(RV).- (Con Audio) El padre Antonio Grande,
de la diócesis de Rafaela, en la Argentina, que actualmente realiza el servicio de
rector del Colegio Sacerdotal y de la Iglesia Argentina en Roma, nos sigue hablando
de la nueva Evangelización.
Contagiar el amor acogido en el corazón
para que sea fuente de inspiración de las personas y de sus formas o estructuras de
convivencia.
Los discípulos misioneros si ofrecen un testimonio de Jesús
con sencillez y alegría, colaboran para que se suscite una pregunta en el corazón
de sus hermanos ¿qué/quién los mueve, les da sentido? El Espíritu del Resucitado
anima a una acogida de su presencia y de su acción que ponga todas las capacidades
personales y de las comunidades cristianas en disponibilidad de servicio.
¿Qué
tipo de servicio? Ser signos del Señor que acompaña y viene continuamente a su
pueblo, y desea que muchos puedan dejarse seducir por esta llamada a abrirle el corazón
y la vida. Y, a colaborar en la transmisión de algunas ideas-fuerza y oportunos gestos
que muevan a otros a acogerlo.
Pablo VI, en los años setenta, había imaginado
que la evangelización tendría que proponer al mundo una civilización del amor.
Un nuevo estilo de relación humana desde el amor que recibimos de Dios y que es capaz
de animar un nuevo modelo de vida familiar, de instituciones, y, de sociedad civil,
inspirado en los vínculos de amor de las personas y las comunidades, de éstas y los
pueblos. Así se favorecerían espacios de diálogo y de encuentro, de intercambio de
ideas, proyectos y necesidades. Una mirada hacia adelante, con continuidad y desarrollo
en el tiempo, necesita de algunas estructuras que sostengan y ayuden su comprensión
progresiva, y alienten su itinerario renovado.
“América Latina y el Caribe
deben ser no sólo el Continente de la esperanza sino que además debe abrir caminos
hacia la civilización del amor. Así se expresó el Papa Benedicto XVI en el santuario
mariano de Aparecida: para que nuestra casa común sea un continente de la esperanza,
del amor, de la vida y de la paz hay que ir, como buenos samaritanos, al encuentro
de las necesidades de los pobres y los que sufren y crear “las estructuras justas
que son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad…”.
Estas estructuras, sigue el Papa, “no nacen ni funcionan sin un consenso moral de
la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores
con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal”, y “donde Dios está
ausente… estos valores no se muestran con toda su fuerza ni se produce un consenso
sobre ellos” (A 537).
Los discípulos misioneros son desafiados a imitar el
Buen Samaritano, a hacer la experiencia de transmitir esos valores humanos y sociales,
y, según las propias posibilidades, participar en un espacio de servicio concreto.
“La Iglesia alienta y favorece la reconstrucción de la persona y de sus vínculos
de pertenencia y convivencia, desde un dinamismo de amistad, gratuidad y comunión.
De este modo se contrarrestan los procesos de desintegración y atomización sociales…
el Estado y el mercado no satisfacen ni pueden satisfacer todas las necesidades humanas.
Cabe, puesapreciar y alentar los voluntariados sociales, las diversas
formas de libre auto organización y participación populares, y, las obras caritativas,
educativas, hospitalarias, de cooperación en el trabajo y otras promovidas por la
Iglesia, que responden adecuadamente a estas necesidades” (A 539).