(RV).- (Con audio)
La lengua seca y ácida
quema como un fuego peor que una resaca. Después del desenfrenado darse todos los
gustos en vida, mi extrema sed pide una gota de agua. Y el que tiene esa gota medicinal
descansa feliz del otro lado del abismo, después de haber sufrido en vida todas las
desgracias. Mi cuerpo entero se estremece en un eterno estertor por el síndrome de
abstinencia. Y yo que pensaba que no existía Dios, ni el infierno -dice el rico Epulón-.
Yo mismo he creado este muro que me separa de la felicidad y de la vida y en mi cuerpo
y alma taladra el gusano con el que yo mismo me infecte. Dios nunca me condenó. Soy
yo mismo el que me condene.
Todos los gustos y todas las desgracias tienen
su consecuencia. Jesús mismo relató el destino final de dos vidas hechas por caminos
distintos. El rico Epulón y Lázaro murieron, pero uno se había dado todos los gustos,
mientras que el otro había sufrido todas las desgracias.
Él mismo contó que
el rico en el infierno pedía que Lázaro le mojara la punta de su lengua para aliviarle
el terrible tormento.
Como pasa también hoy aquí a la vuelta de la esquina,
el rico banquetea y al frente un pordiosero espera una migaja. Al final, los muros
de la casa cerrada en sí misma al hermano, se convierten en un abismo. Se repite ayer
y hoy aquí y allá. Nos pasa a vos y a mí con el insaciable apetito de la naturaleza
caprichosa y egoísta que quiere darse todos los gustos. Tenemos hoy delante vos y
yo los dos caminos. ¿Que vida eliges, que vida elijo?, ¿La de la libertad del amor
generoso que comparte todo? o ¿la del egoísmo caprichoso y mezquino, que hace sufrir
a los demás?
Jesús habló también del buen samaritano, que tiene compasión del
herido y comparte con él todo lo que puede.
Hoy todavía estoy a tiempo, ¡sí!
¡Todavía estoy a tiempo! Si puedo escuchar el siguiente evangelio, quiere decir que
Jesús me da la oportunidad de ordenar mi vida con él como centro. Porque él sí ofrece
la vida plena que vos y yo buscamos con tanto apetito; un gozo que dura, una fiesta
sin fin, esa que no termina, el encuentro con Jesús vivo.
El rico Epulón pide
que un muerto revivido prevenga a sus hermanos del infierno. Nosotros ya tenemos un
resucitado. Es Jesucristo mismo el que hoy en su evangelio me previene. Hoy lo tengo
frente a mí en el misterio eucarístico.
Pido a Jesús que la escucha de su Evangelio
me purifique del empacho de mala vida, de la resaca de venenos existenciales como
es la tristeza, el desánimo, la desesperanza que minan mi interior; como el síndrome
de abstinencia, ese gusano que te come vivo, después de no haberte privado de nada,
de haberme dado todos los gustos. Aunque sea como meterse los dedos en la garganta
para vomitar el mal, lo malo, quiero vaciarme de lo que me daña y daña a los demás.
De lo que me embriaga por un rato, pero que me envenena la vida dentro del alma. Jesús
quiero llenarme del pan del cielo y del agua pura de tu corazón para purificarme del
mal y llenarme de tu vida buena. Y compartir tu vida plena con los otros, especialmente
con los que sufren más.
Evangelio: Lucas 16, 19-31
Dijo Jesús: “Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos
banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba
saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus
llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también
murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó
los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre
Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el
agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió
Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió
males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes
y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta
allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico contestó:
"Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la cada de mi padre, porque tengo
cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar
de tormento". Abraham respondió: Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen".
"No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se
arrepentirán". Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas,
aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán".”