(RV).- El bastón de pastor
en forma de cruz que usó Papa Francisco en Lampedusa y también el altar y el ambón
para la Palabra de Dios, están construidos con restos de barcas naufragadas. A la
misma madera de las barcas, a las que se aferraron hasta último momento los náufragos
que no lograron tocar el suelo firme y fueron ejecutados sin piedad y en extrema soledad
por el mar implacable. En pedazos de estas maderas de las barcas deshechas que flotan
en el mar se aferran algunos de los vivos, para rasguñar un testimonio de sus náufragos.
Pero ¿náufragos de quién?
Solamente en la zona de Lampedusa hay muchísimo más
de 20 mil ahogados. ¡Cuántos millones sumaran entre todos los mares y los pasos por
tierra de migrantes, desplazados de su tierra, prófugos, refugiados, fugados, perseguidos
por motivos económicos, políticos, religiosos. Tantas veces emigrados con sola la
ilusión de un trabajo y una vida mejor para sus familias. Entre los millones de
migrantes secuestrados, vendidos ellos o sus órganos por tratantes, desaparecidos,
asesinados, ahogados hay hombres y mujeres, niños, jóvenes, ancianos.
“¿Quién
ha llorado estas muertes?” preguntó el Obispo de Roma, que llegó por mar al puerto
en Lampedusa, como lo hicieron tantos años atrás sus abuelos y sus padres, casi al
fin del mundo, a la Argentina, buscando también ellos una vida mejor. Tres veces,
por lo menos, repitió la pregunta: “¿Quién ha llorado?” por estos que no lograron
llegar. “La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos
nos hace insensibles al grito de los otros” explicó Francisco y recordó la pregunta
de Dios a Caín: ¿Dónde esta tu hermano?, para afirmar que “esta no es una pregunta
dirigida a otros, es una pregunta dirigida a ti, a mí, a cada uno de nosotros” y que
cuando ellos no encuentran comprensión, recibimiento, solidaridad “sus voces suben
hasta Dios”.
Naúfragos de su esperanza, inmigrantes cautivos de su condición,
desterrados
REFLEXIONES EN FRONTERA jesuita Guillermo Ortiz
(RV).-
(Con audio) “Los tratantes nos
dijeron que navegáramos siempre derecho, siguiendo esa estrella. De día la estrella
no se ve. Nosotros dijimos: Vamos. O morimos o nos salvamos” relató un migrante clandestino,
confesando que de once personas que salieron del norte de África solo se salvaron
dos.
Lampedusa, es puerta de Europa para miles de migrantes, la Isla más al
sur de Italia y a solo 113 kilómetros de África, en el corazón del Mar Mediterraneo,
convertido hoy en cementerio de la vida y la esperanza de tantos.
“El cuerpo
sin vida de un naufrago es un fracaso de la sociedad”, afirmó el párroco de la isla
que escribió a Francisco invitándolo a visitarlos.
Es la vida en riesgo al
límite. Lampedusa representa el riesgo de la vida de tantas personas en tantos lugares
de tránsito del mundo. Veinte mil muertos registrados; 20 mil personas para quienes
la tabla de salvación se convirtió en el mar en lápida de cementerio. Treinta mil
personas rescatadas en el mar.
A las 9,26 de Roma, Papa Francisco arrojó en
el mar Mediterráneo una corona de flores, en un momento de oración por los muertos.
Y, en un viaje que es un acto de compasión, de piedad y claramente penitencial, de
pedido de perdón, desembarcó en el Muelle Falovoro, el mismo de los migrantes, para
encontrarse con los refugiados y rezar con ellos, por los muertos y pidiendo perdón
junto a estos olvidados de todos, desterrados, no solamente aquí, sino en muchos lugares
del mundo.
Contra la soledad y el mal, la fe nos hace familia que vence
con el amor
REFLEXIONES EN FRONTERA jesuita Guillermo Ortiz
(RV).-
(Con audio) “El que tiene fe nunca
está solo”, afirma la 1ra encíclica de Francisco. Y el mismo 5 de julio en el que
fue presentada, el Obispo de Roma lo repitió cuando bendijo, dentro del vaticano,
la imagen de 5 metros de san Miguel Arcángel. “En el camino y en las pruebas de la
vida no estamos solos” afirmó Francisco y en la entronización y consagración del Estado
de la Ciudad del Vaticano al ángel -que nos recuerda que Dios vence siempre cuando
el diablo intenta-, expresó: “Le pedimos que nos defienda del Maligno y que lo expulse”.
En
esta ocasión fue invitado por Francisco, Benedicto XVI que rezó junto a él. Y esto
fue pocas horas antes de que se presentara la encíclica: “La Luz de la Fe”, iniciada
por Benedicto XVI y terminada y firmada por Papa Francisco.
Mientras esto sucedía
en la Sala de Prensa vaticana, Papa Francisco en audiencia con el cardenal Amato,
hablaba sobre las canonizaciones de otros dos papas: Juan Pablo II y Juan XXII.
En
estos días, cuatro padres, cuatro papas de la familia católica; dos en el cielo y
dos en la tierra, nos hacen presente con vigor la fuerza victoriosa del amor de Dios,
que por la fe nos hace una sola familia. Y que nuestra familia es fuerte contra el
mal, como ya lo prometió Jesús cuando le dijo a Pedro: sobre la roca de tu fe edificaré
mi iglesia y el poder del infierno no la derrotará, lo demuestra la unidad y la continuidad
de la Iglesia con la sucesión apostólica. En ese caso con Papa Francisco y Benedicto
XVI rezando juntos y con las próximas canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII. ¡Qué
bueno y lindo para la familia!
“La fe no puede separarse del amor” afirma también
la encíclica. Y podemos decir que Juan Pablo II fue un gran misionero de esta fe de
la familia, mientras que a Juan XXII se lo llamó siempre: “el Papa Bueno”.