Nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia
(RV).- (Con Audio) La vigilia de oración de la JMJ 2013 con el Papa comenzó la noche
del sábado 27 a orillas de Copacabana. A causa del mal tiempo, el “Campus Fidei” de
Guaratiba, fue cambiado por el litoral carioca que igualmente acogió a centenares
de miles de jóvenes de todo el mundo en un colorido ambiente de fiesta típico de estas
citas juveniles: celebración y algarabía, pero también meditación y recogimiento en
espera del Santo Padre y su palabra, que justamente llegó para recordarnos a todos
quiénes somos y a lo que estamos llamados.
Esta noche la liturgia de la Palabra
se desarrolló en dos momentos: el diálogo entre el Papa y los jóvenes y la procesión
con el Santísimo Sacramento, y luego la Adoración. La primera parte estuvo acompañada
por una sugestiva escenografía en la que participaron decenas de jóvenes empeñados
en “construir” una iglesia. “Ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas
de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo
mejor”, dijo Francisco a los jóvenes reunidos en Rio, y a través de ellos, a todos
los jóvenes.
Discurso del Papa durante la vigilia con los jóvenes corregido
(Audio)
Queridos
jóvenes, Viéndolos a ustedes, presentes aquí hoy, me viene a la mente la historia
de San Francisco de Asís. Delante del Crucifijo, él escucha la voz de Jesús que le
dice: «Francisco, ve y repara mi casa». Y el joven Francisco responde, con prontitud
y generosidad, a esta llamada del Señor: repara a mi casa. ¿Pero cuál casa? Poco a
poco, él percibe que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio hecho
de piedras, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de colocarse
al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que transparentara en ella siempre
más el Rostro de Cristo. También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes
para su Iglesia. Queridos jóvenes el Señor los necesita. También hoy llama a cada
uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes el Señor
hoy los llama. No al montón. A vos, a vos, a vos, a vos, a cada uno. Escuchen en el
corazón qué les dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días:
como tuvimos que cancelar, por el mal tiempo, la realización de esta vigilia en el
Campus Fidei, en Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo decirnos que el verdadero
campo de la fe, el verdadero campus fidei, no es un lugar geográfico sino que somos
nosotros? ¡Si! Es verdad. Cada uno de nosotros, cada uno de ustedes, yo, todos. Y,
ser discípulo misionero significa saber que somos el Campo de la fe de Dios! Por eso,
por eso, a partir de la imagen del Campo de la fe, pensé en tres imágenes, tres, que
nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la
primera imagen, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar
de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción. Primero: El
campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla
de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde
del camino, entre piedras o en medio de espinas, no llegaron a desarrollarse; pero
otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó
el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro
corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús
siembra. Cuando aceptamos la Palabra de Dios, entonces somos el Campo de la Fe. Por
favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, dejen entrar la simiente de
la palabra de Dios, dejen que germine, dejen que crezca. Dios hace todo pero ustedes
déjenlo hacer, dejen que Él trabaje en ese crecimiento! Jesús nos dice que las
simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas,
no dieron fruto. Creo que, con honestidad, podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase
de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser? Quizás a veces somos como el
camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en nuestra vida, porque nos dejamos
atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto pero no
contesten, ahora, cada uno conteste en su corazón. ¿Yo soy un joven, una joven, atontada?
o somos como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes,
ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a contracorriente. Cada uno contestamos,
en nuestro corazón: ¿tengo valor o soy cobarde? O somos como el terreno espinoso:
las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf.
Mt 13,18-22). ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos puntas, y quedar bien
con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la vez
regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta.
Hoy, sin embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Escuchamos
estos testimonios, cómo la simiente cayó en buena tierra. No padre, yo no soy buena
tierra, soy una calamidad, estoy lleno de piedras, de espinas, y de todo. Si puede
que eso hay arriba, pero hacé un pedacito, hacé un cachito de buena tierra y dejá
que caiga allí, ¡y vas a ver cómo germina! Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra,
cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos «almidonados» con
la nariz así que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No cristianos de
fachada. Esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos. Sé que ustedes
no quieren vivir en la ilusión de una libertad chirle que se deja arrastrar por la
moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones
definitivas que den pleno sentido.¿Es así, o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si es así
hagamos una cosa. Todos en silencio, miremos al corazón y cada uno dígale a Jesús
que quiere recibir la semilla. Dígale a Jesús: mirá Jesús las piedras que hay, mirá
las espina, mirá los yuyos, pero mirá este cachito de tierra que te ofrezco, para
que entre la semilla. En silencio dejamos entrar la semilla de Jesús... Acuérdense
de este momento, cada uno sabe el nombre de la semilla que entró. ¡Déjenla crecer
y Dios la va a cuidar! El campo, el campo además de ser un lugar de siembra, es
lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos
sus discípulos, que «juguemos en su equipo». La mayoría de ustedes les gusta el deporte.
Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es pasión nacional. ¿Si o no? Pues
bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Tiene
que entrenarse y entrenarse mucho. Así es nuestra vida de discípulos del Señor. San
Pablo, describiendo a los cristianos nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo
hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona
incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo!
¡Algo más grande que la Copa del Mundo! Jesús nos ofrece la posibilidad de una vida
fecunda, de una vida feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, allá en
la vida eterna. Es lo que nos ofrece Jesús. Pero, nos pide que paguemos la entrada,
y la entrada es que nos entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo
todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. A través del diálogo
con él: la oración. Padre, ahora no nos vas a hacer rezar a todos, ¿no? Les pregunto,
pero contestan en su corazón, eh? No en voz alta, en silencio. ¿Yo rezo? Cada uno
se contesta. ¿Yo hablo con Jesús o le tengo miedo al silencio? ¿Dejo que el Espíritu
Santo hable en mi corazón? Yo le pregunto a Jesús: ¿qué querés que haga, qué querés
de mi vida? Esto es entrenarse. Pregúntenle a Jesús, hablen con Jesús. Y si cometen
un error en la vida, si se pegan un resbalón, si hacen algo que está mal, no tengan
miedo. Jesús mirá lo que hice: ¿qué tengo que hacer ahora? Pero siempre hablen con
Jesús, en las buenas y en las malas. ¡Cuando hacen una cosa buena y cuando hacen una
cosa mala¡. ¡No le tengan miedo¡ ¡ Eso es la oración¡ Y con eso se van entrenando
en el diálogo con Jesús en este discipulado misionero y también a través de los sacramentos,
que hacen crecer en nosotros su presencia. A través del amor fraterno, del saber escuchar,
comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar.
Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la
ayuda a los demás, el servicio a los demás. ¿Lo repetimos juntos todos? Oración, sacramentos
y ayuda a los demás. ¡No se oyó bien, otra vez! Y tercero: El campo como obra de
construcción. Acá estamos viendo cómo se ha construido esto aquí. Se empezaron a mover
los muchachos, las chicas. Movieron y, construyeron una iglesia. Cuando nuestro corazón
es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando
de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos
parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia.
Estos muchachos, estas chicas no estaban solos, en conjunto hicieron un camino y construyeron
la iglesia, en conjunto hicieron lo de San Francisco, construir, reparar la iglesia.
Te pregunto: ¿quieren construir la iglesia? ¿Se animan? ¿Y mañana se van a olvidar
de este sí que dijeron? ¡Así me gusta¡ Somos parte de la iglesia más aún, nos convertimos
en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. Chicos, chicas, por
favor, no se metan en la cola de la historia, sean protagonistas, ¡jueguen para adelante,
pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor, un mundo de hermanos, un mundo de justicia,
de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad, juéguenla adelante, siempre! San
Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5).
Y miramos este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras
vivas. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide
que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito
de la construcción, y si falta ese pedacito cuando viene la lluvia entra la gotera
y se mete el agua dentro de la casa. Cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad
y la seguridad de la Iglesia. Y no construir una pequeña capilla donde sólo cabe
un grupito de personas. Jesús nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar
a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a vos, a cada uno:
«Vayan, hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí, Señor,
también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús.
Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo. ¿Se animan a repetirlo? Quiero
ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo. A ver ahora... Después van a pensar
esto que dijeron juntos. Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo
mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que en tantos jóvenes, en muchas partes del
mundo han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa
y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del
cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son
los que tienen el futuro. Ustedes, ¡por ustedes, entra el futuro en el mundo! A ustedes
les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía
y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se
van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro,
que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen
la vida, métanse en ella, ¡Jesús no se quedó en el balcón, se metió! ¡No balconeen
la vida, métanse en ella como hizo Jesús! Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde
empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto, por dónde empezamos? Una vez, le
preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia para
empezar, ¿Por qué pared de la Iglesia empezamos? ¿Por dónde, le dijeron, madre hay
que empezar? ¡Por vos y por mí!, contestó ella. Tenía garra esta mujer, sabía por
dónde había que empezar. Yo también hoy le robo la palabra a la Madre Teresa y te
digo: ¿Empezamos, por dónde? Por vos y por mí. Cada uno, en silencio otra vez, pregúntense:
¿si tengo que empezar por mí, por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que
Jesús les diga por dónde empiezo. Queridos amigos, no se cansen: ¡Ustedes son el
campo da fe! ¡Ustedes son los atletas de Cristo! Ustedes son los constructores de
una Iglesia más bella y de un mundo mejor. Elevemos los ojos a Nuestra Señora. Ella
nos ayuda a seguir a Jesús, nos da el ejemplo con su “sí” a Dios: «Eh aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según Tu Palabra» (Lc. 1,38). También nos se lo decimos a
Dios, juntos con María: hágase en mí según Tu Palabra. Así sea! (MZ/MP-RV)