(RV).- (Con audio) Esta tarde en el Vaticano
comenzó el gran evento de las familias del mundo con el Papa Francisco, para vivir
la alegría de la fe, que culminará mañana domingo con la misa del Obispo de Roma.
El Santo Padre bendice a todas las familias del mundo, en el marco de la Peregrinación
de las Familias a la tumba de San Pedro, en el Año de la Fe, que ha llegado a la Ciudad
Eterna con el lema de “¡Familia, vive la alegría de la fe!”, y con la participación
de más de 150 mil personas, de más de 70 países de los cinco continentes
En
esta fiesta de la familia el Papa les dijo que han venido en peregrinación de diversas
partes del mundo para profesar su fe ante el sepulcro de San Pedro, en esta Plaza
que las acoge y abraza, porque como dijo Francisco, “somos un pueblo, una sola alma,
convocados por el Señor que nos ama y nos sostiene.
El Papa Francisco también
saludó a todas las familias que se unieron a este evento a través de la televisión
y de Internet, definiendo a la Plaza de San Pedro una “plaza que se ensancha sin confines”.
El
Obispo de Roma recordó a las queridas familias que también ellas forman parte del
Pueblo de Dios. Y les dijo que caminan con alegría junto al pueblo. Por esta razón
les pidió que permanezcan siempre unidas a Jesús, y que lo lleven a todos con su testimonio.
El Papa les agradeció su presencia. Y les dijo también que todos juntos, hacemos
nuestras las palabras de San Pedro, que nos dan fuerza y nos darán fuerza en los momentos
difíciles: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Con
la gracia de Cristo, concluyó el Santo Padre, vivan la alegría de la fe. Que el Señor
los bendiga y María, nuestra Madre, los acompañe.
(María Fernanda Bernasconi
– RV).
Texto completo de las palabras del Papa durante el Encuentro
con las Familias
Queridas Familias, ¡Buenas tardes y bienvenidos a
Roma! Vinieron como peregrinos desde tantas partes del mundo para poder profesar su
fe delante del Sepulcro de San Pedro. Esta plaza los recibe y los abraza. Somos un
solo Pueblo con una sola Alma, convocados por el Señor que nos ama y nos sostiene.
Saludo a todas las familias que se unen por la televisión y por Internet. ¡Una plaza
que se agranda sin confines!
Han querido llamar a este momento “Familia, vive
la alegría de la fe”. ¡Me gusta este título! Escuché sus experiencias, las historias
que han contado. He visto tantos niños y tantos abuelos. He sentido el dolor de tantas
familias que viven en situación de pobreza y de guerra. Escuché a los jóvenes que
quieren casarse, a pesar de miles de dificultades, y entonces nos preguntamos: ¿Cómo
es posible hoy vivir la alegría de la fe en familia? Yo me pregunto. ¿Es posible vivir
esta alegría o no es posible? Hay una palabra de Jesús en el Evangelio de Mateo que
nos viene al encuentro: “Vengan a mí, todos ustedes que están cansados y agobiados
y yo los aliviaré”. Frecuentemente la vida es agotadora. También, tantas veces trágica.
Lo hemos escuchado recientemente.
El trabajo es un esfuerzo. Buscar trabajo
es una fatiga, y encontrar trabajo hoy, requiere tanta fatiga. Pero aquello que pesa
más en la vida no es esto. Aquello que pesa más de todas las cosas es la falta de
amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser recibidos. Pesan ciertos silencios. A veces,
también en familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin
amor el esfuerzo se hace más pesado, intolerable. Pienso en los ancianos solos, en
las familias que tienen que fatigar porque no reciben ayuda para sostener a quien
en casa tiene necesidad de atención especial y cuidados. “Vengan a mí, todos ustedes
que están cansados y oprimidos” dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce
nuestras fatigas, las conoce; y conoce los pesos de nuestra vida. Pero el Señor conoce
también nuestro profundo deseo de encontrar la alegría del descanso. Recuerden, Jesús
dijo “Que su alegría sea plena”. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Lo dijo
a los Apóstoles y lo repite hoy a nosotros. Entonces, ésta es la primera cosa que
quiero compartir con ustedes, y es una palabra de Jesús “Vengan a mí, familias de
todo el mundo –dice Jesús- y Yo les daré alivio”, para que su alegría sea plena. Y
esta palabra de Jesús, llévenla a casa, llévenla en el corazón, compártanla en la
familia. Nos invita a ir hacia Él para darnos y darles a todos la alegría. Nos invita
a ir hacia él para tener la alegría.
La segunda palabra la tomo del rito del
matrimonio. Quien se casa, en el sacramento, dice: “prometo serte fiel siempre, en
la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de amarte y honrarte todos
los días de mi vida”.
Los esposos en ese momento no saben qué ocurrirá. No
saben qué alegrías y qué dolores les esperan. Parten como Abraham. Parten en camino
juntos, y esto es el matrimonio. Partir y caminar juntos, de la mano, confiándose
a la gran mano del Señor, de la mano siempre y para toda la vida, sin hacer caso a
esta cultura del provisorio, que nos corta la vida en pedazos.
Con esta confianza
en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos
cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y peligros de la vida, pero no tienen
miedo de asumir su responsabilidad delante de Dios y de la sociedad. Sin escaparse,
sin aislarnos, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo a
los hijos. “Pero hoy, padre, es difícil”. Cierto, es difícil, por eso es necesaria
la gracia, la gracia que nos da el Sacramento. Los sacramentos no están para adornar
una vida. “Que bonito matrimonio, que linda la ceremonia, la fiesta” Pero eso no es
el sacramento, no es la gracia del sacramento, aquello es una decoración, y la gracia
no es para decorar la vida, es para hacernos fuertes, para hacernos valientes, ¡para
poder ir hacia delante! Sin aislarnos, siempre juntos
Los cristianos se casan
en el sacramento porque son conscientes de tener necesidad. Tienen necesidad para
estar unidos entre ellos y para cumplir la misión de los padres. En la alegría y en
el dolor, en la salud y en la enfermedad, así dicen los esposos en el sacramento.
En
su matrimonio rezan juntos, y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque se acostumbra hacerlo?
¡No! Lo hacen porque tienen necesidad para el largo viaje que tienen que hacer juntos.
Un largo viaje que no es por partes, que dura toda la vida, y necesitan la ayuda de
Jesús para caminar juntos, con confianza, para acogerse, uno al otro cada día, y perdonarse
cada día, y esto es importante en las familias, saber perdonarse. Porque todos nosotros
tenemos defectos. ¡Todos! Y a veces hacemos cosas que no son buenas, hacen mal a los
demás. Tener el coraje de pedir perdón cuando en la familia nos equivocamos.
Algunas
semanas atrás, en esta plaza, dije que para llevar adelante una familia es necesario
usar tres palabras. Quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias, y perdón. Tres
palabras claves.
Pedimos permiso para no ser invasivos. En familia: ¿puedo
hacer esto? ¿te gusta que haga esto? Aquél lenguaje del pedir permiso.
Damos
gracias: gracias por el amor, pero dime, ¿cuántas veces al día le das las gracias
a tu esposa? ¿Y tú a tu marido? ¿Cuántos días pasan sin decir esta palabra? ¡Gracias!
Y
la última, perdón. Todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia,
en la pareja; fuerte algunas veces… Yo digo “vuelan los platos”, ¿eh? Se dicen palabras
fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen el día sin hacer las paces. La paz
se rehace cada día en la familia. Pidiendo perdón: “perdóname” y se recomienza de
nuevo.
Permiso, gracias y perdón. ¿Las decimos todos juntos? Permiso, gracias
y perdón. Bien, hagamos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.
En
la vida la familia experimenta tantos momentos bellos. El descanso, los almuerzos
juntos, las salidas al parque, al campo, la visita a los abuelos, la visita a una
persona enferma, pero si falta el amor, falta la alegría, la fiesta, y el amor siempre
nos los da Jesús. Él es la fuente inacabable.
Allí, Él en el sacramento, nos
da su Palabra y nos da el Pan de su vida para que nuestra alegría sea plena.
Y
para terminar, aquí, delante de nosotros, éste ícono de la presentación de Jesús al
Templo es un ícono de verdad bello e importante. Contemplémoslo, y hagámonos ayudar
por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen
su camino. María y José se pusieron en marcha, peregrinos a Jerusalén, en obediencia
a la Ley del Señor. También el viejo Simeón y la profetiza Ana, muy anciana, llegan
al Templo, guiados por el Espíritu Santo.
La escena nos muestra este encuentro
de tres generaciones. Simeón tiene en brazos al niño Jesús, en el cual reconoce al
Mesías; y Ana, está retratada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la Salvación
a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como
memoria.
Pero me pregunto, ¿ustedes escuchan a los abuelos? ¿Ustedes abren
su corazón a la memoria que nos dan los abuelos? ¡Los abuelos son la sabiduría de
la familia, son la sabiduría de un pueblo! ¡Y un pueblo que no escucha a los abuelos,
es un pueblo que muere! ¡Escuchen a los abuelos!
María y José son la familia
santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas.
Cada familia, como aquella de Nazaret, está insertada en la historia de un pueblo,
que no puede existir sin las generaciones precedentes. Por eso hoy tenemos a los abuelos
y a los niños. Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente.
Querida
familia, también ustedes son parte del Pueblo de Dios. Caminen con alegría juntos
a este Pueblo. ¡Quédense siempre unidos a Jesús y llévenlo a todos con su testimonio!
Les agradezco que hayan venido. Juntos hagamos nuestras las palabras de San Pedro
que nos darán fuerza. Nos darán fuerza en los momentos difíciles. “Señor, ¿a quién
iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Con la gracia de Cristo, vivan la
alegría de la fe.
Que el Señor los bendiga y que María nuestra Madre los custodie
y los acompañe. Gracias.
(Traducción del italiano: Mariana Puebla, Radio Vaticano)