Pablo VI, en la luz de Cristo y de su Iglesia, peregrino de fe y paz
(RV).- (con audio) Desde
hace 35 años, en la fiesta de la Transfiguración del Señor, la Iglesia en todo el
mundo une su oración también al recuerdo del Siervo de Dios Pablo VI, que el 6 de
agosto de 1978, terminó su «peregrinación terrena». «Peregrinación terrena», palabras
que el Papa Giovanni Battista Montini escribe en su intenso testamento espiritual,
que empieza así: «Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ésta
sigue en la luz de Cristo, el único que la esclarece; y por tanto, con confianza humilde
y serena. Percibo la verdad que para mí se ha proyectado siempre desde este misterio
sobre la vida presente, y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado sus
tinieblas y descubierto su luz»... ....«Cierro los ojos sobre esta tierra doliente,
dramática y magnífica, implorando una vez más sobre ella la Bondad divina. De nuevo
bendigo a todos. Especialmente a Roma, Milán y Brescia. Y una bendición y un saludo
especial para Tierra Santa, la Tierra de Jesús, adonde fui como peregrino de fe y
de paz. Y a la Iglesia, a la queridísima Iglesia católica, a la humanidad entera,
mi bendición apostólica....»
La queridísima Iglesia católica y la humanidad
entera, escribía Pablo VI... De los archivos sonoros de Radio Vaticano, les ofrecemos
unos instantes con su voz, algo más de dos meses antes de su fallecimiento, el 31
de mayo de 1978. En su audiencia general de ese día, el Papa Montini reflexionó sobre
«qué hace la Iglesia en medio del mundo contemporáneo tan ajetreado, en el trabajo
febril, productivo y utilitario», para responder que la Iglesia es madre y maestra
y testimonia el amor concreto de Dios, recordando el mandato de Cristo a ir y enseñar
a todas las gentes: Amadísimos hijos e hijas: En este encuentro volvemos a poner
una pregunta: ¿qué hace la Iglesia en el mundo de hoy? Y contestamos: la Iglesia enseña.
Enseñar es una función propia de la Iglesia, como prueba la historia. Y es que la
Iglesia debe enseñar algo que es de su competencia: la verdad religiosa. Esta es necesaria
para la vida espiritual aquí y para la vida futura en la eternidad. Además es necesaria
también para lograr convenientemente los objetivos temporales, si éstos han de apoyarse
en principios sólidos. Al proclamar la verdad religiosa, la Iglesia no hace sino obedecer
a Cristo, que ordenó a sus discípulos: "Id y enseñad a todas las gentes". Es una misión
eclesial, en un coloquio completo, orgánico, animado por el amor”
Y hablando
sobre la Iglesia Madre, sin la cual es imposible seguir y amar a Jesús, el Papa Francisco
- evocando el pasado 23 de abril, fiesta de san Jorge, el impulso del Espíritu Santo
y la misión de Bernabé – recordó al gran Papa Pablo VI: «Y así la Iglesia es más
Madre, Madre de más hijos, de muchos hijos: se convierte en Madre, Madre, cada vez
más Madre, Madre que nos da la fe, la Madre que nos da una identidad. Pero la identidad
cristiana no es un carnet de identidad. La identidad cristiana es una pertenencia
a la Iglesia, porque todos ellos pertenecían a la Iglesia, a la Iglesia Madre, porque
no es posible encontrar a Jesús fuera de la Iglesia. El gran Pablo VI decía: Es una
dicotomía absurda querer vivir con Jesús sin la Iglesia, seguir a Jesús fuera de la
Iglesia, amar a Jesús sin la Iglesia (cf. Exort. Ap. Evangelii nuntiandi, 16). Y esa
Iglesia Madre que nos da a Jesús nos da la identidad, que no es sólo un sello: es
una pertenencia. Identidad significa pertenencia. La pertenencia a la Iglesia: ¡qué
bello es esto!»
Así es la vida de la Iglesia, - reiteró el Papa Francisco,
añadiendo que «si queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo
—como se quiso hacer con los Macabeos, tentados en aquel tiempo—, nunca tendremos
el consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, será un consuelo superficial,
no el del Señor, será un consuelo humano. La Iglesia está siempre entre la Cruz y
la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del Señor. Y éste es el camino:
quien va por él no se equivoca». También destacó el Papa Bergoglio el fervor misionero
y «la dulce alegría de evangelizar», como decía Pablo VI:
«Cuando Bernabé vio
aquella multitud —el texto dice: «Y una multitud considerable se adhirió al Señor»
(Hch 11,24)—, cuando vio aquella multitud, se alegró. «Al llegar y ver la acción de
la gracia de Dios, se alegró» (Hch 11,23). Es la alegría propia del evangelizador.
Es, como decía Pablo VI, «la dulce y consoladora alegría de evangelizar» (cf. Exort.
Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y esta alegría comienza con una persecución, con una
gran tristeza, y termina con alegría. Y así, la Iglesia va adelante