El papel de los sacerdotes y pastores en busca de las ovejas solas o alejadas según
el Papa Francisco
(RV).- (Con audio) En menos de cuatro
meses de pontificado, el Papa Francisco ha hablado asiduamente de cómo concibe el
papel de los sacerdotes, que para él deben ser pastores humildemente al servicio de
su rebaño.
Las palabras del Papa han entrado ya dentro de la vida cotidiana
de la Iglesia y Francisco se refiere con frecuencia al Evangelio que presenta la llamada
y el envío de los Apóstoles por parte de Jesús.
El concepto es sencillo, incluso
si la tecnología difusa, con su “aire tan limpio” y un poco esnob, nos ha hecho a
todos un poco como ella, es decir “asépticos”, mientras quien ejerce un oficio de
esos prácticos, donde las manos se ensucian, lleva consigo el olor de lo que hace.
El olor de la tierra, el olor del mar o el del establo, o incluso ese olor “dulce”
de la madera o el “acre” del cuero.
Olores que son la “segunda piel”, o quizá
la primera de un campesino, de un carpintero, de un pescador o de cualquier artesano.
Y ésta es la “piel” que el Papa Francisco quiere como “vestido” para quien ejerce
el “oficio” de sacerdote, como aclaró con esa extraordinaria ocurrencia del pasado
Jueves Santo que pronunció desde el altar de la cátedra en la basílica de San Pedro
y que dio la vuelta al mundo en el tiempo de un tweet:
“Esto yo les
pido: sean pastores con olor a oveja”. (Misa Crismal, 28 de marzo).
Por
tanto, el sacerdote debe tener el olor de las almas que apacienta. Y, además, indicaba
el Papa en aquella circunstancia, con otra fragancia: el óleo de Cristo, el Ungido
de Dios que vino a derramar sobre la humanidad su sustancia divina. “El buen sacerdote
– afirma Francisco – se reconoce por como es ungido su pueblo; ésta – dice – es una
prueba clara”:
“Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría
se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena
noticia (…) Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro,
se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: ‘Rece por mí, padre,
que tengo este problema...’. ‘Bendígame, padre’, y ‘rece por mí’ son la señal de que
la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica
del Pueblo de Dios. (...) El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco (...) en
vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor”.
(Misa Crismal, 28 marzo).
El “sacerdote-gestor” es una de las variaciones del
ministerio sacerdotal que quizá más inquieta al Papa Francisco. El olor que emana
de los hábitos de este tipo de presbítero, da a entender, puede ser socialmente refinado
cuanto cristianamente falso, porque el olor de un pastor puede ser de un tipo y no
de otros:
“Son pastores, no funcionarios. Son mediadores, no intermediarios.
(...) Tengan siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido,
sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido”. (Ordenación de nuevos
sacerdotes, 21 de abril).
En el Evangelio – observaba el Papa Francisco en
su encuentro con la diócesis de Roma hace tres semanas – hay un pasaje del Evangelio
que “habla del pastor que, cuando vuelve al redil, se da cuenta de que falta una oveja,
deja a las 99 y va a buscarla”. “Va a buscar una”, subrayaba, y exclamaba después
llamando en causa a todos los cristianos: “¡Nosotros tenemos una; nos faltan las 99!
Debemos salir, debemos ir con ellas”:
“Esta es una gran responsabilidad
y debemos pedir al Señor la gracia de la generosidad y el valor y la paciencia para
salir, para salir a anunciar el Evangelio. Ah, esto es difícil. Es más fácil quedarse
en casa, con esa única oveja. Es más fácil con esa oveja, peinarla, acariciarla...
pero nosotros sacerdotes, también vosotros cristianos, todos: el Señor nos quiere
pastores, no peinadores de ovejas; ¡pastores! (Asamblea diocesana de Roma, 17
de junio).
Y así como un rebaño no pude prescindir de la guía del pastor,
un pastor no existe sin una grey a ala que pastorear:
“Al final un obispo
no es obispo para sí mismo, es para el pueblo; y un sacerdote no es sacerdote para
sí mismo, es para el pueblo: al servicio de, para hacer crecer, para pastorear al
pueblo, precisamente al rebaño, ¿no? Para defenderlo de los lobos. ¡Es bello pensar
esto! Cuando en este camino el obispo hace eso es una bella relación con el pueblo,
como el obispo Pablo hizo con su pueblo, ¿no? Y cuando el sacerdote tiene esa bella
relación con el pueblo, nos da un amor: viene un amor entre ellos, un verdadero amor,
y la Iglesia se vuelve unida”. (Misa en la capilla de Santa Marta, 15 de mayo).