra, que llegó meciéndose en la brisa hasta mis manos que la recibieron sin querer. Luego
otra, otra, y otra más, hasta que sentí que el árbol, compasivo, estaba dispuesto
a entregarse por entero y desnudar sus ramas con tal de consolarme.
Tanto
era su amor que brotaron mis lágrimas como un manantial redentor y agradecido. Las
hojas del árbol continuaron descendiendo generosas en una bendición inacabable… Entonces
pude comprender… y sonreí. Y sonrieron conmigo los campos, las aves y los arroyos. La
brisa se detuvo y ya no volvieron a caer más hojas… El regalo que produjo la
sensibilidad de aquél árbol es el que ahora quiero ofrecerte: el amor de una
sonrisa.
Un obsequio humilde y efímero que puedes multiplicar y compartir
sin miedo como los panes y los peces, hasta que todos unidos a Jesús habitemos
finalmente el Reino de Dios.
Alejandro Guillermo Roemmers Ciudad del Vaticano,
18/09/13