Servir, acompañar, defender, Francisco entre los refugiados
(RV).- (Audio) “¡No debemos tener
miedo de las diferencias!¡La fraternidad nos hace descubrir que son una riqueza, un
don para todos!”. Lo dijo el Papa Francisco a las personas que han encontrado cobijo
en el Centro Astalli, el Servicio de los Jesuitas para los Refugiados en Italia, que
el Obispo de Roma visitó de forma privada la tarde del martes. Al final de la visita
al comedor del Centro Astalli, el Papa se dirigió a la cercana Iglesia del Gesù, lugar
de gran significado para el Centro, porque ahí se encuentra la tumba del Padre Pedro
Arrupe, fundador del Servicio de los Jesuitas para los Refugiados.
Discurso
completo del Santo Padre en el Centro Astalli
Queridos hermanos
y hermanas, ¡buenas tardes!
Saludo ante todo a ustedes refugiados y refugiadas.
Hemos escuchado a Adam y Carol: gracias por sus testimonios fuertes, sufrientes. Cada
uno de ustedes, queridos amigos, lleva una historia de vida que nos habla de dramas
de guerras, de conflictos, a menudo ligados a las políticas internacionales. Pero
cada uno de ustedes lleva sobre todo una riqueza humana y religiosa, una riqueza que
se debe acoger y no temer. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones;
vienen de varios países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias!
¡La fraternidad nos hace descubrir que son una riqueza, un don para todos! ¡Vivamos
la fraternidad!
¡Roma! Después de Lampedusa y de los otros lugares de llegada,
para muchas personas nuestra ciudad es la segunda etapa. Frecuentemente - lo hemos
escuchado - es un viaje difícil, extenuante, también violento aquel que se enfrenta,
pienso sobre todo en las mujeres, en las mamás, que soportan esto con tal de asegurar
un futuro a sus hijos y una esperanza de vida diferente para sí mismas y para la familia.
Roma debería ser la ciudad que permite reencontrar una dimensión humana, recomenzar
a sonreír. Cuántas veces, en cambio, aquí, como en otras partes, tantas personas que
llevan escrito “protección internacional” en su permiso de estadía, son obligadas
a vivir en situaciones incómodas, a veces degradantes, sin la posibilidad de iniciar
una vida digna, ¡de pensar en un nuevo futuro!
Gracias entonces a cuantos,
como este Centro y otros servicios, eclesiales, públicos y privados, se esfuerzan
por recibir a estas personas con un proyecto. Gracias al Padre Giovanni y a los Hermanos;
a ustedes, operadores, voluntarios, benefactores, que no donan solo algo o su tiempo,
sino que tratan de entrar en relación con los solicitantes de asilo y los refugiados
reconociéndolos como personas, empeñándose en encontrar respuestas concretas a sus
necesidades. ¡Tener siempre viva la esperanza! ¡Ayudar a recuperar la confianza! Mostrar
que con la acogida y la fraternidad se puede abrir una ventana al futuro - más que
una ventana, una puerta, y aún más -, ¡todavía se puede tener un futuro! Y es hermoso
que trabajando por los refugiados, junto a los Jesuitas, se encuentren hombres y
mujeres cristianos y también no creyentes o de otras religiones, unidos en el nombre
del bien común, que para nosotros cristianos es especialmente el amor del Padre en
Cristo Jesús. San Ignacio de Loyola quiso que existiese un espacio para acoger a los
más pobres en los lugares donde residía en Roma, y el Padre Arrupe, en 1981, fundó
el Servicio de los Jesuitas para los Refugiados, y quiso que la sede romana fuese
en ese lugar, en el corazón de la Ciudad. Y pienso en aquella despedida espiritual
del Padre Arrupe en Tailandia, precisamente en un centro para refugiados.
Servir,
acompañar, defender: tres palabras que son el programa de trabajo para los Jesuitas
y sus colaboradores.
Servir. ¿Qué significa? Servir significa acoger a
la persona que llega, con atención; significa inclinarse sobre quien tiene necesidad
y tenderle la mano, sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión, así como Jesús
se inclinó para lavar los pies a los Apóstoles. Servir significa trabajar al lado
de los más necesitados, establecer con ellos ante todo relaciones humanas, de cercanía,
lazos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo desarrollado.
Tratan de no decirla. Solidaridad es casi una mala palabra para ellos. ¡Pero es nuestra
palabra! Servir significa reconocer y acoger las peticiones de justicia, de esperanza,
y buscar juntos los caminos, los senderos concretos de liberación.
Los pobres
son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad
y su simplicidad desenmascaran nuestros egoísmos, nuestras falsas seguridades, nuestras
pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la
ternura de Dios, a recibir en nuestra vida su amor, su misericordia de Padre que,
con discreción y paciente confianza, se preocupa por nosotros, por todos nosotros.
Desde
este lugar de acogida, de encuentro y de servicio quisiera entonces que partiese una
pregunta para todos, para todas las personas que viven aquí, en esta diócesis de Roma:
¿me inclino sobre quien está en dificultad o tengo miedo de ensuciarme las manos?
¿Estoy cerrado en mí mismo, en mis cosas, o me doy cuenta de quién tiene necesidad
de ayuda? ¿Sirvo solo a mí mismo o sé servir a los demás como Cristo que vino para
servir hasta donar su vida? ¿Miro en los ojos de aquellos que piden justicia o desvío
la mirada hacia el otro lado para no verlos?
Segunda palabra: acompañar. En
estos años, el Centro Astalli ha hecho un camino. Al inicio ofrecía servicios de primera
acogida: un comedor, un dormitorio, ayuda legal. Luego ha aprendido a acompañar a
las personas en la búsqueda de trabajo y en la inserción social. Y por lo tanto ha
propuesto también actividades culturales, para contribuir a hacer crecer una cultura
de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la tutela
de los derechos humanos. No basta solamente con la acogida. No basta dar un pan si
este pan no está acompañado de la posibilidad de aprender a caminar con las propias
piernas. La caridad que deja al pobre así como está no es suficiente. La verdadera
misericordia, aquella que Dios nos dona y nos enseña, pide la justicia, pide que el
pobre encuentre el camino para no serlo más. Pide - y lo pide a nosotros Iglesia,
a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones - pide que ninguno tenga más necesidad
de un comedor, de un dormitorio improvisado, de un servicio de asistencia legal para
ver reconocido el propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona. Adam
ha dicho: “Nosotros refugiados tenemos el deber de dar lo mejor de nosotros mismos
para ser integrados en Italia”. Y este es un derecho: ¡la integración! Y Carol ha
dicho: “Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser un peso, queremos
sentirnos parte activa de una nueva sociedad”. También este ¡es un derecho! Esta responsabilidad
es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: nosotros ¿acompañamos
este camino?
Tercera palabra: defender. Servir, acompañar quiere también decir
defender, quiere decir ponerse de la parte de quien es el más débil. ¡Cuántas veces
alzamos la voz para defender nuestros derechos, pero cuantas veces somos indiferentes
hacia los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a
la voz de quien – como ustedes – ha sufrido y sufre, de quien ha visto pisotear los
propios derechos, de quien ha vivido tanta violencia que ha sofocado también el deseo
de tener justicia!
Es importante para toda la Iglesia que la acogida del pobre
y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los “especialistas”, sino que
sean una atención de toda la pastoral, de la formación de los futuros sacerdotes y
religiosos, del normal compromiso de todas las parroquias, los movimientos y las agregaciones
eclesiales. En particular - y esto es importante y lo digo de corazón - quisiera invitar
también a los Institutos religiosos a leer seriamente y con responsabilidad este
signo de los tiempos. El Señor llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida
en las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos. Queridísimos religiosos
y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles
y ganar dinero. Los conventos vacíos no son de ustedes, son para la carne de Cristo
que son los refugiados. El Señor llama a vivir con mayor coraje y generosidad la acogida
en las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos. Ciertamente no es algo
simple, se requiere criterio, responsabilidad, pero se requiere también coraje. Hagamos
tanto, quizás estamos llamados a hacer mucho más, acogiendo y compartiendo con decisión
aquello que la Providencia nos ha donado para servir. Superar la tentación de la mundanidad
espiritual para estar cercanos a las personas simples y sobre todo a los últimos.
¡Tenemos necesidad de comunidades solidarias que vivan el amor de forma concreta!
Cada
día, aquí y en otros centros, tantas personas, mayormente jóvenes, se ponen en fila
para recibir un plato caliente de comida. Estas personas nos recuerdan los sufrimientos
y dramas de la humanidad. Pero aquella fila también nos dice que es posible hacer
algo, todos, ahora. Basta con tocar a la puerta, y probar a decir: “Aquí estoy. ¿Cómo
puedo dar una mano?”. (RC-RV)