“Si vivimos según la ley del ‘ojo por ojo, diente por diente’, no salimos de la espiral
del mal
(RV).- (Con audio) Antes de rezar la oración mariana del ángelus con varios miles
de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco recordó
que en la Liturgia de este domingo se lee el capítulo 15 del Evangelio de san Lucas,
con tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida,
y la del hijo “pródigo”. Y explicó que estas tres parábolas hablan de la alegría
de Dios, que es perdonar. En el perdón está todo el Evangelio y el Cristianismo, dijo
también el Obispo de Roma en una mañana lluviosa destacando que no se trata de ostentar
buenos sentimientos, sino misericordia.
Por esta razón el Papa recordó una
vez más que Jesús es todo misericordia y que la misericordia es la verdadera fuerza
que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” del pecado, del mal moral y espiritual.
Puesto que sólo el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en
los corazones y en la historia.
El Santo Padre también advirtió acerca del
peligro que implica nuestra presunción de ser “justos”, de juzgar a los demás e incluso
a Dios, perché pensamos que Él debería castigar a los pecadores y condenarlos a muerte,
en lugar de perdonar. “¡Entonces sí – exclamó el Papa – que corremos el riesgo de
permanecer fuera de la casa del Padre!”. Y destacó que “si vivimos según la ley del
‘ojo por ojo, diente por diente’, no salimos de la espiral del mal.
En sus
saludos, hablando en nuestro idioma, el Papa Bergoglio recordó la beatificación que
tuvo lugar ayer en Argentina del Cura Brochero:
Deseo unirme
a la alegría de la Iglesia en Argentina por la beatificación de este pastor ejemplar,
que a lomo de mula recorrió infatigablemente los áridos caminos de su parroquia, buscando,
casa por casa, a las personas que le habían sido encomendadas para llevarlas a Dios.
Pidamos a Cristo, por intercesión del nuevo Beato, que se multipliquen los sacerdotes
que, imitando al Cura Brochero, entreguen su vida al servicio de la evangelización,
tanto de rodillas ante el crucifijo, como dando testimonio por todas partes del amor
y la misericordia de Dios.
Texto completo de la alocución del Papa Francisco
antes de rezar el ángelus:
Queridos hermanos
y hermanas. ¡Buenos días!
En la Liturgia de hoy se lee el capítulo 15 del Evangelio
de Lucas, que contiene las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida,
la de la moneda perdida, y después la más amplia de todas las parábolas, típica de
san Lucas, la del padre de los dos hijos, el hijo “pródigo” y el hijo que se cree
justo. Que se cree santo.
Todas estas tres parábolas hablan de la alegría de
Dios. Dios es gozoso, es interesante esto, Dios es gozoso, y ¿cuál es la alegría
de Dios? La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría
de un pastor que encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su
moneda; es la alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había
perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa.
¡Aquí
está todo el Evangelio, aquí, eh, aquí está todo el Evangelio, está el Cristianismo!
¡Pero miren que no es sentimiento, no es “ostentación de buenos sentimientos”! Al
contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al
mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor
llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y en la historia.
Sólo el amor puede hacer esto. Y ésta es la alegría de Dios.
Jesús es todo
misericordia, Jesús es todo amor: es Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros, cada
uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es
ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos
de felicidad, y ha perdido todo.
Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos
abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad,
pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa,
porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón
está de fiesta por cada hijo que vuelve. Está de fiesta porque es alegría. Dios tiene
esta alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón.
¿Cuál
es el peligro? Es que nosotros presumimos que somos justos, y juzgamos a los demás.
Juzgamos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos
a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que corremos el riesgo de permanecer
fuera de la casa del Padre! Como ese hermano mayor de la parábola, que en lugar de
estar contento porque su hermano ha vuelto, se enoja con el padre que lo ha recibido
y hace fiesta. Si en nuestro corazón no hay misericordia, la alegría del perdón, no
estamos en comunión con Dios, incluso si observamos todos los preceptos, porque es
el amor el que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor por Dios y
por el prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos. Y esto es el amor
de Dios, su alegría, perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón
algo grave, pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre
nos espera.
Si nosotros vivimos según la ley del “ojo por ojo, diente por diente”,
jamás salimos de la espiral del mal. El Maligno es astuto, y nos hace creer que con
nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad, ¡sólo la
justicia de Dios nos puede salvar! Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz:
la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo. ¿Pero cómo nos
juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha
vencido de una vez para siempre al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de
justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama
a todos a seguir este camino: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”
(Lc 6, 36).
Yo les pido una cosa ahora. En silencio, todos, pensemos,
cada uno piense, en una persona con la que no estamos bien, con la cual estamos enojados
y que no la queremos. Pensemos en esa persona y en silencio en este momento oremos
por esta persona. Y seamos misericordiosos con esta persona.
Invoquemos ahora
la intercesión de María, Mater Misericordiae.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Palabras del Papa tras el rezo mariano
Tras el rezo mariano del Ángelus, el Obispo de Roma ha recordado que ayer
fue proclamado beato en Argentina, José Gabriel Brochero, sacerdote de la diócesis
de Córdoba. “Llevado por el amor de Cristo se dedicó por entero a su rebaño, para
llevar a todos el Reino de Dios, con inmensa misericordia y celo por las almas”, ha
dicho el Papa.
“Caminaba kilómetros y kilómetros cabalgando por las montañas,
con su mula que se llamaba “mala cara” porque no era bonita (dijo el Papa)… e iba
también bajo la lluvia, porque era valiente, como ustedes que están bajo esta lluvia...
Al final de su vida este beato era ciego y leproso, pero lleno de alegría, la alegría
del buen pastor, del Pastor misericordioso”.
“Deseo unirme a la alegría de
la Iglesia en Argentina por la beatificación de este pastor ejemplar, que a lomo de
mula recorrió infatigablemente los áridos caminos de su parroquia, buscando, casa
por casa, las personas que le habían sido encomendadas para llevarlas a Dios. Pidamos
a Cristo, por intercesión del nuevo Beato, que se multipliquen los sacerdotes que,
imitando al Cura Brochero, entreguen su vida al servicio de la evangelización, tanto
de rodillas ante el crucifijo, como dando testimonio por todas partes del amor y la
misericordia de Dios”.
Luego, Francisco ha mandado un saludado especial a los
participantes que hoy concluyen, en Turín, la Semana Social de los católicos italianos,
sobre el tema "La familia, esperanza y un futuro para la empresa italiana". “Acojo
con satisfacción -ha dicho- el firme compromiso que existe en la Iglesia en Italia
con las familias y para las familias, que es un fuerte estímulo para las instituciones
y para todo el país ¡Continúen por este camino!”
En una jornada de mal tiempo
en Roma, el Santo Padre ha saludo finalmente a todos los fieles que a pesar de la
lluvia persistente han permanecido reunidos en la plaza de san Pedro para rezar el
Ángelus dominical.